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Estar sin estar
Columna
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Navidad

Así como los sabios y reyes que llegaron al pesebre milagroso para adorar al hijo de un carpintero con regalos dignos de un monarca y mártir, todo aquel que regala ha de ser considerado sabio, mago y rey

J.F.H.

Ella se cortó el pelo sabiendo que podría vender su hermosa cabellera al precio justo como para comprarle a Él una cadena de oro para su reloj de bolsillo, sin imaginar que Él vendió su reloj de bolsillo para poder regalarle a Ella el juego de peine y cepillos plateados que tanto deseaba para alisar todas las noches su blonda cabellera.

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Así se resume el clásico relato del escritor O. Henry que remata con la simple moraleja que da título: “El regalo de los Magos”, porque así como los sabios y reyes que llegaron al pesebre milagroso para adorar al hijo de un carpintero con regalos dignos de un monarca y mártir, así también todo aquel que regala —incluso a costa de sacrificar su propio bien más preciado— ha de ser considerado sabio, mago y rey.

¿Será posible que aquel que nunca lo ha intentado inaugure esta misma semana la inexplicable epifanía de desprenderse de sí mismo para regalar o abrazar a los demás? ¿Será mucho pedir que en medio de tanto ruido hagamos un vado de absoluto silencio por los muertos compartidos, la marea de mentira e injusticias y el opaco porvenir de tanta Maldad con mayúscula? Sería loable que en vísperas de las fechas de cualquier calendario se instale la serenidad en lugar de la vehemencia, la calma callada por encima de los gritos y la íntima resolución de asumir los propósitos más simples.

Ella no necesita el largo peine de plata hasta que su cabellera vuelva a crecer al vuelo y Él quizá no vuelva a mirar reloj alguno en tanto se convierta a la navegación sin tiempo, ni prisas. Él puede llevar en la cadena de oro el corazón imaginario que comparten entre ambos, la llave inexistente de un cofre escondido en el fondo del mar y el dije de esmeraldas que quizá soñaron ambos una perezosa tarde de verano; Ella puede peinar al viento cuando camine como quien vuela sobre las sábanas recién lavadas o alisar los pétalos de todas las flores posibles con un cepillo que parece bigote de morsa mitológica y entre ambos, pueden inaugurar la madrugada de esta y todas las navidades con la carcajada compartida de sus manos entrelazadas, el suspiro dual en cuanto duerman sobre la misma nube impalpable que los une desde ese instante… como ejemplo, puro, claro y simple de lo que deseo contagiar con estas líneas.

Jorge F. Hernández

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