Anticiparse, clave del futuro urbano
Estos son los principales retos de la Administración Pública para hacer que nuestras urbes sean habitables
En castellano, política y políticas son palabras que se confunden. No sucede así, por ejemplo, en la lengua inglesa, en la que los términos politics y policies reflejan la naturaleza distinta de lo político y de lo público. Esta distinción se convierte en un problema cuando el debate sobre una —la política— oculta o impide el debate sobre las otras —las políticas públicas—.
El debate sobre lo político es fácil de elaborar y de comunicar. Pero no es así cuando se trata de las políticas públicas, ya que se desarrollan siempre sobre un terreno complejo, en el que cuesta adentrarse y en el que es difícil proponer, transmitir y conectar con el potencial votante. Por ello, las campañas electorales transcurren con dificultades para sus protagonistas a la hora de discutir o contrastar cómo van a dar respuesta concreta a los problemas públicos que deberán confrontar en el caso de recibir el mandato de sus conciudadanos. Con frecuencia, temas generalistas ocultan la propia formulación o reconocimiento de estos problemas públicos. Aquel que se atreve a formularlos, es tachado de pesimista o agorero; y aquel que propone políticas concretas no recibe la atención deseable.
Los gobiernos deben afrontar importantes retos para dar respuesta a dichos problemas en su escala regional y local. El objeto de este artículo es transmitir cuáles creemos que deberían ser las políticas que concentren el mayor esfuerzo a realizar, durante los próximos cuatro años, por estos gobiernos:
1. Cambio tecnológico:
El cambio tecnológico ha aumentado su velocidad —ya de por si alta— y nuevas disrupciones tecnológicas llegarán en los próximos años, afectando tanto al sector privado como al sector público. Inteligencia artificial, robotización, genética, etc., afectarán a la sociedad en su conjunto y, de manera transversal, a las políticas públicas y a la gestión pública. La transformación tecnológica es una oportunidad, pero también creará importantes y nuevos problemas públicos.
La disrupción tecnológica crea oportunidades mediante la destrucción de lo previamente existente. Es, por tanto, un reto mayúsculo para el gestor de lo público, pues afecta a la misión principal de la intervención pública: dar seguridad a los administrados. Las Administraciones Públicas tienen que cambiar de mentalidad y no solo buscar soluciones para los problemas creados por la transformación tecnológica, sino impulsar y actuar como líderes de dicha transformación. Ante la sociedad de la incertidumbre, el sector público debe comandar el avance.
Las nuevas políticas de ciencia, de innovación y de industria son esenciales para ello. En la transformación tecnológica está la base de nuestras futuras sociedades. O se transforma nuestra forma de producir, de consumir y de competir o estamos abocados al fracaso como sociedad, perdiendo empresas, empleo e igualdad social.
2. Competitividad empresarial:
La competitividad de las empresas —instaladas en las distintas regiones y ciudades— se verá afectada directamente por el cambio tecnológico. Lamentablemente las tecnologías, que serán las protagonistas de este cambio, no se están desarrollando en España, constituyendo un problema público de primer orden. En este sentido, las Administraciones Públicas deberán impulsar el acceso de las empresas de sus territorios a estas tecnologías, así como crear instrumentos que hagan atractivo a nuestro país —y a sus regiones— frente a la tentación de deslocalizarse hacia donde existe ya un conocimiento mayor sobre las nuevas tecnologías disruptivas.
Pero la competitividad empresarial no depende solamente de las tecnologías, sino también de la capacidad de las empresas por competir en los mercados globales. Empresas fuertes equivalen a una economía fuerte y a un país fuerte. No hay sociedad que pueda sobrevivir pacíficamente si no es con un tejido empresarial competitivo, fuerte, equilibrado y responsable.
La movilidad eléctrica transformará nuestras ciudades y las convertirá en lugares más habitables, sin ruido, sin contaminación.
Sobre la competitividad empresarial inciden numerosas políticas, desde las tecnológicas a las energéticas, pasando por las fiscales o las de empleo. Sin dañar la respuesta pública a otros problemas como el empleo o la igualdad, las Administraciones Públicas deben fomentar esta necesaria competitividad con políticas innovadoras que sean capaces de apoyar a las empresas de sus regiones y localidades durante los próximos años.
Las políticas activas de compra pública o los planes económicos como los de economía circular, biotecnología, etc., son ejemplos de cómo los retos sociales constituyen inmensos vectores de impulso de la competitividad empresarial siempre y cuando estas políticas se hagan con valentía y anticipación.
3. Empleo:
La reciente guerra entre el taxi y las empresas de VTC no es sino un síntoma de un problema público de gran alcance. El cambio tecnológico —y especialmente la robotización— incidirán de manera directa sobre el empleo y sobre la empleabilidad —la capacidad de una persona para conseguir y conservar un trabajo—. Hoy, todos estamos en riesgo de quedar excluidos del mercado laboral por que nuestro trabajo termine siendo desarrollado por una máquina.
