Una cosa más, mamá. Por James Rhodes
En un mundo donde las palabras son baratas y abundantes, desearía haberlas valorado más cuando tuve la oportunidad.
Una de mis piezas musicales favoritas en el mundo es la ciaccona de Bach para violín solista. Compuso un homenaje a su esposa que había muerto repentinamente al construir una catedral musical en su memoria. Una de las cosas que más me gusta de esta pieza es que parece terminar varias veces. Justo cuando pensamos que ha concluido, Bach continúa. Él se despide del amor de su vida, comparte sus últimas palabras, se va y luego recuerda que solo tiene una cosa más que decir, así que regresa a su cama y se lo dice. Esto sucede una y otra vez: siempre recuerda una cosa más que decir, hasta el verdadero final, donde simplemente no queda nada, no hay más emociones que sentir, no más palabras. Finalmente lo ha dicho todo. Es una montaña rusa de emociones que dura 15 minutos.
Hace exactamente dos meses murió mi madre. Estaba sentado solo a su lado cuando sucedió. La decisión que tuve que tomar en una fracción de segundo entre realizar una reanimación cardiopulmonar para revivirla o respetar su orden firmada de no resucitar y dejarla ir me perseguirá durante muchos años.
Cómo desearía poder volver a su cama y decirle mi última una cosa más. Existe una finalidad absoluta e indiscutible con la muerte. No puede haber más conversaciones, no más abrazos, no más discusiones o risas o tazas de té ni silencios cómodos caminando en el parque.
Es cierto. Di un elogio en su funeral (creo que tenéis que ser muy afortunados o muy solitarios para no tener que hacer un elogio al menos una vez en vuestra vida), pero nunca sabré si lo escuchó o no.
Ninguno de nosotros sabe cuándo podremos compartir nuestras palabras finales con los que amamos. Y escribo este artículo con la esperanza de que quienes lo lean se tomen el tiempo de enviar un mensaje, escribir una carta o simplemente decirles a los que están cerca que los aman, los valoran, que los tienen en su corazón, que están muy agradecidos de ser parte de su vida. De pensar en las palabras del gran E. E. Cummings cuando dijo: “Llevo tu corazón conmigo (lo llevo en mi corazón), nunca estoy sin él”.
Diez días antes de su muerte, mi madre me escribió una carta que me dieron después de su fallecimiento. Es la más hermosa que he leído en mi vida. Ella pudo decirme su una cosa más. Y estoy muy agradecido por eso. Solo desearía haber hecho lo mismo.
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