“Como madres hacemos algo necesario, que no es compartido como debiera y que pagamos con creces”
En junio, Laura Freixas publicó una autobiografía en la que reconocía y se reconocía en el patriarcado. Aquí, la autora habla sobre todo aquello que revisiona en sus páginas
Decir que sí cuando en realidad es no, amoldarse, ceder. Esperar por las voluntades ajenas. Dilatar las propias. Negarlas, incluso. Engañarse, creerse ese engaño. Sacrificarse. ¿Cuántas mujeres se reconocen en esto aunque haya sido temporal? ¿Todas, la mayoría, muchas? Eso que durante el último siglo se llamó ser abnegada y era una virtud casi indiscutible, con todas las connotaciones del machismo sobre dicha virtud, empezó a dejar de serlo no hace tanto. Fue cuando, y entre otras cuestiones, las abnegadas se dieron cuenta de que aquello no era altruismo ni empatía sino sumisión a un sistema establecido, y, sobre todo, no era un deber sino la imposición —más o menos velada y más o menos encajada dentro de eso que llamamos consentimiento viciado— de un rol determinado dentro de ese sistema. Encontrarse de frente con el patriarcado y querer destruirlo y huir de él suele ser un todo. Pero no suele ser fácil ni rápido ni claro.
Ese camino es el que cuenta A mí no me iba a pasar (Penguin Random House), la autobiografía que Laura Freixas (Barcelona, 1958) publicó en junio y que presenta este martes 17 de septiembre a las 19.00 en la Librería La Central, en Madrid, junto a Máriam Martínez-Bascuñán, directora de Opinión de este periódico. Un reconocer y reconocerse en el patriarcado al que ella misma cedió. Los recuerdos abarcan desde julio de 1985 hasta julio de 2003, 18 años de tiras y aflojas con sus propias sensaciones, emociones, decisiones y acciones. Esta conversación en un hotel del centro de Madrid este verano comienza con la palabra "empatía". Una que destila Freixas para con todo lo que le rodea durante gran parte de ese relato hasta que se da cuenta de la ausencia de reciprocidad. Fue "muy a posteriori", dice. Y le costó "mucho", dice también. Se nota por sus silencios y sus suspiros y sus meneos de cabeza y sus muecas de resignación ante algunas preguntas, por esos segundos en los que la memoria se la lleva.
Ella, escritora, feminista, asegura que desde que tiene "uso de razón". Ella, que leía a Simone de Beauvoir y Évelyne Sullerot con 15 años, a Betty Friedan un poco después. Ella, que quería ser escritora, que tenía un trabajo en una editorial, que había estudiado en París. Ella, de repente, era "una maruja", de lujo, pero maruja. Casada, madre, reponedora de los botes de garbanzos que faltaban en la despensa, ordenadora milimétrica de sábanas y toallas, cocinera. Lejos de su discurso feminista y cerca de todo lo contrario: "Eso que dices que a ti no te va a pasar y te pasa. Nos puede pasar a todas. Y no te das cuenta".
Pregunta. Con todo aquello hacía felices a los demás, empatizaba con los deseos de los otros.
Respuesta. Empatía... Sí. Se nos educa para eso, para dar prioridad a las relaciones personales, para gustar, para ser conciliadoras. Dicen que se me ve en el libro como una persona muy conciliadora, yo en realidad soy muy agresiva, pero me han educado para lo contrario. Es el típico ejemplo de valor útil y necesario que solo se le asigna a una parte de la población. Los deseos de ellos son el centro.
P. Entonces los de las mujeres son la periferia, pero, ¿por qué no hacer frente a ese centrismo masculino?
R. Hay dos cosas. Por una parte lo difícil que es el enfrentamiento, hay una necesidad de vivir en paz. Da miedo equivocarse sola o incluso tener razón sola, es mejor sentirse arropada por los demás. No soportaba la idea de equivocarme y encima estar sola. Es agotador ir todo el rato contracorriente, con mi marido, con mi hija, con las otras madres, con mis padres. Y por otra parte está aquello de que somos cómplices y víctimas, que decía Sartre.