Los gobiernos deben abordar el inmenso reto que supone anticiparse a esta amenaza, tomar decisiones para mitigar sus consecuencias. Desde modernizar el sistema educativo, la oferta universitaria, la formación continua... Y comenzar a gestionar sus efectos sin agravar otros problemas públicos, como el de la competitividad de las empresas o el de la igualdad.
4. Eficiencia energética y energías renovables:
Entre aquellas tecnologías que tienen mayor capacidad de disrupción están las de generación y gestión de la energía. Durante el próximo cuatrienio, las Administraciones Públicas se enfrentarán a la transformación energética de sus estructuras (no dejan de ser grandes propietarios de inmuebles, de flotas, etc.) y de sus territorios. Esta transformación irá acompañada de políticas activas para que otros problemas como la competitividad o el empleo puedan beneficiarse del crecimiento verde.
Este cambio constituye el primer gran experimento de transformación tecnológica que debe afrontar nuestra sociedad y, en él, se ha de medir nuestra creatividad y capacidad para convertir una amenaza en una oportunidad. España fue en su día pionera en la construcción de grandes instalaciones de generación con renovables, pero ahora los retos de la generación distribuida, las redes inteligentes, el almacenamiento y la movilidad eléctrica exigen políticas nuevas y un esfuerzo colectivo de primera magnitud.
Después de las renovables vendrán nuevos y grandes cambios tecnológicos. En cómo seamos capaces de realizar esta transición, traduciéndola en empleo y competitividad, se medirá nuestra capacidad para abordar las complejidades futuras.
5. Calidad del aire y movilidad sostenible:
La calidad del aire está perjudicando seriamente a la salud de todos aquellos que vivimos en la ciudad.
En el ámbito de las grandes urbes existe un problema local con especial vinculación con los otros problemas descritos. La calidad del aire está perjudicando seriamente a la salud de todos aquellos que vivimos en la ciudad. Evitarlo es un objetivo que no debería someterse a discusión política.
A este problema, el cambio tecnológico tiene respuestas: la electrificación de las fuentes de generación de energía y del transporte. La movilidad eléctrica transformará nuestras ciudades y las convertirá en lugares más habitables, sin ruido, sin contaminación.
Acompañando este cambio tecnológico con políticas valientes —siempre buscando el equilibrio con los restantes problemas públicos— la ciudad puede volver a ser un lugar salubre, así como aumentar su atractivo residencial, que tantos años lleva perdiendo a favor de las áreas metropolitanas. Los nuevos modelos de movilidad —en especial la movilidad compartida— y el cambio en los hábitos sociales están llevando ya a una reducción de las tasas de motorización y, con ello, del número de vehículos en las ciudades. Esto liberará espacio público y, por tanto, nuevas zonas verdes y de ocio ocuparán lo que antes eran calles para circular. Esto aumentará el negocio, la atracción turística de los municipios, etc., pero también contribuirá a la masificación de las ciudades y producirá importantes tensiones para las arcas públicas locales.
6. Igualdad:
El conjunto de cambios que se ciernen sobre nosotros está aumentando de manera radical las desigualdades entre unas personas y otras. La clase media europea está sufriendo una constante pérdida de su poder adquisitivo, llegando a producirse situaciones de pobreza en nuestras ciudades y regiones que no se conocían desde hace décadas. Lamentablemente, nada indica que esta tendencia se vaya a revertir por si sola en los próximos años y, lo que es peor, esta situación es el caldo de cultivo perfecto para el populismo y el nacionalismo.
El reto de los gobiernos ante este problema público es inmenso, pues no solo deberán gestionar las políticas sociales y del estado de bienestar ante las situaciones que ya existen, sino que deberán actuar —a través de las demás políticas— para combatir las causas de esta desigualdad y que están más relacionadas con la transformación tecnológica, la pérdida de competitividad o la destrucción de empleos que derivas ideológicas que tanto dañaron a Europa en el s.XX.
Concluyendo, es evidente la complejidad de estas tareas y la interrelación que surge entre los grandes problemas públicos, creándose relaciones de dependencia positivas y negativas entre todos ellos. Esto es una muestra de que hoy la gestión pública es más compleja que nunca y, por tanto, la labor de los nuevos responsables no será ni fácil ni sencilla.
Decía W.C. Churchill que el buen político debe ser capaz de dos cosas: anticipar lo que va a pasar dentro de un mes, dentro de un año y dentro de una década; y explicar después por qué no sucedió nada de lo que había anticipado. En cualquier caso, el fracaso del político (y, con él, el de la sociedad) tiene su origen justo en lo contrario: la falta de interés o la desidia por anticipar lo que sucederá. La valentía a la hora de reconocer y formular los retos que hoy enfrenta la sociedad debe ser nuestra principal exigencia.
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