Pasarlo pipa en París
Solo la noticia del embarazo de Malú sacó hierro a la enrevesada actualidad informativa
Diciembre ha empezado con un acelerón de noticias. Primero, la Cumbre del Clima, que colapsó el tráfico de Madrid. Luego, la cumbre de la OTAN, que sufrió su propio colapso por la repentina huida del presidente Trump, debida al vídeo captado en Buckingham donde se cachondeaban de sus larguísimas conferencias de prensa un corrillo formado por el bello primer ministro canadiense Justin Trudeau, el sexy presidente francés Emmanuel Macron, el bravucón primer ministro británico Boris Johnson y la escurridiza princesa Ana, que prefirió evitar el saludo a Trump, recibiendo el inmediato regaño de su madre. Cuando ya no podíamos digerir más sustos, surgieron dos chocantes supuestas infidelidades: la del torero Cayetano Rivera y la del empresario de la chatarra Luis Miguel Rodríguez.
Solo la noticia del embarazo de Malú sacó hierro a la enrevesada actualidad informativa. Se incorporan a un baby boom maravilloso: que haya más niños garantizará mejores pensiones y más portadas de ¡Hola!, una publicación que adora los nacimientos, bautizos, primeras comuniones y los primeros novios. Es una lista adorable y vitalicia más segura que cualquier vida política o farandulera. Puede ser que a Albert Rivera le irrite un poco que se le trate de esta manera pero debemos asumir que, si nos centramos, puede resultar más estable la vida como famoso que como político. Y aunque para Malú signifique un paréntesis en su impecable carrera, no se puede negar que para sus fans crece como mujer y como cantante al hacerse madre.
Más preocupantes, aunque sin dramatismos, resultan los deslices de Cayetano Rivera y particularmente el de Luismi porque estuvieron, él y Agatha, adorables en la cena del Hombre del Año de Vanity Fair. Compartí mesa con ellos. Además de cariñosos, Luismi estuvo un poquito menos metálico de lo habitual, como si ya se hubiera reciclado en la estratosfera social de su novia. Al día siguiente la prensa del corazón oxidó el romance con unas ácidas fotos del monarca de la chatarra atornillado a otra mujer y, aunque entendimos que no sería importante, la presión de la prensa rosa resultó mucho más intensa que la de la joven ecologista Greta Thunberg, que llegó a Madrid este viernes.
Y ahora Agatha se ha refugiado para reflexionar en París sobre lo que podría ser una ruptura, una avería o un desguace. ¡Qué buena elección de ciudad! París, aunque la Torre Eiffel es de hierro, es perfecta para llorar una ruptura, rehacerse, simplemente pasear o pasar unas Navidades estupendas, aunque caras. Agatha, desde aquí te damos todo el ánimo para seguir adelante con tu maravillosa vida, sola o acompañada. Eres inoxidable.
Seguramente porque viajaba camino a París, Agatha no estuvo entre los invitados al cóctel que Eugenia de la Torriente, editora de Vogue España, ofreció a su homóloga, Anna Wintour, editora de Vogue USA. Anna Wintour es conocida como la mujer más poderosa de la moda en Estados Unidos y porque existe una película, El Diablo Viste De Prada, basado en su persona y su peculiar manera de tratar a sus asistentes en esa publicación que ella ha hecho más poderosa y más influyente. Gracias a que formo parte del jurado del premio Who's On Next que cada año otorga la revista, acudí a la cita con un pin que dice “Writer” (escritor), que mi marido me regaló hace años e insistió en que vistiera para la ocasión. “Así te evitas que te presenten como cualquier otra cosa: persona famosa, finalista de MasterChef o del premio Planeta”, me dijo mientras me condecoraba antes de salir. Recordé el melancólico día de lluvia que compramos ese pin en la casa de Keats en Londres.
Cuando De la Torriente me acercó a Wintour me temblaron un poco las piernas, pero repetí con soltura que estaba “delighted” de conocerla hasta que se interpuso la juventud entre nosotros, el influencer y tv personality Príncipe Pelayo. Él parecía no tener muy claro el mensaje que trasladarle a la gran dama de la industria de la moda así que yo comenté que los dos entrenábamos en el mismo gimnasio. Wintour nos miró y dijo: “Se nota, sobre todo en ti”, señalándome, y yo me sentí en la gloria. “Señora, no paramos de entrenar”, arriesgué a agregar y ella sonrió distanciándose. Sus asistentes, o las de la revista, me llevaron aparte. “Has obrado un milagro. Wintour raramente ríe”. Regresé a casa esa noche disfrutando ese trofeo. No gané MasterChef, pero hice reír a Anna Wintour.
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