La democracia y la libertad son buenas para la economía
Evitar desastres económicos como el hambre se ha hecho mucho más fácil gracias a la existencia y el ejercicio de las distintas libertades y derechos políticos, entre los que se encuentra la libertad de expresión. En realidad, uno de los hechos más notables en la terrible historia del hambre es que nunca ha habido una hambruna importante en ningún país con una forma democrática de gobierno y con una prensa relativamente libre. Han ocurrido en los antiguos reinos y en sociedades autoritarias contemporáneas, en comunidades tribales primitivas y en dictaduras tecnocráticas modernas, en economías coloniales gobernadas por imperialistas del Norte y en países que acaban de alcanzar la independencia en el Sur y que están gobernados por líderes nacionales despóticos o por partidos únicos intolerantes. Pero el hambre no ha afligido nunca a ningún país que sea independiente, que convoque elecciones con regularidad, que tenga partidos de oposición para manifestar las críticas, que permita que los periódicos informen libremente y cuestionen la validez de las políticas de los Gobiernos sin una gran censura. La relación entre los derechos políticos y las necesidades económicas puede ilustrarse en el contexto específico de la prevención del hambre considerando las hambrunas masivas de China de 1958-1961. Aun antes de las recientes reformas económicas, China había tenido mucho más éxito que la India en cuanto a desarrollo económico. La media de esperanza de vida, por ejemplo, era mucho más alta en China que en la India, y mucho antes de las reformas de 1979 se había acercado a la alta cifra que se da en la actualidad, de casi 70 años en el momento del nacimiento. Y sin embargo, China fue incapaz de impedir el hambre. Actualmente se estima que las hambrunas en China de 1958-1961 mataron a cerca de 30 millones de personas, 10 veces más que la gigantesca hambruna de 1943 en la India británica. El llamado Gran Salto Adelante, iniciado a finales de los años cincuenta, fue un gran fracaso, pero el Gobierno chino se negó a admitirlo y siguió dogmáticamente con su desastrosa política durante tres años más. Es difícil imaginar que esto hubiera podido pasar en un país que convoque elecciones con regularidad y que cuente con una prensa independiente. Durante esta terrible calamidad, el Gobierno no sufrió ninguna presión por parte de los periódicos, que estaban bajo su control, o de los partidos de oposición, cuya existencia estaba prohibida. La falta de un sistema libre de distribución de noticias llegó a confundir al propio Gobierno. Se creyó su propia propaganda y los informes de color de rosa de los funcionarios locales del partido, que competían para ganar puntos en Pekín. De hecho, hay pruebas de que, en el momento en que el hambre llegaba a su apogeo, las autoridades chinas creyeron erróneamente que contaban con 100 millones de toneladas métricas más de granos de las que tenían en realidad. Actualmente, estas cuestiones siguen siendo importantes en China. Desde las reformas económicas de 1979, la política oficial china se ha basado en el reconocimiento de la importancia de los incentivos políticos. Cuando las cosas van razonablemente bien puede que no se eche mucho de menos el papel disciplinario de la democracia, pero cuando se cometen graves errores políticos este vacío puede ser desastroso. Hay que juzgar la importancia de los movimientos democráticos en la China contemporánea desde este punto de vista.
© Los Angeles Times.
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