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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Victoria peronista

Alberto Fernández hereda una difícil situación económica que urge atajar

El presidente electo de Argentina, Alberto Fernández.
El presidente electo de Argentina, Alberto Fernández.JUAN MABROMATA (AFP)

La victoria del peronista Alberto Fernández —quien no necesitará de una segunda vuelta— en las elecciones presidenciales de Argentina clarifica el panorama político del gran país sudamericano en un momento crítico de su economía en el que es necesario poner en marcha medidas de extrema urgencia que eviten un hipotético nuevo colapso económico, como los que se recuerdan.

Fernández, cuya vicepresidenta será la exmandataria Cristina Fernández, quien mantendrá así la inmunidad en los procesos judiciales por corrupción de los que es objeto, obtuvo un 48% de los votos frente al 40,5% de su rival y presidente, Mauricio Macri. Es de alabar, en primer lugar, la actitud de ambos políticos tras conocer los resultados. El presidente saliente, reconociendo rápidamente la derrota y ofreciéndose para colaborar en la transición con la Administración que le suceda. Por su parte, el presidente electo practicó durante la jornada un discurso conciliador donde destaca un "terminó el nosotros y ellos", palabras muy necesarias tanto para intentar acabar, en la medida de lo posible, con una fractura histórica que divide a la sociedad argentina, como ante la necesaria unidad de la que deben hacer gala los argentinos respecto al reto inmediato al que se enfrenta el país.

Argentina vuelve a vivir momentos críticos en su economía que, desgraciadamente, se han vuelto casi cíclicos. Macri, hasta el 10 de diciembre, y Fernández, a partir de entonces, deben luchar para evitar que se cumpla el adagio derrotista de que el país se hunde cada 10 años. En este aspecto resulta positivo que, nada más conocerse la victoria de Fernández, el Banco Central limitara drásticamente la cantidad de dólares que puede adquirir cada ciudadano al mes, pasando de 10.000 a 200. Un control cambiario que Macri se había resistido a adoptar, pero que ha sido la primera medida de su Administración una vez conocida la derrota. Desde agosto —es decir, en apenas tres meses y desde que el oficialismo fue derrotado en las elecciones primarias— el Banco Central argentino ha visto disminuir sus reservas en 22.800 millones de dólares, que han ido a parar a inversores particulares. Solo el viernes, la entidad monetaria se desprendió de 1.755 millones. En la actualidad, las reservas internacionales netas se cifran en 43.500 millones de dólares. Se trata, por tanto, de una dinámica muy peligrosa que es preciso atajar y que refleja una profunda desconfianza social ante la capacidad del Gobierno de revertir la situación.

Pero los verdaderos azotes para la vida cotidiana de los argentinos son la inflación, que ya alcanza el 55%, y la pobreza, íntimamente asociada a la anterior. Macri no ha sido capaz de controlarla y las anteriores Administraciones —primero la de Néstor Kirchner (2003-2007) y después la de su esposa, Cristina Fernández (2007-2015)— optaron por ignorarla, enmascarando las cifras de un modo tan burdo que la confianza en Argentina de los organismos internacionales quedó desacreditada. Una estrategia que debe ser evitada por el nuevo presidente.

En medio de estas dificultades sobresale, no obstante, la institucionalidad de la democracia argentina, que en esta elección ha vuelto a demostrar el compromiso de los ciudadanos —la participación fue del 82%— con un sistema que ha garantizado la convivencia que ha presidido la vida del país en los últimos 36 años.

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