La necesidad de aprovechar al máximo la vacuna antimalaria
En vez de seguir dependiendo de donantes externos, los países tienen que asumir el control de sus programas de inmunización
Una nueva vacuna antimalaria está en su etapa piloto en África subsahariana, donde ocurren el 90% de los casos de esta enfermedad, algo que podría ser un gran factor de cambio en la salud mundial. Pero, para alcanzar su potencial, los ministerios de salud deben hacer algunas transformaciones importantes.
La malaria causa la muerte de medio millón de personas al año, y la mayoría son niños de menos de cinco años. Se estima que los costes económicos de la enfermedad en África (gastos de tratamiento, ausentismo laboral, educación perdida, menor productividad y pérdida de inversiones y turismo) superan los 10.000 millones de euros al año.
La nueva vacuna, desarrollada por GlaxoSmithKline a lo largo de 32 años con un coste de más de 625 millones de euros, podría significar un gran avance. En ensayos clínicos con niños de entre 5 y 17 meses que recibieron cuatro dosis, la vacuna previno el 39% de casos en los cuatro años de seguimiento, y cerca del 30% de casos de malaria grave, y permitió reducir significativamente las admisiones hospitalarias. En estos últimos pacientes la necesidad de transfusión de sangre se redujo en un 29%.
Esta es la primera vacuna de eficacia comprobada de protección parcial contra la malaria en niños de corta edad, y hoy se ofrece a través de programas de vacunación rutinarios en áreas específicas de Ghana, Kenia y Malawi. Se espera que unos 360.000 niños la reciban cada año, pero estos programas —y los sistemas de salud en los que funcionan— tienen serias debilidades.
Una carencia radica en el almacenamiento y aplicación de las vacunas. Su potencia depende de si ha permanecido en una cadena de frío efectiva —un sistema para guardar y transportar vacunas a temperaturas recomendadas— desde el punto de manufactura al punto de uso. Para que las inmunizaciones infantiles cumplan su función, es necesario proteger y, de ser necesario, intensificar las cadenas de frío que llegan a los menores en todas las áreas, incluso las más remotas.
Esto significa invertir en equipos fiables para guardarlas y transportarlas, un mantenimiento adecuado de esos equipos, personal para la distribución, y un monitoreo efectivo de todo el sistema. También invertir en infraestructura (como caminos) y, donde los conflictos y la inseguridad eleven los costes de una inversión así, idear mecanismos de provisión innovadores.
Para que las vacunas infantiles cumplan su función, es necesario proteger y, de ser necesario, intensificar las cadenas de frío que llegan a los menores en todas las áreas
Zipline, una empresa tecnológica ruandesa, ha sido pionera en el uso de drones para el transporte de sangre, vacunas, medicamentos y otros insumos de salud esenciales. La compañía, que hasta ahora ha hecho posible el acceso a 13 millones de personas a tratamientos urgentes, acaba de ampliar sus servicios de transporte por drones a Ghana. Otra solución tecnológica que se podría considerar es el uso de teléfonos móviles para manejar existencias de vacunas y prevenir su escasez en centros de atención primaria de salud.
Otro imperativo para los países de Asia y África es reducir su dependencia de Gavi, la Alianza por las Vacunas, para financiar programas de vacunación. Desde 2001, ha desembolsado más de 800 millones de euros en Pakistán, 500 en Nigeria y casi 200 en Afganistán, por nombrar tres ejemplos.
En vez de seguir dependiendo de actores externos y arriesgarse a sufrir las consecuencias de la fatiga del donante, los países tienen que asumir el control de sus programas de vacunación. Una manera de hacerlo es iniciar una cobertura universal de salud con financiación pública.
En la actualidad, millones de personas de ambos continentes carecen de acceso a una atención de salud adecuada, asequible y fiable. Muchos se ven obligados a renunciar a intervenciones sanitarias que podrían salvar sus vidas, simplemente porque no se pueden permitir sus altísimos costes.
En línea con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, los países deberían estar trabajando para cambiar esta situación, asegurando una cobertura de salud para todos que incluya protección contra riesgos financieros y acceso a servicios esenciales de cuidados de la salud, medicamentos y vacunas. En lugar de perpetuar programas de salud verticales centrados en enfermedades específicas, los socios internacionales deberían apoyar este proceso en los países donde estén presentes.
Por supuesto, incluso si los países cumplen estos imperativos, la eficacia de la vacuna es solo parcial. Es necesario mantener y mejorar otros métodos probados de prevención de la malaria, como mosquiteras duraderas tratadas con insecticida (LLIN, por sus siglas en inglés), terapia preventiva intermitente para embarazadas, higienización adecuada y aplicación de insecticidas residuales. Por ejemplo, las LLIN que se distribuyen para proteger contra la malaria se suelen reutilizar como redes de pesca en Kenia, cortinas de viviendas en Madagascar y protecciones para plantas de semillero en Nigeria.
La inmunización es una de las intervenciones de salud pública más rentable en función de sus costes. Esta nueva vacuna no es diferente, especialmente porque se puede administrar a través de programas de vacunación existentes. Pero en algunas áreas su provisión sigue siendo un desafío. Si los líderes no superan este reto, puede que varios otros millones de niños no lleguen a cumplir los cinco años.
Ifeanyi M. Nsofor es médico y Director Ejecutivo de EpiAFRIC, Director of Políticas y Promoción del Observatorio de Salud de Nigeria, y Académico Atlántico de 2019 para la cátedra de Equidad en Salud de la Universidad George Washington. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen. Copyright: Project Syndicate, 2019. www.project-syndicate.org
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