Forraje para las familias de pastores ‘peul’ en el límite del desierto
El 17 de junio se celebra el Día Mundial de Lucha contra la Desertificación y la Sequía para promover la restauración de más de 2.000 millones de hectáreas de tierras degradadas y mejorar los medios de vida de más de 1.300 millones de personas
Tras la senda de los árboles blancos. Los brochazos de pintura alba sobre la madera de las acacias y baobabs indican el camino para llegar al poblado senegalés de Mbar Toubab. La ruta casi intuida hace pasar entre una nebulosa dispersa de tierra y arbustos que crecen aleatorios, cabras que aparecen y desaparecen, un carro llevado por un burro, altos torbellinos de arena que levantan el suelo y se cruzan vertiginosos abriéndose paso a su antojo, y sol, mucho sol, todo sol. Y viento. Al final de las dos horas de laberinto, bajo una estructura de troncos retorcidos y hojas secas, la familia Sow hace su vida cotidiana con trajines de comidas, niños, pastos, tés, huertos, ganadería, risas y rostros más serios. En un dedo Diari Sow lleva un anillo de sus ancestros de la etnia peul (pastores en su mayoría), en una piel resquebrajada en surcos secos como el sendero que conduce hasta ella. Cuenta que antes apenas trabajaba, pero ahora vive y participa de la construcción de la Gran Muralla Verde, un proyecto internacional que aspira a levantar 8.000 kilómetros de vida vegetal para frenar el desierto en el Sahel.
Plantar forraje y acacias para que coman los animales es la principal tarea de Sow y su familia. Dependiendo de las dos estaciones que se viven en Senegal, la de lluvias o la seca, las plantas estarán más verdes o más amarillas, pero en cualquier caso frena el desierto, la zona sin hierba, la degradación de la tierra, que en el planeta suma 2.000 millones de hectáreas afectadas e incide en los medios de vida de más de 1.300 millones de personas, según datos de la Convención de las Naciones Unidas para Combatir la Desertificación (UNCCD). El 17 de junio se celebra el Día Mundial de lucha contra la Desertificación y la Sequía para incitar a la restauración y la productividad de los terrenos y promover “una buena administración de la tierra que ayude a las personas, las comunidades y los países a crear riqueza, hacer crecer las economías y asegurar suficientes alimentos, agua limpia y energía”, informa la citada organización.
La falta de verdor lleva a las familias pastoralistas o trashumantes a buscar los recursos allá donde quede vida para ellos y para su mayor capital, que es su ganado. Una dinámica que se agrava con el cambio climático, sentido en esta zona con una dimensión desproporcionada frente al impacto mínimo de esta población en el aumento de las temperaturas. Y una dinámica que, más allá de condicionar la seguridad alimentaria y el bienestar de los residentes de la región del Sahel, genera también migraciones e importantes disputas entre agricultores y ganaderos por distrutar del menguante terreno fértil y el agua siempre insuficiente. Una cuestión reconocida por los países implicados en la zona, y por la comunidad internacional, que unida levanta esta Gran Muralla Verde desde 2007, entre otras iniciativas.
“Antes toda la familia se movía para buscar la hierba para el ganado. Ahora nos quedamos aquí, es mejor, estamos más contentos, menos cansados. Y los niños van al colegio y hacen actividades. Me divierte verlos jugando, hay muy buen ambiente”, cuenta pausada Sow sentada en una colorida alfombra bajo la sombra de esas hojas secas, cerca de donde se levanta el huerto en el que cosecha tomates, berenjenas, hibisco y patatas que le permiten diversificar la dieta y obtener más nutrientes y energía de lo acostumbrado. “Por la mañana solemos comer mijo o cuscús con leche de vaca o leche de sobre; a mediodía cëebujen, (un plato tradicional senegales de arroz con verduras y pescado), pero sin pescado”, matiza. “Porque aquí no hay, raramente se puede comprar”, justifica. “Y por la noche cuscús de nuevo. Antes iba los lunes al mercado a por las verduras, pero ahora están ahí en el huerto”, señala.
