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Columna
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Encuadres para la historia

Las dos principales novedades desde 2017 son la desaparición de la presidencia de la Generalitat como referente institucional y la desaparición del tabú de la violencia

Pepa Bueno
El presidente de la Generalitat, Quim Torra, en el Palau de la Generalitat, el pasado 19 de octubre.
El presidente de la Generalitat, Quim Torra, en el Palau de la Generalitat, el pasado 19 de octubre.Quique Garcia (EFE)

Octubre de 2019 va a terminar con dos escenas de alto valor simbólico, muy del gusto de esta época porque permiten buenos encuadres para su transmisión en directo por las teles o por las redes. En una se entierra definitivamente el procés tal y como lo hemos conocido hasta ahora; en la otra se desentierra a Franco del mausoleo que compartía con sus víctimas. Una y otra mientras decidimos quién debe pilotar el futuro inmediato en España.

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La pérdida de la inocencia con respecto al procés tiene ya dos años. Fracasó entonces y, desde entonces, sólo hemos asistido a nuevas huidas hacia delante. Con toda una generación de dirigentes en la cárcel, inhabilitados o huidos, sin dirección ni objetivo político realista, sin apoyo internacional más allá de los profesionales de la desestabilización por la desestabilización, los profesionales del “de qué se trata, que me opongo”, o de Salvini. Las dos principales novedades desde 2017 son la desaparición de la presidencia de la Generalitat como referente institucional y la desaparición del tabú de la violencia. Y ninguna de las dos es una buena noticia para el independentismo político. Ni para España, por supuesto, pero el problema de afrontar ambas novedades lo tiene Barcelona en primera instancia, y después Madrid. Y también es su directísima responsabilidad tratar de unir a las dos comunidades catalanas que comparten un solo territorio. Salvo que renuncien al autogobierno y deleguen en el Gobierno de España elegir un president que gobierne, evitar la violencia y la reparación de la “falta de empatía” con los catalanes no independentistas, en palabras de Carme Forcadell, la primera de los condenados que amaga una reflexión sobre el fracaso del procés. Es mucho trabajo, y muy serio, para unos dirigentes —de Junts per Catalunya y ERC— que siguen practicando el juego de la gallina ante la evidencia de que toda esta épica tristísima desemboca en unas nuevas elecciones autonómicas. Ese es el prosaico objetivo político real que tienen en el horizonte, y a ver quién le da de comer ese final al tigre que han alimentado durante casi una década.

La herencia que dejan en toda España es, según las encuestas, la crecida de la extrema derecha. Ultras empoderados que arrastran a las demás derechas a no compartir la alegría democrática de ver a Franco, por fin, fuera del Valle de los Caídos.

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