La única mujer de Cabo Cañaveral en el control del despegue del ‘Apolo 11’
JoAnn Morgan fue la única ingeniera en la sala encargada de los críticos momentos iniciales del despegue hacia la Luna. En un mundo de hombres, pagó un alto precio
Llevo más de 25 años viviendo en Houston y durante este tiempo he visitado las instalaciones de la NASA en el Johnson Space Center docenas de veces. Al principio estaba permitido sentarse en la original Mission, prodigio de las telecomunicaciones e ingeniería del momento, donde tantas situaciones épicas se vivieron y la conquista del espacio exterior tuvo sus cuarteles generales. Allí trabajaron algunos de los más míticos equipos científicos de todos los tiempos incluyendo el que dirigió con éxito la llegada del magnífico Apolo 11 a la Luna en 1969.
También he frecuentado el pequeño museo que la Universidad de Rice, muy cerca de mi casa y al lado del Centro Médico donde trabajo, dedica al discurso del carismático John F. Kennedy: Llevar un hombre a la Luna y traerlo de vuelta a la tierra sano y salvo. El discurso era de hombre a hombre, de Kennedy a los tres mosqueteros del Apolo 11: Armstrong, Aldrin y Collins. Kennedy lanzó este moonshot apoyado en un podio que la Universidad conserva como una joya histórica.
He vivido cerca de estos dos escenarios, la Universidad de Rice y el Space Center, un cuarto de siglo y, sin embargo, hasta hace pocas semanas no había oído hablar de JoAnn Morgan. Ella fue la única mujer presente en la sala de Cabo Cañaveral en Florida encargada de controlar los críticos momentos iniciales del despegue del Apolo 11, antes de que el mando de la operación pasase a Houston. Era la única mujer en un mundo de hombres. No fue admirada como pionera ni felicitada como adelantada a su tiempo ni promovida como precursora. Muy al contrario: pagó un precio por ello.
El primer día de trabajo, el jefe del equipo —temiendo reacciones inapropiadas— reunió a todos los miembros menos a ella y les convino a que la tratasen como a un colega más, a lo que uno respondió: “¿Podemos, al menos, pedirle que nos haga café?”. “No —fue la respuesta—, no puedes pedirle a un ingeniero que te prepare café”. A pesar de estar rodeada de una élite de físicos y otros científicos, varones con educación y estudios superiores, JoAnn trabajó sumergida en un ambiente sexista y machista.
Lo mínimo fue soportar comentarios machistas, como los de un fotógrafo que le recriminó: “Al menos podías haberte pintado los labios”. O trabajar en un edificio donde solo había lavabos para hombres. Peor fue aguantar comentarios soeces dentro de los ascensores. Y lo más irritante y amenazador fueron las llamadas telefónicas obscenas.
Que tuviese que quedarse encerrada en la firing room —práctica de rutina durante un lanzamiento— rodeada de un grupo de hombres preocupó a los organizadores; sin embargo, comentaron que aquello sería televisado y que el mundo entero les estaría viendo…
Lo más duro a nivel profesional fue ver cómo otros obtenían promociones que probablemente ella se merecía más, pero JoAnn aguantó en esas circunstancias y prosperó en su carrera gracias al apoyo de sus supervisores —todos hombres— y a su marido, y sobre todo por su interés por aprender. “Mi sangre está hecha del combustible de los cohetes”, ha afirmado en entrevistas en las que ha comentado con orgullo que, desde pequeña, le interesaba más la ciencia que jugar con muñecas. Participar en el moonshot le sirvió para asentarse en la agencia espacial como una persona de valía. Su inteligencia y dedicación le permitieron trabajar en la NASA durante más de 40 años, siendo su última misión la que llevó los rovers a Marte.
Desde el auténtico y pionero moonshot de Kennedy, la palabra ha evolucionado para significar el intento de conseguir algo muy difícil, casi imposible. Recientemente, por ejemplo, y a raíz de la muerte de su hijo a causa de un tumor cerebral, Joe Biden, vicepresidente de la administración Obama, lanzó un moonshot para terminar con el cáncer cuanto antes.
La humanidad afronta muchos moonshots, incluyendo temas como el inexorable cambio climático, los peligros y desafíos de la inteligencia artificial o la edición descontrolada del genoma humano. Indudablemente, la colaboración de los intelectos y voluntades de hombres y mujeres será necesaria para ganar esas victorias. Por otro lado, hay otros moonshots de orden social que nos tocan más a nivel personal y en los que podemos ser sujetos activos a diario. Entre estos está conseguir esa meta, que parece estar constantemente acercándose y alejándose, de la igualdad del hombre y la mujer: equidad completa y universal de derechos, incluyendo equiparación de salarios y mutuo respeto en el trabajo.
El 20 de Julio de 1969 un hombre, Neil Amrstrong, dio un pequeño paso en la Luna y eso representó un gran progreso para la humanidad; para toda la humanidad, no para la mitad de ella. Cuando vuelva a visitar Mission Control, pensaré en JoAnn y en todas las injustas corrientes subterráneas que sacudían el mundo de aquellas mujeres pioneras. Esos matices hacen que su labor tenga aún mayor importancia.
Cuando le enseñaron la fotografía donde aparece como la única mujer en la firing room, JoAnn no se sintió orgullosa sino consciente del necesario progreso y comentó: “Espero que instantáneas como esta no vuelvan a repetirse”.
Juan Fueyo es neurólogo del Centro de Cáncer MD Anderson y escritor
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