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Columna
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Conflicto familiar

El fondo del problema es un choque entre dos nacionalismos, el español y el catalán, que conviven en un mismo lugar

Víctor Lapuente
Un hombre con una bandera de España se encara con los centenares de personas que cortan la céntrica Via Laietana de Barcelona.
Un hombre con una bandera de España se encara con los centenares de personas que cortan la céntrica Via Laietana de Barcelona.Quique García (EFE)

Fuera, el aleteo nervioso de los helicópteros sobre Barcelona. Dentro, la voz calmada de Michael Ignatieff sobre los asistentes. El pensador canadiense, inaugurando el curso académico en Esade, ofreció en media hora el análisis más sencillo del conflicto catalán que he oído jamás.

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Y la simplicidad es agua bendita ahora que todos recurrimos a explicaciones complejas (“todo esto viene de tolerar a la Generalitat hacer X”, “si no se hubieran empeñado en un nuevo Estatut” o, por el contrario, “si hubieran aceptado el nuevo Estatut”) y seleccionamos interesadamente a los culpables (Pujol, Mas, Aznar, Zapatero, Rajoy, etcétera).

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Como señaló Ignatieff, el fondo del problema es un choque entre dos nacionalismos, el español y el catalán, que conviven en un mismo lugar. No son iguales. Uno es mayor y más auténtico, o más artificial; más acogedor, o más cerrado. Eso va a gustos. Pero son dos sentimientos que han enraizado en la misma tierra. Y se enfrentan agriamente como hermanos enfadados, cuando los miles de lazos familiares mutan de repente en miles de rencillas.

En estos momentos de tensión, los dos nacionalismos se alimentan construyendo una imagen malévola del enemigo. Para los separatistas, España es un Estado autoritario y represor. Para los españolistas, los independentistas son niños mimados que han hecho un uso irresponsable de su autonomía —de nuevo, los paralelismos con los conflictos intrafamiliares son notables aquí—. Esta dinámica genera un círculo vicioso. Para romperla, los dos nacionalismos deben mirarse a los ojos y sentarse a dialogar. Nadie habla de igualdad. No puede haberla entre un sentimiento compartido por más de 40 millones frente a otro que quizás no llega a tres. Pero, como en las familias, cuando hay un desequilibrio es cuando el reconocimiento mutuo es más importante. Urge, por tanto, poner en marcha un foro de discusión en el que líderes de ambos bandos se encuentren para escucharse y escuchar a expertos como Ignatieff.

Eso no quiere decir “negociar sin líneas rojas”, sino todo lo contrario: admitir las que existen. Cada uno de los nacionalismos debe asumir una verdad amarga del otro: los catalanistas, la imposibilidad práctica de crear un nuevo Estado en la UE, y los españolistas, la realidad plurinacional de nuestro país. Y, si hay voluntad, sobre todo lo demás hay margen para el acuerdo, como en toda familia.@VictorLapuente

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