Es fundamental mantener la vocación social de los microcréditos
Los gobiernos y otras organizaciones deben proporcionar educación financiera que prevenga el sobreendeudamiento de los más desfavorecidos
Una de las herramientas más conocidas universalmente para luchar contra la precariedad en los países en desarrollo son los microcréditos orientados a sectores de la población que, por su incapacidad de ofrecer garantías, quedan exluídos del sistema tradicional. Esta fórmula de microfinanzas, creada e institucionalizada por el economista Muhammad Yunus a finales de la década de los setenta en Bangladesh, presta pequeñas cantidades de dinero a personas que quieren empezar un negocio o que desean invertir en el que ya tienen. Estos créditos presentan un tipo de interés más alto que el de los comerciales y son otorgados con vocación social; la entidad presta este dinero no con el fin de enriquecerse, sino con el de que ese dinero permita al prestatario mejorar sus condiciones de vida. La iniciativa, que se materializó en el Banco Grameen, fue premiada con el Premio Nobel de la Paz en el año 2006.
La propuesta tuvo como receptoras principales a las mujeres de Bangladesh, ya que se observó que la pobreza afectaba más ellas, en parte, porque muchas veces quedaban excluídas de los circuitos económicos debido a prácticas tradicionales o hábitos sociales. Durante el desarrollo del proyecto, se puso también de relieve un dato muy relevante: los recursos que entraban al hogar a través de la mujer revertían más en el resto de la familia que los que lo hacían a través del hombre. Esta tendencia ha sido analizada después por instituciones como el Banco Mundial o la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), arrojando datos que incluso sitúan en un 90% de reinversión en el hogar de los ingresos femeninos, frente a un 30% o 40% en los masculinos.
Yunus también defendía en su obra El banquero de los pobres otras opiniones en que considero más cuestionables, como que el Estado debería limitarse a garantizar el cumplimiento de la ley y dejar al sector privado la erradicación de la pobreza, la cual se podría lograr si todas las personas tuviesen acceso al juego capitalista, en otras palabras, al crédito. Para él, la entrega de préstamos no se debe complementar con formación financiera o empresarial porque, literalmente “las personas pobres tienen la habilidad innata de la supervivencia”.
Durante el desarrollo del proyecto, se puso también de relieve un dato muy relevante: los recursos que entraban al hogar a través de la mujer revertían más en el resto de la familia
A finales de 2018 comencé un viaje por América Latina en el que buscaba aprender más sobre la realidad social y económica de la región. Tras explorar Perú, Ecuador y Colombia y observar las dinámicas del empleo informal y la carga del trabajo no remunerado que recae sobre las mujeres, supe que quería colaborar en algún proyecto que promoviese su empoderamiento económico. Me interesaba especialmente aprender más sobre microfinanzas en países en transición a niveles más altos de desarrollo como es el caso de Colombia, y cómo muchos de los gobiernos y organizaciones de la región han lanzado planes de formación financiera y empresarial en los últimos años. América Latina y el Caribe es una de las regiones con menor acceso a servicios financieros tradicionales en el mundo , y esto afecta especialmente a los sectores más vulnerables de la sociedad.
De esta manera me puse en contacto con la Fundación de la Mujer, una entidad financiera que desde su sede en Bucaramanga (Colombia), complementa su actividad de facilitación de crédito a mujeres emprendedoras, con programas de educación financiera, asesoramiento sobre ahorro, formación empresarial y de nuevas tecnologías. La fundación trabaja tanto en grandes ciudades como en los pueblos más recónditos de Colombia bajo la máxima de que esta formación ampliará el impacto positivo del crédito en la vida de sus clientas, ayudándoles a mejorar su negocio y a empoderarse económicamente al tomar el control de las decisiones empresariales del mismo. Para mí supuso una experiencia única el poder interactuar con las usuarias y entender de primera mano los problemas a los que se enfrentan las mujeres en América Latina.
En la última década, el crecimiento de la industria del microcrédito se ha disparado en América Latina y el Caribe y según datos del Banco Iberoamericano de Desarrollo (BID), en la región operan aproximadamente unas 600 microfinancieras que han prestado alrededor de 12.000 millones de dólares.
El crecimiento de las microfinanzas orientadas hacia los más desfavorecidos no debería sorprendernos, si tenemos en cuenta que América Latina es la región con más desigualdad en el mundo. Por todo esto, es fundamental que las microfinancieras que comenzaron sus actividades con un fin social y que hoy tienden a la transformación en bancos comerciales, conserven su vocación, y que los gobiernos y otras organizaciones proporcionen educación financiera que prevenga el sobreendeudamiento de los más desfavorecidos, con especial atención a los microcréditos al consumo.
Y es que volviendo a Yunus, damos por supuesto que las personas pobres saben sobrevivir, pero como me dijo un día la coordinadora de actividades sociales de la fundación: “Lo que queremos es que ahora aprendan a vivir”.
María Ruiz-Melgarejo es analista de políticas públicas.
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