La España belga
En este mundo ganará el bloque menos dividido y con un cabeza de carrera más destacado
Mariano Rajoy pasó 10 de los 12 meses de 2016 como presidente en funciones. A Pedro Sánchez aún le queda para batir ese récord, pero no es imposible que lo logre ahora que ha revivido la posibilidad de una repetición electoral. De suceder, nos acercaríamos más al antimodelo belga: un país en el que el alto coste político de formar y cambiar Gobiernos se une a la división ideológica (también en el eje territorial) para producir largos lapsos con el poder ejecutivo en modo de piloto automático: sin nuevas leyes ni Presupuestos, limitado a un rumbo fijo, y con apenas capacidad de maniobra en caso de crisis.
Se da así la paradoja de que un sistema inventado para crear certezas genera incertidumbre. La Constitución de 1978 incluyó el requerimiento de mayorías amplias en la investidura y en la moción de censura a tal efecto. De igual forma, el sistema electoral español, que incentiva el voto útil sobre todo en las provincias pequeñas, favorecía en principio a los grandes partidos.
Ahora, sin embargo, las normas parlamentarias hacen que estos mismos jugadores se lo piensen antes de cerrar pactos de difícil reversión. También porque sospechan que cada nueva elección les puede acercar un poco más a la desaparecida, pero cada vez más añorada, mayoría absoluta. Los votantes nos debatimos entre una búsqueda irredenta de la pureza moral que nos ofrecen nuestros líderes y el empacho de ideología que produce la campaña permanente.
Es así como España no se atreve a ser completamente multipartidista, pero tampoco se decide a abandonar el bipartidismo. Para finalizar el viaje tendríamos que lograr una mayor proporcionalidad en el sistema electoral y rebajar los requisitos para la formación y destrucción de Gobiernos. También sería conveniente cimentar mejor el poder legislativo, como ha sugerido en estas mismas páginas el politólogo Pablo Simón. Los pactos serían más sencillos, pero también se desharían más rápido. Tendríamos que renunciar a la estabilidad que querían para nosotros los padres fundadores. Ahora, también podríamos consolidar sus intenciones otorgando un premio mayor a la lista más votada. Pero entonces quedaría definitivamente en nada la revolución de la representación multicolor.
Aunque lo más probable es que la ausencia de consensos para reformas de tal calado nos deje esperando la consolidación de lo que algunos han llamado bibloquismo: el neobipartidismo de bloques, viable bajo las normas actuales cuando los votos y las aspiraciones de nuestros líderes se estabilicen un poco.
En este mundo ganará el bloque menos dividido y con un cabeza de carrera más destacado. Y tendremos que resignarnos a estos periodos de inactividad belga cada vez que alguien piense que puede convertirse en el nuevo líder. No del país, no: simplemente de uno de los dos bloques.
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