El hígado de Prometeo
La regeneración del hígado de Prometeo no se debió a la inmortalidad del titán, sino a su elevada telomerasa
En algún sitio dejó dicho Friedrich Engels que la tradición desempeña un papel de importancia en la conducta del ser humano. Sumada a la influencia determinante de la economía, nuestra manera de conducirnos por la vida se debe, según Engels, a costumbres comunes que ya existían tiempo antes de que naciéramos.
Dicho esto, los arquetipos de nuestra tradición los podemos encontrar en la mitología clásica; en la relación entre héroes y dioses que vinieron a explicar el origen del mundo. El médico psiquiatra Carl G. Jung se dedicó a estudiar esto último, adentrándose en el inconsciente colectivo, es decir, en nuestro trastero comunitario; sitio donde se reproducen, entre otras tantas patologías, las neurosis y los deseos insatisfechos. Para Jung, se trata del lugar remoto donde los dioses mitológicos dejaron su huella genética; la misma huella que, a decir de Engels, “merodea como un duende en nuestras cabezas”. De tal manera, la tradición y su componente mágico nos llevan a reconocer en el mito de Prometeo al titán de los mortales; un personaje fronterizo y astuto que se hizo amigo de los hombres por molestar a Zeus.
Cuando el padre de los dioses capturó a Prometeo por haber llevado el fuego a los hombres, encadenó su cuerpo a una roca y mandó que un águila se comiera su hígado. Pero el hígado de Prometeo se regeneraba todas las noches. Con ello, el águila seguía teniendo comida todos los días. Por muy fantástica que sea esta historia, algo de cierto tiene. Sobre todo atendiendo al hígado, órgano que se encuentra en la parte superior derecha del abdomen y que tiene la particularidad de regenerarse a sí mismo. Hace unos años, según un estudio dirigido por el profesor de medicina Steven Artandi para la Universidad de Stanford, se descubrió que la regeneración del hígado es causa de la expresión de una enzima; la telomerasa.
Con esto, la telomerasa se convierte en responsable de la eterna juventud del hígado, ya que su actividad mantiene la estructura de los cromosomas intacta en cada división celular, evitando que se acorten sus extremos. Esto sucede en condiciones normales, pero también cuando el hígado está dañado por enfermedad. Llegados aquí, podemos asegurar que la regeneración del hígado de Prometeo no se debió a la naturaleza titánica, sino a su elevada telomerasa. La ciencia siempre viene a despejar las incógnitas mitológicas.
Al final, Prometeo sería liberado por Heracles, pero durante toda la vida cargó con los grilletes de una condena que el acto psicoanalítico identifica con el complejo de culpa. Carl Jung encontraría similitudes entre el titán Prometeo y el fuego del sacrificio llevado a su etimología sánscrita, donde "math" (robar) se relaciona con manth (frotar). De esta forma, a los palitroques frotados entre sí para lograr el fuego se los denomina pramantha. Con estas cosas, Jung llega a la conclusión de que el fuego del sacrificio es asunto sexual, ya que, toda excitación tiende a manifestarse rítmicamente y para frotar dos palitroques y provocar el fuego se requiere cierta calentura rítmica.
La ciencia siempre viene a despejar las incógnitas mitológicas
Para terminar, decir que Engels siguió estudiando duendes y manos invisibles en las relaciones fetichistas del ser humano con la mercancía. En sus tiempos, mantuvo una guerra abierta con una corriente filosófica surgida en Alemania entre ciertos médicos y naturalistas que Engels denominó representantes del “materialismo barato” y entre los que se encontraban Ludwig Büchner, Karl Vogt y Jakob Moleschott. Defensores de un “materialismo monista” sostenían que el cerebro segrega el pensamiento de la misma manera que el hígado segrega bilis. Fue Karl Vogt el responsable de llegar a tan ruda conclusión, asegurando que «entre la inteligencia y el cerebro hay la misma relación que entre la bilis y el hígado, o la orina y los riñones”.
Después de tal aforismo, sólo cabe decir que, a veces, el materialismo se pone tan vulgar que lo mejor es refugiarse en las alturas, cerca del monte Olimpo, para así liberar nuestro inconsciente de bilis.
El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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