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Columna
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El preocupante legado de la (no) negociación

Compartir el poder obliga a ciertas lealtades compartidas y ejercer responsabilidades de gobierno no es “repartirse los sillones”

José Fernández Albertos
María Jesús Montero, Adriana Lastra y Carmen Calvo, equipo negociador del PSOE, este martes a su llegada a la reunión con Podemos.
María Jesús Montero, Adriana Lastra y Carmen Calvo, equipo negociador del PSOE, este martes a su llegada a la reunión con Podemos.ULY MARTIN (EL PAÍS)

Hace unos meses pronostiqué aquí que esta vez los partidos evitarían provocar una repetición electoral. Creo que los tres motivos que expuse entonces (el sesgo presidencialista de nuestro sistema parlamentario, la existencia de una agenda definida de reformas y la incertidumbre respecto a los resultados de unos nuevos comicios) siguen siendo válidos. Pero conforme pasan los días y la investidura no llega, la sospecha de que me dejé algo importante en el tintero es cada vez mayor.

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Con independencia de lo que ocurra en los próximos días, a todos nos debería preocupar el legado que nos va a dejar este verano de (no) negociaciones para formar Gobierno. Hace ya media década, el bipartidismo imperfecto entró en crisis provocando la llegada de nuevos partidos a las instituciones, en principio con la intención de canalizar las demandas desatendidas de una sociedad más diversa, más compleja, y con nuevas prioridades. Dada la naturaleza de nuestras sociedades, el multipartidismo ofrece muchas más ventajas que inconvenientes, y puede servir de antídoto contra las propuestas excluyentes y extremistas que nos amenazan y ganan fuerza en algunos países de nuestro entorno. Pero para que el multipartidismo funcione es necesario que ciudadanos y políticos compartamos algunos principios: que hay que cultivar la confianza hacia quienes son tus rivales en las urnas, pero con los que estás obligado a trabajar para aprobar leyes y presupuestos, que compartir el poder no es sinónimo de caos, no equivale a distribuir parcelas de influencia y que obliga a ciertas lealtades compartidas, y que negociar y transigir no es “pactar en los despachos” ni ejercer responsabilidades de gobierno es “repartirse los sillones”. Viendo lo que nos dicen los datos de opinión pública, tengo la sensación de que la mayor parte de los ciudadanos ha asumido mejor estos principios que los partidos, y que solo las luchas internas, el tacticismo y las inercias de algunos liderazgos explican por qué a demasiados políticos (de todos los colores) les está costando asumir estas reglas básicas necesarias para que el multipartidismo no se nos atragante.

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No ha sido un buen verano para este aprendizaje. Nuestros líderes han preferido invertir en cómodos relatos que en tediosas negociaciones. Pero a ese aprendizaje tendremos que volver, porque no tenemos una forma mejor de gobernarnos. Ojalá sea pronto. @jfalbertos

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