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Columna
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Excluyentes

Iglesias ha vuelto a dar jaque mate a Sánchez, con su amañada consulta a las bases que bloquea la negociación y la investidura

Enrique Gil Calvo
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias durante su reunión del pasado 9 de julio en el Congreso.
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias durante su reunión del pasado 9 de julio en el Congreso.ULY MARTIN (EL PAÍS)

Como en 2016, Pablo Iglesias ha vuelto a dar jaque mate a Pedro Sánchez, con su amañada consulta a las bases que bloquea la negociación y por ende la investidura. Una consulta no sólo amañada, pues su falaz disyuntiva únicamente favorece una respuesta con exclusión de la otra, sino además preventiva, ya que en toda negociación sólo se consulta a las bases tras concluirla para refrendar los acuerdos. Mientras que Iglesias hace al revés, poniendo el carro delante de los bueyes. Y ante tal desplante, a Sánchez no le queda más salida que rechazarlo, so pena de quedar como un pardillo molido y apaleado.

Es la ley de la contienda electoral, como batalla por la repu-tación donde todos necesitan alardear de honra calderoniana. Y en esta tragicomedia de capa y espada, ¿quién es el villano al que culpar por el fracaso de las negociaciones? ¿Sánchez, que empezó por negarse a tener ministros de Podemos? ¿O Iglesias, que acaba de romper la baraja para jugar a todo o nada? Sin duda, ambos a la par. Pues uno por otro, el resultado es el mismo, acabando al alimón con la posibilidad de construir una mayoría parlamentaria.

Así se confirma el excepcionalismo de la democracia española, la única en Europa que no quiere, no sabe o no puede formar por consenso mayorías multipartidistas. En su último ensayo, Josep Maria Colomer define a nuestro sistema político por su incapacidad de alcanzar acuerdos consociativos, lo que le destina a tener gobiernos minoritarios que solo representan al 30% de los votantes, como única alternativa al vacío de poder. Gobiernos de minoría que son por ende oligárquicos y elitistas, dado que excluyen a la mayoría absoluta de la ciudadanía.

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Es como si los políticos españoles padecieran una patología congénita que les impulsa a excluir a sus adversarios, puesto que se niegan a pactar con ellos por miedo a parecer tontos, débiles o perdedores. ¿A qué se debe esta vocación excluyente que les caracteriza? Se diría que su causa es la desconfianza que define a la democracia española, por lo que arroja los índices más bajos de confianza pública en las comparaciones internacionales. Aquí no nos fiamos de nadie: ni del poder, ni de nuestros rivales ni de nosotros mismos. Y el resultado es estar destinados a padecer gobiernos minoritarios o interinos.

Pero hay otra razón que explica esta compulsión excluyente, y es el abuso de los marcos de guerra de Judith Butler. Unos War Frames que repudian al adversario para no reconocerlo como un igual o un semejante, reduciendo a los pares a la condición de extraños a los que perseguir o acosar, excluyéndoles fuera del tablero según se intenta tanto aquí como en Cataluña. Es lo que pretende hacer Rivera con Sánchez, éste con Iglesias y éste con ambos. Unos frames excluyentes impuestos por una campaña electoral permanente reducida a un juego de poder que exige hacerse la guerra (incruenta) sin dar cuartel.

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