Programas para enseñar a los niños a gestionar sus emociones
El desarrollo emocional de los menores, que es responsabilidad de los padres y educadores y de la comunidad en su conjunto, sigue siendo una asignatura pendiente
25 años de trabajo con presos violentos cumpliendo condena en las cárceles norteamericanas hicieron comprender al psiquiatra James Gilligan que todos los crímenes tenían una cosa en común: estaban motivados por un sentimiento de vergüenza y de humillación. El psicólogo Richard Weissbourd recoge esta idea para ilustrar los efectos de las emociones destructivas y de la falta de estrategias para lidiar con ellas y, sobre todo, para destacar la responsabilidad de padres, educadores y miembros de la comunidad en su conjunto a la hora de enseñar a los niños a gestionar sus emociones negativas desde edades tempranas.
No es necesario llegar al extremo de ir a la cárcel condenado por asesinato para entender su importancia. Nuestra habilidad a la hora de experimentar y de enfrentarnos de manera constructiva a estas emociones se ve en el día a día. Niños que soportan el acoso escolar porque tienen miedo a ser rechazados por sus compañeros o niños que copian en los exámenes por temor a sacar malas notas que les avergüencen o provoquen desaprobación, son casos habituales. Y, según Weissbourd, los niños que saben que su comportamiento es nocivo o poco ético, pero que carecen de las estrategias adecuadas para enfrentarse a altas dosis de emociones negativas, pueden terminar cometiendo tales transgresiones obviando su voz de la conciencia.
El Centro para el Niño en Desarrollo, de la Universidad de Harvard, sostiene que el desarrollo emocional está relacionado con ser capaz de “identificar y entender los propios sentimientos, saber interpretar y comprender el estado emocional de los demás, gestionar las emociones fuertes y sus expresiones de una manera constructiva, regular el comportamiento propio, desarrollar empatía hacia los demás y establecer y conservar las relaciones con los otros”. Este desarrollo emocional forma parte de la arquitectura del cerebro de los menores y es moldeado por el ambiente en el que crecen, particularmente por las relaciones que mantienen con sus cuidadores y otros adultos que juegan papeles significativos en sus vidas.
Ningún ser humano nace sabiendo cómo gestionar sus emociones. La habilidad de los niños para lidiar con sentimientos abrumadores y para controlarlos crece con el tiempo. Experimentan emociones negativas cuando tienen hambre o el pañal mojado, y emociones positivas cuando se sienten cuidados y protegidos. Esta asociación entre las experiencias positivas y un cuidado afectuoso y sensible les proporciona una base emocional que les permite ser conscientes de sus propios sentimientos, anticiparlos, expresarlos y aprender a manejar hábilmente las interacciones con compañeros y adultos.
La habilidad de los niños para lidiar con sentimientos abrumadores y para controlarlos crece con el tiempo
Pero, más importante aún, el desarrollo emocional está relacionado a largo plazo con la capacidad de adaptarse al colegio, conservar un trabajo o prosperar en diferentes ambientes laborales y suele permitir mantener relaciones personales sanas, funcionales y duraderas. Por el contrario, una deficiente gestión emocional está vinculada con otros ámbitos del desarrollo y con el deterioro cognitivo.
El papel del desarrollo emocional en el comportamiento social tiene claras implicaciones en el diseño de políticas y programas educacionales. Si queremos que los niños se conviertan en adultos cariñosos, compasivos y respetuosos es necesario apoyar y alimentar su desarrollo emocional desde el principio. Sin embargo, existen importantes carencias que hay que solventar. La educación temprana no suele contar con personal adecuadamente capacitado para reconocer y gestionar de manera eficaz los problemas sociales y relacionales, y lo mismo sucede en el ámbito familiar.
El programa Making Caring Common (hacer del cuidado algo habitual, en castellano) es una iniciativa liderada por la Escuela Superior de Educación de la Universidad de Harvard que ha diseñado una serie de estrategias simples y efectivas para apoyar a padres y educadores en esta dirección. Muchas de ellas están relacionadas con ayudar a los niños a desarrollar sentimientos de empatía y preocupación respecto a los demás a través de prácticas concretas. Por ejemplo, esperar que ayuden de manera rutinaria en las tareas y alabar únicamente actos amables poco habituales. La idea es que acciones que se dan por sentadas y que no se premian tienden a arraigarse y a ser interiorizadas más fácilmente. En colaboración con la asociación norteamericana Doing Good Together (hacer juntos el bien) desarrollaron un curso práctico llamado Beyond our Neighbors (más allá de nuestros vecinos) para enseñar técnicas de empatía fácilmente incorporables a los currículos escolares que incluyen actividades, lecturas y proyectos para realizar en casa.
El desarrollo emocional comienza en edades muy tempranas de forma paralela a otros ámbitos del desarrollo como el cognitivo y el lenguaje y, sin embargo, a pesar de ser un aspecto fundamental de la formación, ha recibido mucha menos atención a la hora de formular políticas y acciones. Ocuparse prontamente de los retrasos y prevenir los posibles problemas psicológicos y relacionales puede generar indudables beneficios tanto desde un punto de vista individual como social. Un desarrollo emocional saludable es la base de relaciones sociales exitosas y duraderas, fundamentales para dar felicidad y sentido a la vida. A su vez, los adultos socialmente competentes, que se relacionen bien con los demás, que sean cariñosos, empáticos y respetuosos, son agentes de cambio para un mundo mejor. Algo que ya sabía Aristóteles hace más de dos mil años, cuando afirmaba que “educar la mente sin educar el corazón, no es educación”.
Marta Dormal es consultora en desarrollo infantil temprano en la División de Salud y Protección Social del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
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