Dos señores, dos pancartas
Debiera entender Martínez-Almeida que contemporizar con quien niega lo evidente es una pérdida de tiempo y un insulto a las víctimas
Dos señores discutían en la plaza de Cibeles de Madrid sobre violencia de género. Uno era el alcalde Martínez-Almeida, y el otro, el diputado Ortega Smith, pero caramba, quién lo diría, parecía un sainete, y si hubiera sonado una orquestilla, y los periodistas que los rodeaban hubieran hecho coros, habría sido una escena muy zarzuelera, por lo que tenía el género chico de caricaturizar a la autoridad competente, al señor pomposo y al honrado pueblo de Madrí. Martínez-Almeida bajó de su despacho y se puso detrás de una pancarta contra la violencia de género, aunque el concepto, como se vio, le chirriara un poco. Los periódicos han descrito la escena como la de un alcalde del PP abroncando a un diputado de Vox, pero a mí me parece que esa interpretación le resta el tono tragicómico que desplegó el encontronazo. Por un lado, el alcalde recordaba al señor Smith que estaban allí para denunciar una realidad innegable, la principal causa de muerte violenta en la comunidad, pero, por otro, se esforzaba por contemporizar con el que quería chafarle el acto, y le recordaba todos aquellos puntos en los que son supercómplices. Solo le faltaba decir, jopé, Javier. Jopé, pero ¿no ves que yo también estoy en contra de la ideología de género y del feminismo del 8-M? Y entonces Smith, que suele abroncar como abroncan los señoritos, sabiéndose poseedores de una legítima autoridad, señalaba al regidor la pancarta del Ayuntamiento: ¿qué haces detrás de una pancarta que admite la existencia de una violencia de género? ¿No habíamos quedado en que estos lemas los inventa la izquierda?
Al fin hemos comprendido que el peligro del folclorismo reaccionario de Vox es su habilidad para influir en el discurso de la derecha, y ha sido este un claro ejemplo, dado que el alcalde acabó enredándose y asumiendo que está en contra de un 8 de marzo al que acudió más de medio millón de mujeres, y hombres. Cada una de esas mujeres con sus íntimos anhelos y perspectivas, pero coincidentes en que hay una violencia específica, reconocida por los organismos internacionales y que precisa de una atención y prevención especializadas. Estoy convencida de que si al alcalde le hubiera perturbado un manifestante de izquierda hubiera dispuesto de fuerzas municipales para disolverlo, pero con el señor diputado Smith tuvo la deferencia de recordarle todo aquello en lo que coincidían, a fin de que el saboteador le permitiera secundar el minuto de silencio por una mujer apuñalada el día anterior. A todo esto, ¿dónde quedaban la triste víctima y las dos hijas, que presenciaron su asesinato, en la discusión de estos dos señores que polemizaban en la Cibeles por una pancarta?
Sé que el señor Ortega Smith carece de dudas, él seguirá defendiendo el término “violencia intrafamiliar” como una manera de negar los crímenes machistas. Pero si Martínez-Almeida posee una mente más flexible yo le recomendaría ver la serie recién estrenada Creedme. Es la historia real de una adolescente americana a la que la policía, inexperta e insensible, no creyó que hubiera sido violada porque no respondía a una imagen estereotipada de víctima. Por fortuna, dos detectives, mujeres, especializadas en delitos de agresión sexual recondujeron el caso y cazaron a un violador en serie. De manera magistral se nos muestra cómo estos delitos precisan de profesionales perspicaces y sensibles que sepan cómo tratar a las mujeres. Debiera entender el señor alcalde que contemporizar con quien niega lo evidente es una pérdida de tiempo y un insulto a las víctimas.
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