Aviso a los padres: en el parque también se educa
Sobreprotección, compartir juguetes y otros aspectos sociales que debemos tener en cuenta o evitar cuando nuestros hijos disfrutan de su tiempo libre
El juego es el lenguaje natural de los niños. Una parte importante de sus necesidades de contenido emocional y social se cubren mediante el juego: aprenden a identificar y gestionar sus emociones, asumir el rol que les corresponde como niños, aprender normas y límites, establecer turnos en las conversaciones y en la utilización de los juguetes, aprender a respetar a los demás, valorar las diferencias entre las personas, favorecer su autonomía, aumentar su sentido de pertenencia, etc. Pero claro, todo esto se consigue con ayuda de las figuras de apego que están pendientes de ellos. Para que haya un correcto desarrollo de la personalidad y la sociabilidad de nuestros hijos, es imprescindible que nuestros hijos se relacionen tanto con nosotros como con sus iguales. Son como las dos caras de una misma moneda. Tan necesario para su desarrollo es relacionarse con sus padres (adultos) como con sus amigos y compañeros de colegio (grupo de iguales).
Los parques son lugares ideales para desarrollar todas estas habilidades sociales y emocionales que acabamos de mencionar, pero ¿acaso son todo buenas noticias las que ocurren en los parques infantiles? Parece ser que no. Si todos los padres cumpliéramos de manera religiosa con nuestras funciones, los parques serían un lugar idóneo para entrenar a nuestros hijos en muchas de las habilidades que deben adquirir. Y yo me pregunto: ¿por qué los parques infantiles sacan, en ocasiones, lo peor de los padres? Son como la jungla, en donde cada uno hace la guerra por su lado. Si hiciéramos un ejercicio de sinceridad, ¿realmente estamos cumpliendo con nuestras obligaciones cuando dejamos a nuestros hijos jugar y relacionarse en el parque? ¿Cuál es realmente nuestra función? Podríamos resumir en dos las funciones que los padres debemos cubrir a nuestros hijos en los parques: por un lado fomentar su curiosidad, su necesidad de exploración y de aprender a ser lo más autónomos posibles y, por otro lado, proteger y calmar a nuestros hijos ante el miedo, el conflicto y otras emociones desagradables. ¿Os habéis dado cuenta como los niños que están llorando buscan con la mirada a sus padres para ser protegidos y atendidos? En ocasiones los padres están físicamente tan distanciados de sus hijos que cuando estos lloran por una disputa, no pueden ser calmados y tranquilizados por ellos. Siempre he creído que los padres deberíamos ser en los parques como los coches de choque. Tendríamos que llevar un palo en nuestra espalda con una banderita de un color que coincida con el color de nuestro hijo, de tal manera que sea sencillo poder identificar quien es el padre o madre del niño que ha entrado en crisis. Solo así podemos actuar de manera rápida. En ocasiones veo niños llorando en el parque que buscan desesperadamente a sus padres y por más que trato de averiguar quiénes son sus progenitores, no lo consigo. Me da la sensación que algunos padres van a los parques a descansar y a hablar más que a educar a sus hijos, porque aún en el juego seguimos educando a nuestros hijos. Recordemos que para educar a un niño hace falta la tribu entera.
Un capítulo aparte merece el polémico tema de compartir los juguetes. ¿Por qué obligamos a nuestros hijos a que compartan todos sus juguetes? ¿Acaso obligas a tu marido o tu mujer a que comparta el móvil con los demás? ¿Y el coche? ¿Y tu casa? Pero si está muy bien compartir, ¿no? En mi opinión, no estamos respetando en absoluto a nuestros hijos. Si no quieren compartir, están en su pleno derecho. Eso sí, hay que ser consecuentes, en el sentido de que si tú no sueles compartir es posible que en un futuro no quieren compartir contigo. Hay que respetar sus decisiones pero también hay que invitarles a ser consecuentes, a que piensen en el futuro y en cómo se pueden sentir sus amigos si no comparte con ellos, pero respetando al cien por cien su decisión. Debemos educar también en el respeto hacia aquello que no es tuyo. El otro día en un parque un niño de unos dos años le cogió sin permiso la bicicleta a mi hijo mientras este último jugaba en la arena. Como los padres no estaban atentos a su hijo, me tocó a mí educar al suyo. ¿Qué hacer ante esta situación? Yo lo tengo claro. Le pregunté al niño si le había pedido permiso al dueño de la bicicleta. Al decirme que no, le recomendé que lo hiciera. Una vez que el niño se encamina a pedir permiso al propietario, ya delego en ellos lo que puedan acordar. Ojo, estas situaciones no son culpa del niño sino responsabilidad de los padres, pero como estos últimos no estaban en primera línea, me tocó a mí actuar. Entiendo perfectamente que los niños pequeños son, por naturaleza, impulsivos y no vienen de serie con estos extras. Considero que es importante que los niños entiendan que si no son dueños de algo que quieren, deben pedir permiso al propietario, y en caso de que no lo encuentren, no podrán utilizarlo. Es una cuestión de educación y de valores. ¿Por qué en estas situaciones nos tenemos que ocupar de la educación de los demás niños del parque? Considero que debemos hacerlo por el bien de todos los niños que están en ese momento en el parque; de nuestros hijos y del resto.
Tengamos muy presente que los niños son libres de poder dejar o no dejar sus juguetes a quienes consideren. Y subrayo niños. En ningún momento digo “padres”. Recuerdo que hace unas semanas en la piscina de nuestra comunidad mi hijo de casi tres años me dijo que había un dinosaurio de un amigo suyo que quería coger. Le dije que no podía jugar con él a menos que le preguntara a su dueño si le daba permiso para poder jugar con el dinosaurio. En ese momento, el padre del dueño del dinosaurio, que había escuchado nuestra conversación, le dio permiso a mi hijo a coger el dinosaurio: “Yo que soy su padre, te dejo que lo cojas”. Yo insistí, prudentemente, en pedir permiso al dueño y no al padre del dueño. Cuál fue nuestra sorpresa cuando fuimos a buscar al propietario del dinosaurio de goma y al preguntarle mi hijo si podía coger el muñeco su respuesta fue negativa. Moraleja: pide siempre permiso al propietario y no te dejes llevar por las decisiones de sus padres. En esta materia, ellos llevan el timón.
Rafael Guerrero Tomás es psicólogo y doctor en Educación. Director de Darwin Psicólogos. Profesor de la Facultad de Educación de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Autor del libro “Educación emocional y apego. Pautas prácticas para gestionar las emociones en casa y en el aula” (2018).
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