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Ideas | Ahora que lo pienso
Columna
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Chicas raras

Frente a la homogeneidad de la representación de la mujer ideal del franquismo, las escritoras Dolores Medio y Concha Alós presentaron formas “inconvenientes” de feminidad

Edurne Portela
La escritora Concha Alós tras obtener el Premio Planeta de Novela por 'Las hogueras' (1964).
La escritora Concha Alós tras obtener el Premio Planeta de Novela por 'Las hogueras' (1964).EFE

Escribimos para atrapar la vida o para huir de ella? ¿Creamos mundos imaginarios porque el que vivimos nos horroriza? ¿O nos inventamos ficciones para entender mejor lo que nos inquieta? ¿Separamos vida y literatura, experiencia y escritura, realidad y ficción? Para mí no hay antagonismo entre estos términos, la ficción me ayuda a comprender la realidad, y me invento historias no para huir de la vida, sino para entenderla y entenderme mejor. Esta postura, que une tiempo de vida y tiempo de literatura, que implica una relación simbiótica entre experiencia y escritura, es común en escritoras de épocas y geografías diversas. En Vivir el tiempo: Mujeres e imaginación literaria (Ediciones Bellaterra), Noelia Adánez contesta implícitamente estas preguntas a través del análisis de dos figuras clave (aunque olvidadas) de nuestra literatura: Dolores Medio y Concha Alós.

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Medio y Alós escriben durante los años cincuenta y sesenta del siglo XX, en plena dictadura franquista y cuando tanto la ley como la moral católica imponen un comportamiento represor y asfixiante a las mujeres. Son, desde sus primeras publicaciones, lo que Carmen Martín Gaite llama “chicas raras” (término que recoge Adánez con mucho tino), mujeres a las que mueve el deseo de libertad y de romper con el mandato de ángel del hogar sumisa, abnegada y silenciosa. Frente a la mujer que no domina la palabra, la “chica rara” es “la mujer articulada, lectora, escritora, soñadora, anhelante, inconveniente”. La forma de rebelarse de las dos escritoras es, según Adánez, “vivir el tiempo”, una expresión evocadora que refiere a que “lejos de dejar correr el tiempo, de matarlo, asumieron el riesgo real de vivirlo a través de la escritura”. En estas dos autoras no hay elección entre vida y escritura, entre experiencia y creación. Escribir no es una forma de huida de esa realidad opresiva, sino una apropiación de la misma: la escritura fija la vida, le da el ritmo que la escritora elige; la escritura disecciona la realidad y extrae de ella toda su fealdad para convertirla, a través de la imaginación, en un arma contra ese otro tiempo impuesto (el tiempo de la mujer reducida a las tareas propias de su sexo), contra esa otra imaginación impuesta (la femineidad nacionalcatólica que coarta el deseo y la libertad).

Frente a la homogeneidad de la representación de la mujer ideal diseñada por el franquismo (la pureza virginal, la maternidad sagrada, la sexualidad al servicio del varón y la patria), estas escritoras presentan formas “inconvenientes” de ser mujer. Esa representación tuvo, por supuesto, sus consecuencias negativas en las carreras de ambas. Adánez señala que la crítica literaria calificaba la literatura de Concha Alós como “soez, explícita, repulsiva, enferma y —sobre todo— impropia de una mujer”.

Cuando publiqué mi segunda novela, un periodista me dijo que le gustaba mi literatura porque era poco femenina. Pensaría que me estaba halagando con su comentario y se sorprendió cuando, de malas maneras, le pregunté qué consideraba él que era literatura femenina. Esto, señoras y señores, en pleno 2019. Igual es que todavía, a pesar de todos los avances y derechos conseguidos, quedan resquicios por donde se siguen colando los prejuicios contra las “chicas raras”, igual es que todavía a algunos les gustaría seguir imponiendo sus tiempos y palabras. Escribo, escribimos, para vivir el tiempo, y este tiempo que nos ha tocado vivir tiene sus propios retos e imposiciones. Algunas suenan, por desgracia, demasiado cercanas a las que vivieron Alós y Medio. Por ejemplo: lo mucho que empodera coser un botón.

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