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Columna
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Catalanes

La doble apuesta catalana de Pedro Sánchez para Congreso y Senado no lo es solo por el diálogo territorial

Xavier Vidal-Folch
La ministra Meritxell Batet, en La Moncloa, el pasado octubre.
La ministra Meritxell Batet, en La Moncloa, el pasado octubre.Sergio Perez (REUTERS)

Se acabó el falso monopolio de que “los catalanes”, los “partidos catalanes” o “los políticos catalanes” eran los nacionalistas. Ahora, los más relevantes son dos federalistas-socialistas, Meritxell Batet y Manuel Cruz, ya casi tercera y cuarta autoridades del Estado.

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La costumbre de tomar el todo (los catalanes) por la parte (los nacionalistas) era útil para abreviar y titular. Pero suponía una injusta baza en favor de los nacionalistas, hoy indepes, en la lucha por la hegemonía cultural, clave para la política.

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Así que desde ya los reporteros de The New York Times y compañía escucharán para sus textos no solo la visión de la Generalitat levantisca que tan bien les cuida —como ha denunciado la sagaz corresponsal de Le Monde, Sandrine Morel—, sino también las de los presidentes del Congreso y el Senado.

Existe así una vía para que acabe el más siniestro hecho diferencial, el de la prima al ruido del aislacionista a costa de la discreción del dialogante. La ponderación ecuánime puede desafiar con éxito al amarillismo seducido por el escaparate, el escándalo, lo subversivo, lo raro... pretendidamente auténtico.

Pero también es falsa la queja centralista de que los catalanes lo copan siempre todo. Desde hace decenios no encabezan ninguna gran institución (salvo Landelino Lavilla, quien ejerció poco en la escena catalana). Cierto que el primer presidente del Congreso fue el leridano Ramon de Dou, pero eso fue en 1810, en las Cortes de Cádiz (luego hubo otros dos, en 1811 y 1821). Y que el gran Laureà Figuerola, inventor de la peseta, presidió el Senado, pero en 1872. Y que el general Prim, reusense, fue primer ministro, pero en 1869-1870, único caso en España (en Francia lo ha sido otro catalán, actual, Manuel Valls).

Claro que la Primera República (1873-1874) contó a tres políticos labrados en Cataluña entre sus cuatro presidentes: Francesc Pi i Margall, Estanislau Figueras y el almeriense Nicolás Salmerón, diputado por Gràcia que luego sería elegido para presidir la agrupación de los catalanismos, Solidaritat Catalana.

Hoy, la doble apuesta catalana de Pedro Sánchez no lo es solo por el diálogo territorial. También certifica y visualiza que el derecho de autodeterminación (interno) de los catalanes se respeta, como dictamina la ONU. Y que la autodeterminación (externa, secesión) carece absolutamente de apoyatura jurídica: solo es viable si un pueblo no halla espacio político dentro del Estado en que cohabita, porque es colonial, dictatorial o genocida.

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