Fanatismos e inacción
El papel de Maduro en este conflicto no es menor ni para Colombia ni para la región
La decisión de los excombatientes de las FARC Iván Márquez, alias el Paisa, Santrich y otros de rearmarse es su cruel responsabilidad y de nadie más, y por lo tanto el Estado está en la obligación de perseguirlos sin fronteras, especialmente cuando el territorio que los cobija es un vecino autócrata. Pero eso no puede convertirse en una talanquera para impedir la reflexión sobre cómo la inacción institucional y las ambigüedades discursivas terminan por alimentar narrativas en torno a la imposibilidad de la paz. Por el contrario, resulta obligatorio hacerlo.
Mientras quienes ganaron el No en el plebiscito para refrendar los acuerdos del proceso de paz insistan en hacer valer su posición desde un fanatismo inquebrantable, confrontando al presidente por ellos mismos elegido, no será posible acordar unos mínimos para salvaguardar la vida de los líderes sociales en la mira, ni tampoco mantener al 90 por ciento de excombatientes dentro de la promesa de la reconstrucción del tejido social. Y si el presidente piensa como algunos miembros de su partido, sería deseable entonces saberlo para no seguir alimentando el imaginario del policía bueno y el policía malo, y quienes honestamente están haciendo la tarea sepan a qué liderazgo responden.
El gobierno del presidente Iván Duque insiste en su compromiso con la implementación de los acuerdos de paz firmados hace ya dos años y medio, y entrega cifras de cumplimiento en algunas áreas, pero sus soportes partidistas del Centro Democrático reniegan una y otra vez de esa paz que pareciera no están dispuestos a aceptar porque sería entregar sus principios. Los únicos principios válidos eran los de garantizar el no retorno de la violencia y ahora deberán enfrentarse a consecuencias que no creo subestimables.
Márquez y sus compañeros desertores son una amenaza que no es menor si se unen con la guerrilla del ELN, con la que no estamos dialogando desde el horrendo atentado contra la escuela de cadetes de la policía hace unos meses. Venezuela, o sea, Nicolás Maduro, los financia, protege y los convierte así en una fuerza delincuencial con capacidad de daño. Ojalá que no. En un escenario racional, se esperaría que de algo les hubiera servido la manera como la sociedad les hizo ver en su momento que no son los héroes del pueblo, ni los representantes de los menos favorecidos.
Pero no creo. Son sencillamente unos desertores con un discurso ni medianamente elaborado para las realidades de un mundo que se mueve a una velocidad inusitada. Hablan de oligarquías corruptas cuando su existir prefiere la sangre que la lucha democrática. No aprendieron la lección de ver el llanto y la generosidad de tantas víctimas que fueron capaces de perdonarlos durante el proceso de paz. En definitiva, resultaron más pequeños que sus peores enemigos. No pudieron. No saben ganar sin el arma al cinto. Eso se llama cobardía. Fanatismo por las armas. Las disidencias, al menos se sabe, no tienen futuro.
No solo las ambigüedades del discurso político y la cobardía de los guerreros merecen unos puntos de análisis. También la JEP y su inacción. Se demoró en sacar de su jurisdicción a los que deshonraron desde el primer día los acuerdos firmados. Se enredaron en sus propios tiempos para garantizar un Estado de derecho que no hizo otra cosa que darles espacio para su rearme y la traición a sus compañeros. Márquez y El Paisa nunca cumplieron sus compromisos con la JEP, que no Santrich, a quien las triquiñuelas del anterior fiscal impidieron juzgarlo a tiempo, como merecía. Ojalá sea lección aprendida. Porque de este tribunal sí depende el futuro como nación y la lectura que podamos hacer de nosotros mismos y nuestra historia.
Más delicado aún resulta que las Fuerzas Armadas, al parecer poco cohesionadas en su interior, como resultado de toda la corrupción denunciada y de la cacería de responsables por filtrar a los medios la verdad que los lastima, no logren explicar que frente a sus narices se haya rearmado un grupo ex-FARC. ¿Dónde está la inteligencia? ¿Qué certeza tiene el Ministerio de Defensa de que el video donde anunciaban una nueva guerra a los colombianos no fue grabado en el sur selvático de nuestra Amazonia sino en la porosidad de nuestra frontera con Venezuela? Lo esperable es que muy pronto puedan ser capturados, antes de que Colombia vuelva por la senda de contabilizar más víctimas.
La implementación del acuerdo sin retórica y con mayor decisión, por fuera de las cifras en las que ya no se reconoce cuándo es más y cuándo es menos, es el único desafío y obligación, a menos de dos meses de las elecciones regionales, donde ya deben estar los guerreristas pescando en las angustias ciudadanas para buscar el favor del voto extremista.
Esto no es ya un problema de los fanáticos del No en contra de los defensores del Sí, también incapaces de moverse a escenarios donde se puedan encontrar espacios de construcción colectiva. Todos los procesos de posacuerdos implican transiciones y producen deserciones. Solo es mirar el caso irlandés donde surgió el que se hizo llamar IRA auténtico o la facción disidente M23 en Ruanda y así en muchas partes, como en El Salvador donde se convirtieron en delincuentes comunes.
Llegan momentos en que los líderes tienen que reconocer cuándo es tiempo de cambiar el discurso por acciones y obligar a quienes les resultan dañinos a apartarse del camino. Sobre todo cuando puede estar en juego la seguridad de los propios excombatientes que sí respetaron los acuerdos, de los empresarios amenazados, y cuándo el papel de Maduro en este conflicto, siempre alimentado por un problema de narcotráfico tampoco resuelto, no es menor ni para Colombia ni para la región.
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