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Columna
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Bolivia, una vela a Dios y otra a la Pachamama

En la crisis boliviana, los símbolos son muy importantes. Y las creencias no lo son menos.

Jorge Marirrodriga
La represión de una protesta contra la cuarentena aumenta la tensión en Bolivia
La presidenta interina de Bolivia, Jeanine Áñez, sujeta los Evangelios tras asumir el cargo.

Resulta inevitable que intentemos explicar actuaciones y situaciones ajenas utilizando nuestra concepción de la realidad. Pero conviene ser conscientes de ello y saber que, si no somos cuidadosos, corremos el peligro de pasar por alto detalles que, mientras a nosotros nos parecen irrelevantes o anecdóticos, no lo son en absoluto para sus protagonistas. La evolución de la crisis boliviana presenta acontecimientos perfectamente identificables por el europeo medio del siglo XXI, como las irregularidades en una elección, la protesta en las calles, la dimisión y salida del país de un presidente, los enfrentamientos y la crisis institucional. Pero además, se producen otros hechos que pueden ser interpretados como meramente anecdóticos, propagandísticos o de puro folklore que, sin embargo, para sus protagonistas y la audiencia a la que se dirigen están llenos de significado.

Así, cuando uno de los líderes de las protestas, Luis Fernando Camacho, entró a la residencia presidencial —el Palacio Quemado de La Paz— , desplegó sobre el suelo una bandera boliviana tricolor y colocó abierta una Biblia encima, estaba haciendo mucho más que buscar (es un decir) la foto en Instagram. Durante su mandato, Evo Morales (2006-2019) había puesto especial énfasis en la simbología. Adoptó una bandera cooficial indígena para Bolivia —la multicolor wiphala— e instauró lo que podría denominarse en ceremonial de Estado paralelo de rito indigenista. De hecho, el día antes de jurar su cargo por primera vez fue coronado Apu Mallku o líder supremo en una ceremonia religiosa indígena en las ruinas de Tihuanaco. No ocurría desde 1780. Morales y los miembros de su Gobierno repitieron de nuevo el ceremonial cuando el presidente cumplió diez años en el cargo.

¿Quiere esto decir que la fractura de la sociedad boliviana tiene también un componente religioso? En absoluto. Y es aquí donde puede producirse la confusión si uno se atiene a las acusaciones que se lanzan unos y otros. Bolivia es una gran mezcla donde la división entre líneas es, a menudo, imposible de discernir por mucho que las clasificaciones simplifiquen. Y uno de esos difuminados afecta a lo sagrado y a lo profano. Hasta el más descreído challa su casa, es decir, coloca en los cimientos un feto de llama. Unos porque creen firmemente en su poder protector y otros, por si acaso. Y, eso sí, luego todos lo celebran con algo de beber. No es raro que, ante una decisión importante, se rece en la iglesia y luego se acuda al brujo. Que una segunda opinión siempre es importante. Ni tampoco es extraño que los más laicos de los laicos lleven unas reproducciones en miniatura de billetes para garantizar que no le falten los de verdad durante el año. Habrá a quien todo esto le parezca inútil, pero lo importante en medio de acontecimientos tan importantes para la historia de un país es qué les parece a sus protagonistas.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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