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Cuando la rutina nos hace mayores

Con cada década que se suma, los cambios genera más desafíos e incalculables y esperanzadores descubrimientos

Taller de pintura para personas mayores de la Obra Social La Caixa, en su sede de Arapiles (Madrid).
Taller de pintura para personas mayores de la Obra Social La Caixa, en su sede de Arapiles (Madrid).Alex Onciu

El paso del tiempo nos vuelve implacables. Nuestra flexibilidad disminuye y tendemos a hacer las cosas a nuestro modo. Es decir, algo más monótono y generalmente idéntico. Las rutinas van llenando poco a poco nuestros días y finalmente uno entra en el maleable terreno de la comodidad. En sí mismo no es algo negativo, incluso afirmaría que es un derecho esencial. Aunque obstaculiza y en gran medida limita nuestra vida. Es demasiado sencillo entretejer nuestras mañanas en sucesiones repetitivas y prácticamente intercambiables.

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Porque cuando queremos darnos cuenta nos hemos alejado casi definitivamente de una realidad siempre estimulante. Se pierden aromas, sensaciones, lecturas o experiencias simplemente porque suponen un riesgo. Un temor muchas veces irracional a perder esa pretendida comodidad. Por lo que romper con el sofá y la certidumbre requiere bastante de nuestra parte. Detectando que ese potencial cambio supone un abismo con un gran número de sorpresas agradables.

No es necesario ir al otro lado del Atlántico, ni siquiera alquilar un coche para cruzar el país. Esas son el tipo de cosas que aplazamos y que nos impiden los verdaderos retos. Basta con entrar a esa nueva tienda del barrio y hablar con el dependiente. O conocer un nuevo punto de vista que ponga en duda algunas de nuestras certezas. Llamar también por teléfono a esa amiga de la que hace tiempo no sabemos nada. Y con quien hemos disfrutado tantísimo para probablemente volver a sentirlo de nuevo.

Puede que nuestras rutinas muchas veces no nos protejan. O lo hagan de un modo tan ilusorio que renunciar a ellas muchas veces sea un alivio. Tan solo hay que ver cómo se comportan algunas personas ante un alimento diferente. Ese sabor nuevo con una presentación arriesgada parece agitar una zona escondida. Con toda seguridad estimulará nuestro cerebro igual que lo hace el estudio de un idioma o la adquisición de habilidades con la cerámica. Tendemos a anclarnos en lo mismo. No porque sea mejor, sino porque es conocido y supone abandonar el riesgo. Sabiendo como sabemos que las cosas importantes siempre llevan consigo algo de esfuerzo y riesgo. Afortunadamente.

*Julio César Álvarez es psicólogo y escritor

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