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Tribuna
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El fin de ‘Chimérica’

Dos aspirantes a caudillos pelean por la primacía mundial: Donald Trump y Xi Jinping. Entre ambos se ha instalado una lógica de competencia de suma cero mientras Europa intenta mantenerse neutral

Mark Leonard
Enrique Flores

La escalada en la rivalidad entre China y Estados Unidos está marcando el inicio de un mundo bipolar. Mientras que las últimas semanas han estado definidas principalmente por una cooperación entre las potencias líderes, las próximas estarán signadas por una competición de suma cero. La globalización y la profundización de los lazos entre los países ya están dando lugar a lo que eufemísticamente se ha dado en llamar “desacople”. Los países y las regiones se están organizando en unidades económicas y geopolíticas más pequeñas bajo la apariencia de “recuperar el control”.

Todas estas tendencias están a la vista en la lucha por el gigante tecnológico chino Huawei, una multinacional que compra componentes a Estados Unidos, Europa, Brasil y otros lugares, vende sus productos en 170 países y está liderando la expansión de las redes 5G en muchas partes del mundo. Hasta hace poco, las empresas occidentales apreciaban los productos de alta calidad y bajo costo de Huawei; su presencia mantenía a las empresas tecnológicas estadounidenses y europeas siempre atentas.

Pero ahora, la prohibición de la Administración de Trump a las ventas de componentes esenciales a Huawei por parte de firmas norteamericanas, y su presión sobre los aliados estadounidenses para que hagan lo mismo, parece haber disparado un retroceso a gran escala de la globalización. Si Huawei y otros “paladines” chinos han de sobrevivir, deben poner fin a su dependencia de Estados Unidos en materia de cadena de suministro.

Es más, las advertencias de la Administración de Trump sobre un posible espionaje chino han instado a muchas universidades norteamericanas a romper lazos con empresas e instituciones educativas chinas. Las empresas nuevas estadounidenses están rechazando inversión china, o las obligan a no aceptarla. No sorprende que Huawei reporte que sus ventas de teléfonos inteligentes en el exterior hayan caído el 40%. Ahora espera perder 30.000 millones de dólares (26.500 millones de euros) en ingresos en los próximos dos años.

Detrás del conflicto sino-norteamericano hay dos aspirantes a caudillos que compiten por primacía: el presidente de EE UU, Donald Trump, y el presidente chino, Xi Jinping. Cada uno ha perseguido una agenda de rejuvenecimiento nacional y cambiado la postura de su país en el mundo. Trump cree que EE UU sufre una caída relativa porque se beneficia menos que otros del actual orden global. Convencido de que en tanto China se vuelve más fuerte EE UU necesariamente se vuelve más débil, ha lanzado una campaña de “destrucción creativa”, que mina a instituciones como la Organización Mundial de Comercio y la OTAN, y desecha alianzas comerciales como el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP por sus siglas en inglés). La idea es obligar a cada uno de los países a entrar en renegociaciones bilaterales con EE UU mientras este todavía esté en condiciones de fijar los términos.

La revolución tecnológica que contempla China consumaría la transformación del país en una dictadura de los datos

Por su parte, Xi ha reformulado el sistema chino y ha puesto su sello en la política económica y exterior. A través de su idea Hecho en China 2025, espera lograr que el país asiático pase de ser una economía industrial de poca tecnología a convertirse en un líder global de tecnologías de punta como la inteligencia artificial (IA). Aparentemente, su plan implica adquirir tecnología y conocimiento occidental y luego expulsar a las empresas occidentales del mercado chino.

La revolución tecnológica que contempla Xi consumaría la transformación de China en una dictadura de los datos. El poder del Partido Comunista Chino estará garantizado por un estado de vigilancia del siglo XXI, que hoy se está poniendo a prueba en la provincia de Xinjiang, donde por lo menos un millón de musulmanes uigures chinos están detenidos en campos de concentración. Y, más allá de las fronteras de China, Xi espera utilizar un billón de dólares en inversión de infraestructura transnacional —su famosa Iniciativa Un Cinturón, Una Ruta (BRI)— para establecer una esfera de influencia china que atraviese Eurasia, África y la cuenca del Pacífico.

Pero mientras que Trump y Xi han alterado el statu quo doméstico en sus respectivos países, sus agendas geoestratégicas simplemente han acelerado los desarrollos que ya estaban en marcha. Desde un punto de vista económico, el equilibrio global de poder ha venido pasando de Washington a Pekín tornando inevitable la competencia. Lo que ha cambiado es que la relación entre EE UU y China ya no es un acuerdo complementario entre economías desarrolladas y en desarrollo. Ahora que China y EE UU cada vez más compiten por el mismo premio, se ha instalado una lógica de competencia de suma cero. Chimérica ya no existe.

Este cambio ha resultado un shock para los europeos, que ahora deben preocuparse por no convertirse en un animal atropellado en un juego de la gallina sino-norteamericano. Una encuesta reciente del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores sugiere que la mayoría de los europeos —inclusive el 74% de los alemanes, el 70% de los suecos y el 64% de los franceses— preferiría mantenerse neutral.

Estas conclusiones sin duda favorecen a los chinos. En 2003, cuando EE UU invadió Irak, China empezó a buscar incursiones diplomáticas en Europa. La razón, me explicó el influyente académico chino Yan Xuetong, era que “cuando vayamos a la guerra con Estados Unidos, esperamos que Europa por lo menos se mantenga neutral”. Es por eso que no resulta sorprendente que Xi y el primer ministro chino, Li Keqiang, se hicieran presentes en Davos y en la Conferencia de Seguridad de Múnich, presionando por el multilateralismo. La esperanza, claramente, es introducir una cuña entre Europa y un EE UU gobernado por la Administración “Estados Unidos primero” de Trump.

Los europeos quieren vivir en un sistema multilateral donde las decisiones tengan reglas y haya alianzas tradicionales

Pero la neutralidad no es una opción para los europeos. Mientras EE UU y China se desacoplan, ambas partes le pedirán a Europa que tome partido. Es más, los europeos han comenzado a tomar nota de la amenaza planteada a sus propias empresas por el modelo económico de capitalismo de Estado y mercado cerrado de China. Un documento reciente de la Comisión Europea se refiere a China como un “rival sistémico” y propone un nuevo mecanismo para monitorear la inversión china.

El problema es que mientras que las relaciones de Europa con China se están enfriando, lo mismo sucede con sus vínculos con EE UU. Los europeos quieren vivir en un mundo multilateral donde las decisiones estén guiadas por reglas y donde se observen las alianzas tradicionales. Trump y Xi quieren algo completamente distinto.

Afortunadamente, si bien los votantes europeos se han mantenido pasivos, la UE y los Gobiernos europeos clave han estado pensando más en la soberanía europea. Cada vez es más generalizada la idea de que si Europa no tiene sus propias competencias en IA y otras tecnologías, los valores europeos apenas van a importar.

La cuestión, entonces, es cómo proteger la soberanía europea frente a las sanciones secundarias de EE UU, las inversiones chinas y otras fuentes de coerción externas. La respuesta no es obvia. Pero si Europa tiene éxito, podría convertirse en una potencia de igual relevancia en un mundo tripolar, y no simplemente en una marioneta en un juego que juegan Trump y Xi.

Mark Leonard es director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores.

© Project Syndicate, 2019. www.project-syndicate.org

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