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Harry Pater
Columna
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‘Parque Jurásico’ | Bienvenidos al área infantil

En el parque todo parece muy divertido hasta que los niños se hacen daño y los velociraptores en forma de padres pesados se te echan encima

En el parque, algunos críos se ponen violentos si les tocas sus cochecitos de juguete.
En el parque, algunos críos se ponen violentos si les tocas sus cochecitos de juguete.

No se necesitan ni islas paradisíacas ni dinosaurios revividos a partir de ADN para atraerlos. A los padres primerizos nos bastan unas cercas de madera, dos columpios poco oxidados y algunos bancos sin cagadas de pájaro ni rastros de botellón para considerar ese sitio el emplazamiento más interesante sobre la tierra.

No es un lugar tan mítico como Shangri-La, la Isla de Perdidos o la finca Cantora de la Pantoja, pero el Parque nos llama.

Según tu línea filosófica o educativa, el parque te servirá como microcosmos para que tu retoño se socialice con otros y le toque el aire, o si eres más pragmático, para que se desahogue sin romper nada en casa.

Lo primero que me sorprendió de este pipicán humano fue el suelo. Aunque algunos parques conservan el peligro que tenían los de nuestra infancia, donde la arena dañaba tus rodillas o servía de alimento a niños locos o muy experimentadores, la mayoría tienen ahora un suelo de goma que evita lesiones y al pisarlo nos hace sentir astronautas low-cost.

Aunque no sea jurásico, el parque curte los niños. De hecho, exceptuando los tatuajes y un par de antecedentes, los pandilleros del Bronx y nuestras criaturas tienen mucho en común: se pasan el día en el parque, en bandas rivales y defienden a golpes su territorio, en reyertas por un cochecito de juguete que acaban con varias víctimas llorando.

Eso les enseña que compartir gusta más cuando es a ti a quien te dejan los juguetes de otros. (Y a los padres nos enseña que o le pones el nombre a los juguetes o los buenos los dejas en casa, porque desaparecerán como los amigos ante un evento aburrido de Facebook).

También descubrirán, golpe a golpe y no precisamente verso a verso, que su cuerpo no debe entrar en la trayectoria de cualquier arma de destrucción menuda, ya sea el banco del columpio o la pata del niño que se balancea como un Spiderman dopado de anfetamina, los laterales de madera de los toboganes o una simple pala de plástico que te da en el ojo y te deja pirata con parche.

Por el mismo precio, aún hay más peligros invisibles en el ambiente: los virus que se contagian de chupete en chupete, que las criaturas prueban a lo loco como en una fiesta de sumillers, el padre que deja la puerta abierta porque los suyos ya han salido y le da igual si otros niños desconocidos se pierden, y la bestia negra más terrorífica, los grupos de WhatsApp a los que acabarán agregándote la gente con la que coincides varias veces.

Como con los dinosaurios de Spielberg, en el parque todo parece muy divertido hasta que los niños se hacen daño y los velociraptores en forma de padres pesados se te echan encima. Pura teoría del caos.

Cuando les veas los colmillos cerca, huid.

Y recordad que aunque sea menos vistoso y menos entretenido, no hay nada como el hogar.

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