Discutir delante de los niños puede ser bueno para ellos (si sigues estas pautas)
Ver a los padres afrontar las diferencias de manera constructiva es un aprendizaje que los hijos podrán usar cuando aborden sus propios conflictos
Entre tirarse los trastos a la cabeza y mantener una civilizada discusión hay un amplio espectro de situaciones, un abanico que recoge la mayoría de las discusiones maritales. Y, cuando la pareja tiene hijos, hay muchas posibilidades de que las peleas sucedan delante de ellos, algo que siempre ha puesto a los padres ante la disyuntiva de enviarles a su habitación o permitir su presencia. El sentido común, y el consejo tradicional, dicen alto y claro que lo mejor para su educación y su bienestar emocional sería evitar que fueran testigos de cómo sus padres se enfrentan verbalmente. Sin embargo, no son pocos los expertos que defienden que las discusiones de los padres tienen un efecto positivo en la formación.
Ahora bien, los mismos especialistas que defienden el lado educativo del conflicto dejan muy claro que los beneficios están reservados a los hijos de los padres capaces de cumplir una serie de condiciones. Quienes lo consigan podrán afirmar sin miedo que son un buen modelo de comportamiento. Incluso podrían presentar sus discusiones como una lección que prepare a sus hijos para la vida real, en la que las diferencias de pensamiento y las confrontaciones también existen, y no son situaciones fáciles de llevar.
Conviértete en maestro de resolver conflictos
"Si las discusiones se manejan de una manera adecuada pueden ser una gran oportunidad para que los hijos adquieran habilidades y, cuando ellos tengan que enfrentarse a esas mismas situaciones, puedan resolverlas de manera efectiva, teniendo control sobre sus emociones", defiende la psicóloga Beatriz González, socia directora de Somos Psicólogos y Formación. González remarca que si "esas discusiones tienen lugar desde el respeto, sin alzar la voz ni utilizando insultos ni chantajes emocionales, los hijos podrán desarrollar destrezas para manejar estas situaciones de conflicto con otros niños y, posteriormente, las que se presenten en su edad adulta". En la misma línea, la psicóloga clínica y directora del Grupo Clavesalud, Laura García Agustín, asegura que "una discusión es un buen modelo de aprendizaje si se hace bien". De hecho, conseguir evitar el punto de no retorno en una discusión acalorada es cuestión de tener ciertas habilidades.
La cuestión es, ¿qué entiende la experta por "hacerlo bien"? "Si se mantiene el control de la situación por ambas partes, si se saben expresar emociones de forma correcta, en primera persona, sin atacar o reprochar al otro, sencillamente expresando el enfado de un modo productivo. Si se sabe utilizar el tono, los gestos adecuados, las palabras y el mensaje correcto, si se sabe escuchar sin reproches ni insultos, y sobre todo, si se llega a acuerdos". Si los padres consiguen dirimir sus diferencias de un modo tan exquisito, teniendo en cuenta que el efecto de una crítica es 12 veces más potente que el de un piropo, los niños aprenderán que discutir es algo productivo, no una situación necesariamente negativa.
Sin embargo, mantener las formas puede ser complicado. Tanto es así que la experta opina que la mayoría de las discusiones que se producen entre los padres no cumplen con estos requisitos. Al final, "los niños suelen acabar interiorizando la idea de que discutir es malo porque los padres se enfadan demasiado, gritan, se hablan mal o se dejan de hablar, y esto trae consecuencias a toda la familia, especialmente a ellos, que acaban pagando las desavenencias de los adultos". Por suerte, uno puede mejorar, y la pareja entera también.
Una buena discusión enseña qué es el respeto y el control
A juzgar por los beneficios para la educación de los hijos, vale la pena hacer un esfuerzo por endulzar los tragos amargos de la convivencia en familia. A pesar de que la mayoría de las veces no es sencillo mantener la compostura, si se consigue, las lecciones que un niño puede sacar de una discusión bien llevada son muy valiosas. Entre ellas está "que existen opiniones diferentes y que estas pueden ocasionar enfado y dolor". Pero los pequeños también comprenderán que "los desencuentros pueden resolverse desde el respeto y el cariño que se tienen los padres, hablando, manifestando su dolor y pidiendo perdón si lo han ocasionado", afirma González. Eso sí, la petición solo valdrá si cumple ciertas condiciones.