P. O sea, ¿que a veces también las mujeres sustentan de alguna forma ese patriarcado?
R. Nos equivocamos si solo vemos una parte. Hay violencia sexual, económica, estructural... Y hay seducción, hay muchas ventajas en aceptar el rol. La irresponsabilidad también está ahí, en vivir tras el escudo de tu marido, que se pelea con todo.
P. Pero aquella vida "perfecta", para usted, fue una trampa.
R. Sí, y yo no entendía cuál era. Mi marido me venía a decir que yo no hacía nada, que no daba golpe. Me costó mucho llegar al símil de los bomberos. Es decir, pagamos mucho dinero a los bomberos para que estén disponibles aunque haya un incendio al año. Yo como ama de casa y madre era exactamente lo mismo. Mi función era la disponibilidad.
P. ¿Encontró culpa en esta revisión que ha hecho de sus propias decisiones?
R. Es un error pensarlo en términos de culpa, pensemos en términos de mecanismos sociales. Yo creo que hay mecanismos de los que no somos conscientes y que funcionan muy bien y en los que caemos nosotras y ellos. Y terminamos reproduciéndolos.
P. ¿Cómo se distinguen esos mecanismos en un momento en el que aparentemente las mujeres son absolutamente libres si hablamos de España?
R. La respuesta neoliberal de "lo hace porque quiere" evita el análisis y la comprensión. Se pone el velo porque quiere, se prostituye porque quiere y hace eso porque quiere. Creo que es verdad que a veces consentimos más que queremos. Yo hice algo incomprensible y asumí un trabajo no remunerado [ser madre y ama de casa], y me ha costado mucho entender por qué.
P. ¿Y por qué fue?
R. Nos han colonizado el imaginario, yo soy feminista desde que tengo uso de razón, las ideas feministas las tuve siempre clarísimas, pero una cosa es el pensamiento y la razón y otra la narración que coloniza el imaginario. Desde La bella durmiente a la pintura clásica, la mujer ha estado esperando a que los hombres hagan cosas.
P. ¿Cómo es despertarse de ese letargo?
R. Duele. Duele darte cuenta de que no has sido la guerrera coherente que querrías haber sido. Me avergonzaron muchísimo algunas cosas, que me fallé a mí misma y que fallé a algunos compañeros de la empresa editorial cuando la fui dejando después de ser madre. Pensaba "tendría que haber sido más valiente, más coherente".
P. Decía que no había culpa, ¿y arrepentimiento?
R. No, ya tampoco. Hay entendimiento. Eso es lo esencial. En un momento dado entendí que no estaba a la altura de lo que yo esperaba de mí misma. Tardé tiempo en comprender por qué había renunciado a mi trabajo, por qué él [su exmarido] jamás se lo había planteado, por qué yo era más dependiente emocionalmente y él más autónomo. La estructura en la que vivimos hace que un hombre tenga la seguridad de que encontrará a una mujer que cuide la casa y a los niños, ellos pueden elegir entre mucho más arriba y más abajo que su edad. Yo en realidad no era necesaria para mi marido, si no estaba yo, habría otra. Yo, sin embargo, estaba convencida de que si no tenía a ese hombre sería difícil encontrar otro que lo sustituyera.
P. Eso queda lejos del modelo de igualdad.
R. Es que el modelo de igualdad que estamos adoptando es masculino, donde ellos no tienen que cambiar nada y nosotras tenemos que imitarlos a ellos. Eso es insostenible porque se invisibiliza gran parte del problema, desde cómo se reparten los cuidados hasta ciertos valores. El modelo masculino, es, como apunta Almudena Hernando, una fantasía de la individualidad. Una mentira. Y cuando queremos imitarlo no tenemos una retaguardia. Eso es lo que yo no había entendido: limpiar, trabajar, las relaciones personales, las emociones... Eso requiere esfuerzo, no se puede delegar y no podemos seguir avanzando sin su parte.
