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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Sí, pero, pero, pero

Parece como que PSOE y Unidas Podemos reconozcan los daños colaterales de su anterior diálogo estéril

Xavier Vidal-Folch
El líder de Podemos, Pablo Iglesias, contesta a los periodistas tras firmar el preacuerdo de Gobierno este martes en el Congreso de los Diputados.
El líder de Podemos, Pablo Iglesias, contesta a los periodistas tras firmar el preacuerdo de Gobierno este martes en el Congreso de los Diputados.Jesús Hellín (Europa Press)

La extrema rapidez de las dos principales izquierdas en alcanzar un acuerdo de principio merece un respaldo inicial. Porque indica que ambas han sabido leer un claro mensaje de las urnas: el desaliento, la desafección y el desconcierto porque no hubieran pactado antes.

Parece como que PSOE y Unidas Podemos reconozcan los daños colaterales de su anterior diálogo estéril. Claro que la brutal emergencia de la ultraderecha no se debe a eso, sino a los altercados de parte del secesionismo catalán y a la complacencia del aún president con los desórdenes.

Pero no se habría plasmado si hubiese habido Gobierno desde el verano: no habría mediado otra convocatoria electoral.

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El reconocimiento de los errores compartidos es, en todo caso, pacato, implícito, ni siquiera perifrástico. Conviene que cuando sus protagonistas aparezcan en público sean tan severos consigo mismos como agresivo el castigo psicológico que infligieron a sus seguidores: y a otros muchos. Por lavar las heridas.

Un acuerdo inicial está pues bien, pero requiere más arrojo, valentía y capacidad de encaje al presentarlo. Y también más humildad y habilidad en su gestión.

Porque este pacto queda aún muy corto para garantizar una investidura. Si el escenario español se aproxima hoy —más desde el domingo— al del multipartidismo italiano que nuestros constituyentes quisieron sortear, habrá que aplicar el genio italiano en la fragua de pactos más amplios.

La escudería de izquierdas suma menos escaños que antes. Por eso es aún más necesario el concurso —y con peso específico tangible— de sectores centristas en la alianza en ciernes: como los que representa el Partido Nacionalista Vasco (PNV), por sí o a través de personalidades independientes.

Y no solo por centrista: también para primar al nacionalismo constructivo (mensaje al destructivo) y explicar (a las derechas) que en España convive una pluralidad nacional y que la Constitución no solo no la prohíbe, sino que la recoge y, aunque parcialmente, la solemniza.

Un pacto inicial está bien: pero la rácana brevedad de su carta de navegación exige que el programa final de actuaciones sea tan detallado y cuantificado como son los acuerdos a la alemana. Para que sepamos a qué atenernos, tras tanta sequía.

Así que el esbozo de pacto apunta maneras. Mejor: manera, en singular. La manera es haber intentado comprender algunas de las aspiraciones de los votantes: pacto; y gasto social, pero bajo “control”.

Hay más modos pendientes. Por ejemplo: dejar de parlotear de los constitucionalistas como un bloque, cuando algunos de quienes se aferran a ese título reniegan de la Constitución al propugnar 155 eternos, o callan ante la propuesta de ilegalizar al PNV, como hizo Franco.

Y basta de referirse a los indepes como un bloque, pues, de forma acentuada por la presencia de la CUP en el Congreso, los hay de distintas orientaciones, y alguno (Esquerra) es incluso susceptible de evolucionar hacia el ámbito constitucional.

El mapa ha cambiado. ¿Y sus actores?

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