Azufre, agua y fuego. Belleza natural, embrujo poético y toxicidad letal. De esa mezcla está hecho el volcán Kawah Ijen, en la isla de Java. La equiparable dosis de atracción y peligro supone un binomio irrenunciable para los fotógrafos, que se asoman al cráter junto a turistas embelesados y trabajadores que arriesgan sus vidas. Nadie dijo que sería fácil. Nadie dijo que el averno no podía ser fascinante.
Vista de la montaña. Kawah Ijen tiene 2.386 metros de altura.Dani Pujalte y Rita Puig-SerraEmisión de gases y vapores en el interior del volcán Kawah Ijen.Dani Pujalte y Rita Puig-SerraUn bloque de azufre dentro del cráter del volcán.Dani Pujalte y Rita Puig-SerraLas cantidades de azufre sobre la roca del cráter dan lugar a paisajes que se asemejan a veces a pinturas abstractas.Dani Pujalte y Rita Puig-SerraEn este paisaje tan fascinante como inhóspito han de operar cada día los trabajadores del azufre en el Kawah Ijen.Dani Pujalte y Rita Puig-SerraEl contraste entre el color turquesa del agua y las llamaradas y humaredas atraen a numerosos grupos de turistas hasta el Kawah Ijen.Dani Pujalte y Rita Puig-SerraUn trabajador sostiene un trozo de azufre aún en proceso de solidificación.Dani Pujalte y Rita Puig-SerraLos mineros locales se exponen día tras día a gases y vapores brutalmente tóxicos. Por cuatro euros al día cargan cestas llenas de bloques de azufre.Dani Pujalte y Rita Puig-SerraSituado al este de la isla indonesia de Java y con 2.386 metros de altitud, el volcán Kawah Ijen es un lugar contradictorio: onírico y letal a la vez. Desde las alturas se puede observar la extraña y fascinante combinación del amarillo del azufre, el turquesa de las aguas y unas preciosas llamas azules que solo aparecen por la noche para regocijo de turistas llegados de todo el mundo. Pero este paisaje sobrenatural esconde una cara oculta: las aguas del hermoso lago están cargadas de ácido sulfúrico y de ácido clorhídrico y son altamente tóxicas. En cuanto al embrujo de su fuego azul, puede decirse que es tan mágico como peligroso, ya que desprende dióxido de azufre: un gas altamente venenoso e irritante y uno de los principales causantes de la lluvia ácida. Pero el contraste de Kawah Ijen no acaba solo en el paisaje. Los visitantes que se acercan cada noche para contemplar las llamas azules conviven con centenares de mineros locales que se exponen diariamente a estos gases y vapores tóxicos para cargar con grandes bloques de azufre bajo un aire irrespirable. Por apenas cuatro euros diarios, transportan cestas de bambú llenas de azufre que venden al peso a una empresa minera que multiplica el precio de ese material por 10. El azufre es destinado a blanquear azúcar y a la fabricación de cerillas, fuegos artificiales, cosméticos y dinamita.Dani Pujalte y Rita Puig-Serra