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Columna
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Rémoras centroamericanas

Sin dirigentes solventes, ni políticas que generen oportunidades y arraigo, el área seguirá condicionada por el paro, la pobreza, la corrupción y el éxodo de los jóvenes

Juan Jesús Aznárez
Caravana migrante de hondureños en México, en octubre pasado.
Caravana migrante de hondureños en México, en octubre pasado. HÉCTOR GUERRERO

América Latina despide otro ejercicio sin haber avanzado en la construcción de Estados de bienestar y haciendo méritos para que buena parte de sus 620 millones de habitantes siga soñando con la emigración o sucumba al populismo. Incapaz de solucionar los desafueros sociales y la dependencia del precio de las materias primas, el cuerpo doctrinal del subcontinente permanece anclado en la inseguridad y el desencanto. Si los avatares de México, Brasil, Argentina o Colombia originaron grandes movimientos de población en los siglos XX y XXI, Centroamérica apuntaló en 2019 una emigración hacia Estados Unidos cuyas implicaciones políticas, demográficas, económicas y culturales nublan el futuro del Triángulo Norte: Honduras, El Salvador y Guatemala.

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El fracaso de los procesos de desarrollo, atribuibles a su enfoque y a la sucesión de desgobiernos y conflictos armados, modificaron el patrón migratorio campo-ciudad, que ha sido sustituido por un sostenido éxodo hacia el norte, donde reside el 9% de los habitantes de esas tres naciones, el 60% indocumentado. América Central es heterogénea pero comparte una ineludible vinculación con Estados Unidos.

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Sin dirigentes solventes, ni políticas públicas que generen oportunidades y arraigo, el área seguirá condicionada por el paro, la pobreza, la corrupción, los 70.000 miembros de las maras, la extorsión, el narcotráfico y el éxodo de los jóvenes. Esa agrupación de rémoras se suma al escaso amparo del Estado, los 100.000 nuevos demandantes de empleo cada año y los 200.000 retornados sin apenas horizonte laboral, entre ellos pandilleros bregados en las calles de Los Ángeles.

La incompetencia política, la rapiña empresarial y el dogmatismo ideológico entronizaron en los setenta y ochenta las dictaduras militares del Cono Sur y los regímenes cívico castrenses centroamericanos. Obligados por la represión y el hambre, millones partieron hacia Nueva York, España o Suecia. Las consecuencias de aquella conflictividad resuelta a tiros todavía perduran. Difícilmente podrá lograrse la reconstrucción de la región mientras sus habitantes se expatríen menospreciando la democracia.

El programa de desarrollo integral del sureste mexicano y norte de América Central para frenar la emigración, concebido por el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador, acertó en la identificación de la hoja de ruta pero constituye otra magnifica pieza de la retórica latinoamericana, una exposición de problemas sin los recursos ni la paciencia para solucionarlos.

Algunos de los propósitos del programa son los siempre prometidos y nunca completados: becas, educación, eliminación de privilegios, rendición de cuentas e inversión. Sin viabilidad política ni económica, probablemente pasará al olvido municionando de paso a los políticos milagreros. Apenas hay espacio para la confianza. El crecimiento de las remesas bonifica la economía pero descubre el drama de un vaciamiento nacional y una dispersión familiar sin fecha de caducidad. Los envíos de dinero desde el extranjero representan el 20,7% del PIB de El Salvador, el 20,1% del de Honduras y el 12,1% del de Guatemala, frente a menos del 2% del conjunto de América Latina y El Caribe, y en torno al 1% global.

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