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Carcasona, el fuego eterno

Ernesto Orellana

COMO CADA 14 de julio, la ciudadela amurallada de Carcasona (sur de Francia), una joya arquitectónica del medievo europeo restaurada a mediados del siglo XIX, volverá a ser pasto del fuego. No será un fuego purificador ni destructor, sino un ritual mágico y festivo. Llegará en forma del tradicional festival de fuegos artificiales que ese día —fiesta nacional de Francia— tiñe de rojo el cielo sobre las murallas y las puertas de Narbona, Aude, Rodez y Saint-Nazaire, accesos a esta preciosa localidad incrustada en la Ruta de los Cátaros. Decenas de miles de personas asisten cada año a un espectáculo en el que toman parte algunos de los mejores pirotécnicos del mundo.

 

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