P. La maternidad, el convertirse en nexo de la familia, ser la parte "emocional". ¿Cómo lo llevó? ¿Cree que hay un discurso hipócrita en torno a eso?
R. Yo estoy contenta de ser madre y he intentado ser lo más sincera posible, contar lo que fue como fue y no como yo ahora lo veo, con todas las contradicciones que eso implica. Para mí fue un deslumbramiento, la biológica más, la adoptiva fue algo traumática. Pero fue maravillosa. Reivindico que como madres hacemos algo necesario, útil y positivo socialmente, que se nos asigna de oficio, que no es tan compartido como debiera (a veces nada) y que después llega lo injusto de que tengamos que pagar eso, con creces. Es algo que te aleja de tu círculo si no compartes esa maternidad, y con la independencia económica. Si te separas, como previamente has renunciado a tener ingresos, tienes que elegir: seguir en una relación que no quieres o la pobreza. Muchas mujeres se enfrentan a eso. O muchas pueden decidir no enfrentarse a la separación precisamente por eso.
P. A usted no lo tocó esa parte, no pertenece a la parte de la población considerada pobre. Eso también le ha generado críticas, lo que se suele llamar en conversaciones informales "problemas del primer mundo".
R. Soy consciente de mis privilegios, sí. Cuando me separé sé que lo viví en unas condiciones muy privilegiadas, de todo tipo. Eso no quita que la carga sea la misma, aunque se viva de forma distinta. La soledad a la que te enfrentas cuando eres madre y decides separarte es irritante e insoportable, por ejemplo. El machismo y el patriarcado funcionan a todos los niveles, y a todos hay que plantarles cara.
P. Es uno de los debates menos conclusos en el feminismo hoy, la maternidad.
R. El feminismo no ha resuelto la maternidad, está claro. Hay incomprensión por parte de cierto feminismo. Entiendo que haya habido un rechazo desde Simone de Beauvoir, por ejemplo, porque es uno de los pilares de nuestra opresión; pero eso ha generado unos discursos contrarios y reaccionarios que creo que no se están analizando desde todos los ángulos.
P. ¿Se posiciona en algún lugar en ese debate?
R. Yo no estoy ni con unas ni con otras. Es un tema muy sensible que provoca grandes pasiones y que deberíamos ser capaces de revisar con calma. Tiene muchas aristas. Yo no di de mamar, por ejemplo. Con eso quería explicar que, en un proceso en el que pierdes bastante el control de tu cuerpo, aquella fue mi elección, fue lo que me pedía el cuerpo en un momento en el que todo lo controlaban los médicos: qué tenía que hacer, cómo tenía que estar colocada, qué me inyectaban... Es verdad que a mí nadie me lo discutió. Nadie me presionó. Pero incluso en eso la presión social y familiar existe.
P. Esa aparente libertad de la que disfrutan las mujeres españolas, las occidentales en mayor o menor medida, ¿es un terreno seguro?
R. No, no lo es. Pero lo bueno de la situación actual es que ya no nos vamos a dormir en los laureles. No está todo conseguido, pero hay una gran parte. Habrá quien intentará deshacer todo lo que hemos avanzado y tenemos que estar ahí, salir a la calle y tenemos que saber que el patriarcado se reinventa constantemente.
P. ¿Hablamos de neoliberalismo?
R. Y tiene un discurso falaz. Es un escándalo, por ejemplo, intentar engañar con el término "gestación subrogada", como si tener un hijo fuera una acción mecánica... Es un ciclón físico y emocional que te cambia por completo. O el discurso sobre "la libertad para ser puta". Es la misma mentira.
P. ¿Cree que las nuevas generaciones están preparadas para afrontar las nuevas formas del patriarcado?
R. Creo que hay un feminismo intergeneracional con unos objetivos comunes que difieren en ciertos aspectos, como puede ocurrir con la maternidad. Pero creo que estamos unidas en lo fundamental. Sabemos dónde está el patriarcado y sabemos que se reinventa constantemente. Y queremos hacerle frente.
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