Democracia y capitalismo
La jerarquía de valores exige que, en última instancia, la economía esté subordinada a la política
Los dos pilares en los que se sustenta el sistema, el político (la democracia) y el económico (el capitalismo), se encuentran en crisis, como muestra la avalancha de estudios que continuamente aparecen sobre ello. Sabíamos que puede haber capitalismo sin democracia (la China actual, el Chile de Pinochet, la España de Franco…), pero no al revés. El premio Nobel de Economía Amartya Sen, entre otros muchos, ha advertido de que para que funcione ese nudo gordiano entre democracia y capitalismo, ambos términos deben mantenerse en cierto equilibrio, en sus virtudes y en sus defectos, y en los últimos tiempos el segundo se había fortalecido mientras que el primero enfermaba de anemia.
Los dos se acompañan hoy de abusos estructurales —la democracia se presenta sin complejos como iliberal, con la corrupción a cuestas, etcétera; el capitalismo, escoltado por la desigualdad y en muchos casos por la ineficacia — y las complicidades entre el poder político y el poder económico contienen cada vez más elementos espurios. En uno de los libros recientemente publicados (La democracia herida; coordinador, Álvaro Soto; Marcial Pons) se analiza cómo el ciclo político de expansión democrática abierto en 1974 muestra síntomas de agotamiento, los problemas políticos (algunos nuevos) se han ido complicando con la crisis económica, que ha tenido un efecto multiplicador de las deficiencias. A ello se incorporan formas de protesta diferentes y distintos tipos de acciones colectivas que rompen con los modelos habituales a los que se había acostumbrado la sociedad (léase Patriotas indignados; Francisco Veiga et altri; Alianza Editorial).
Es paradójico que las mayores críticas a la democracia provengan de los demócratas más comprometidos, y que el capitalismo sea crucificado un día sí y otro también por publicaciones tan cercanas a él como The Economist, Financial Times…, e instituciones empresariales como la Business Roundtable o la British Academy, que a veces se acercan a las posturas izquierdistas de algunos de los candidatos del Partido Demócrata en EE UU. No es la primera vez que sucede en la historia. Hace casi 80 años, el economista austriaco Joseph A. Schumpeter escribió un libro capital para las ciencias sociales: Capitalismo, socialismo y democracia, al que los sucesos de la Gran Recesión (esa regresión de la distribución de la renta, la riqueza y el poder a lo largo de casi una década) han dado una segunda oportunidad. Schumpeter reflexiona sobre la permanencia del capitalismo, el funcionamiento de un socialismo que desprecia y cómo podrán ser en el futuro las relaciones entre democracia y capitalismo.
La primera frase trascendental de Schumpeter es rotunda: “¿Puede sobrevivir el capitalismo? No, no creo que pueda”. En ello coincide con Marx, pero por distintas razones: el alemán de Tréveris profetiza la desaparición forzada del capitalismo por sus contradicciones internas, mientras que Schumpeter lo considera ineludible debido a su éxito: el dinamismo del capitalismo se manifiesta a través de un proceso de destrucción creadora mediante el cual los elementos anticuados son constantemente reemplazados por otros más modernos. Lo ocurrido, lo sabemos sobre todo desde la caída del muro de Berlín, ha sido una inversión notable de lo que el austriaco vaticinó: el capitalismo no ha conducido inevitablemente al socialismo, sino que, por el contrario, éste ha cedido el paso de modo inexorable al capitalismo. Se ha producido una transición del socialismo al capitalismo, y no al revés.
Detrás de casi todo lo que ocurre a nuestro alrededor está esta mezcla de debilidades. A veces la democracia y el capitalismo de nuestros días parecen llevar, vacilantes, el cavilar de un atleta retirado. Hay una tensión permanente entre dos principios: el individualismo y la desigualdad por una parte, y el espacio público y la tendencia a la igualdad por la otra, lo que obliga a la búsqueda de un compromiso entre ellas. La jerarquía de valores exige (salvo para los fundamentalistas del mercado) que en última instancia el principio económico esté subordinado a la democracia y no al revés. Y sin embargo, parecen estar de espaldas.
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