Mantener una discusión modélica "podría resultar muy útil para que los menores desarrollen todas estas habilidades y puedan ponerlas en práctica en las ocasiones de conflicto que les surjan, gestionándolas de manera adecuada y no haciendo daño a la otra persona, sino manifestando sus opiniones de manera asertiva. Es decir, teniendo el control sobre sus emociones y comportamientos", argumenta.
Por su parte, García Agustín señala que hay tres premisas que nunca deben ignorarse antes de iniciar una discusión: la primera es un estado emocional facilitador, o sea, que si uno no está suficientemente tranquilo es mejor no empezar una discusión; la segunda se refiere al momento, y se basa en la idea de que una discusión puede irse al traste si elegimos mal cuándo iniciarla; por último, está el lugar: no podemos desencadenar una situación de conflicto en cualquier sitio. Si no se cumplen estas condiciones, la experta aconseja aplazar la discusión para otro momento, "tomarse un tiempo fuera de la situación para enfriarse un poco y después retomar el tema desde otra perspectiva y estado emocional".
A estas disposiciones previas, la psicóloga Beatriz González añade algunas recomendaciones que considera que es necesario tener en cuenta si uno aspira a tener una discusión ejemplar. Sus consejos son "plantearla desde un punto de vista constructivo, llegar a acuerdos para evitar volver al mismo asunto, mostrar alguna señal de cariño o afecto al finalizar, respetarse y no insultar y, sobre todo, no involucrar nunca a los niños en la discusión ni utilizarlos para hacer daño". Nada de gritar.
No mientas, no es la primera ni será la última vez
Cuando las aguas por fin vuelven a su cauce y, especialmente en el caso de que la situación se haya salido de madre, "es fundamental tener una conversación con los niños para explicarles lo que ha pasado, para que puedan entender e integrar en su mundo lo que ha sucedido y volver a sentirse seguros y tranquilos en el entorno familiar", sostiene García Agustín. "Tenemos que asegurarles que ellos no han tenido nada que ver en la situación y, mucho menos, con nuestro enfado", añade.
La experta subraya que es crucial no mentir a los niños ni asegurarles que no va a volver a ocurrir, ya que, "si no estamos en disposición de poder cumplirlo, esa será la manera más sencilla de quebrar su confianza en nosotros. Si no podemos garantizarles que no se repetirá debemos ser honestos y decirles que podría suceder de nuevo".
González también cree que hablar con los hijos una vez que el vendaval ha aflojado es, sin duda, conveniente y constructivo. "De esta manera, percibirán que las discrepancias son naturales y verán que pueden solucionarse de una manera adecuada y equilibrada. Preguntarles lo que han sentido en ese momento, minimizando sus miedos, puede ser muy positivo", explica. Además, si la discusión no se ha producido de la mejor manera, "lo más adecuado es pedir disculpas tanto a los hijos como a la pareja", aconseja.
Los peligrosos efectos de la discusión crónica
Si los beneficios de buscar la mejor manera de discutir delante de los niños no te convencen, quizá las repercusiones de las peleas "salvajes" de los padres sí te hagan reflexionar. "Los padres son las figuras de apego del niño y si observan que las discusiones son desde la agresividad, desde la falta de respeto y continuadas en el tiempo, estos niños podrán desarrollar problemas como la baja autoestima, dificultades en sus relaciones sociales y personales, inseguridades, miedos, falta de control en sus emociones y ansiedad", alerta González. Y añade: "Todo esto podría llegar a convertir a los niños en agresores o producirles fracaso escolar".
En el caso de que las peleas se cronificaran y se produjera una escalada de agresividad, dándose maltrato psicológico o físico, los efectos también se agravarían. "Pueden llegar a empujar al menor a autolesionarse o incluso generar ideas suicidio", subraya la psicóloga.
Ahora bien, el modo en que estas situaciones afectan al desarrollo emocional del niño dependerá en gran medida de su edad. En este sentido, Laura García Agustín asegura que "cuanto más pequeño es el niño, mayor será la sensación de miedo e inseguridad, puesto que su fuente de protección se ve alterada". Asimismo, a medida que va creciendo "pueden aparecer síntomas de ansiedad y alteraciones del estado de ánimo porque se produce una situación de indefensión aprendida. Es decir, ellos, como niños, no pueden hacer nada para que sus padres dejen de discutir y eso les genera desesperación, frustración y ansiedad", remarca.
González coincide con su colega en la gravedad en el caso de los más pequeños. Eso sí, sin restar importancia a la incidencia en la preadolescencia y adolescencia, etapas en las que "ver a los padres discutir constantemente puede generar agresión y rechazo hacia ellos", concluye.
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