Su actividad responde así a varias de las líneas estratégicas implicadas en el proyecto de la Gran Muralla Verde, de garantizar seguridad alimentaria ante millones de personas que podrían pasar hambre cada día, formentar la igualdad de género, evitar las migraciones o crear empleos verdes. En su caso, su familia es beneficiaria de un proyecto del programa Acción contra la Desertificación, promovido por la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO), que ha facilitado la logística del reportaje, y que tiene por objetivo también reforzar las capacidades de la población local, gestionar los recursos de forma sostenible y generar empleo permanente y diverso en tres poblaciones hasta sumar la restauración de 4.400 hectáreas degradadas, la introdución de fauna salvaje y restaurar el terreno con 960.000 plantas.
Ahora son las familias trashumantes las que han empezado a pedir las parcelas, con las que también obtienen beneficios económicos gracias a la venta del pasto y de las verduras del huerto colindante
Demba Sow, el cuñado de Diari Sow, es el vigilante de las 618 hectáreas de este proyecto situado en plena frontera entre las regiones senegalesas de Saint Louis y Louga, separadas por una pista de tierra. Ataviado con su pañuelo añil abre las vallas del recinto flanqueado que determina a la perfección dónde acaba el territorio degradado y donde comienza la plantación del forraje en la que ha trabajado la familia Sow, compuesta por más de 50 personas. “Antes las condiciones de vida eran más difíciles, pero con esta reconstrucción han mejorado, los niños van al colegio y mi mujer tiene un salario, eso es bueno para ella”, declara el supervisor de un pasto que llega hasta las rodillas y brotes de acacias tradicionales de la zona que crecen verdes de la arena roja. “Hay acacias radianas, ruilotica y senegalesa, además de baobabs, y el forraje de paja”, señala el agente técnico forestal que trabaja para el proyecto de FAO y se encarga de gestionar esta y otras iniciativas de la Gran Muralla Verde en la zona.
Reconoce que al principio, cuando empezó el proyecto en 2015, no fue fácil. “No lo aceptaban, pero trabajamos porque quisieran implicarse y encontraran beneficio para ellos, porque el ganado necesita hierba pero con la degradación de la tierra no siempre podían comer, y ahora con la conservación del forraje están bien alimentados”, señala el experto, que asegura que ahora son las familias trashumantes las que han empezado a pedir las parcelas, con las que también obtienen beneficios económicos gracias a la venta del pasto y de las verduras del huerto colindante. A unos kilómetros de la familia de Sow, un grupo de mujeres supervisa otra cosecha comunal con la que alimentan a su familia. Y varias dunas de arena detrás de ellas, otra comunidad peul recién estrena huerto. Apenas es un terreno baldío y mojado con plantones que asoman, pero tienen expectativas en que funcione. “De momento no vemos nada, tenemos que creernos que algo nacerá, pero esperamos que así sea porque a las familias de al lado les han crecido muchas verduras”, coinciden en resaltar las mujeres de esta comunidad.
“Si los animales no tienen que comer, las familias se van. Con esta iniciativa ya no tienen porque irse todos, y además los menores pueden ir al colegio”, dice con tremenda satisfacción el técnico, sobre la escuela de Mbar Toubab, que asegura que ya se había cerrado en dos ocasiones, pero ahora se levanta de nuevo con sistemas de electrificación solar y con un huerto en el que desde pequeños aprenden las técnicas de riego, los ritmos de las plantas y el valor de su cuidado. Mientras habla va contando que en esta zona la erosión provocada por el viento es peor que la del sol y aprovecha para recomendar que se ponga una cubierta vegetal sobre las plantas para evitar la degradación del suelo. Más verde para el límite del desierto, menos surcos en la piel de Sow.
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