La OTAN en la ‘era Trump’
La organización se enfrenta a varios desafíos, como que los aliados cumplan con sus compromisos de gasto en defensa
Hoy se celebra el 70º aniversario de la firma del Tratado del Atlántico Norte, que dio lugar a la aparición de la organización militar regional más relevante: la OTAN. Un acontecimiento de relumbrón por lo que dicha organización ha significado históricamente, ensombrecido por las enésimas discrepancias entre sus integrantes, que se celebra de manera discreta con un discurso de su secretario general, Jens Stoltenberg, ante el Congreso y una reunión con el presidente estadounidense.
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La OTAN se creó como instrumento de la política de contención que la Administración de Truman puso en marcha frente a la Unión Soviética y con un papel que excede los aspectos militares, para asumir un importante rol político y diplomático en el marco de la Guerra Fría. Es también un pilar de la relación transatlántica y un garante esencial del equilibrio europeo, el sistema de relaciones internacionales existente en el continente desde la Paz de Westfalia que, contra lo que se suele plantear, no desaparecería con el proceso de integración europeo, sino que sobreviviría en las relaciones de Europa occidental con la Unión Soviética primero y con Rusia en la actualidad.
La caída de la Unión Soviética provocó una fuerte crisis de identidad que obligaría a reevaluar el papel de la organización, que intervendría durante los primeros tiempos de la posguerra fría en escenarios regionales de relevancia estratégica menor como Bosnia o Kosovo. Fue también un momento clave para su crecimiento y expansión hacia el este, una decisión cuestionada en su momento por diferentes expertos y decisores de la política exterior estadounidense vinculados a la Guerra Fría como George Kennan, Paul Nitze o Robert McNamara.
Dicha expansión permitió apuntalar las transiciones hacia la democracia liberal y la economía de mercado en los países afectados, pero tuvo el efecto de aumentar las tensiones con Rusia, que consideraba amenazada su seguridad, denunciando el incumplimiento de las garantías concedidas en los momentos finales de la Guerra Fría. La expansión de la OTAN tendría una influencia destacada en las crisis que estaban por venir, como los casos de Georgia y Ucrania demostrarían.
Es importante apuntalar su relevancia ante una opinión pública estadounidense que no rechaza su existencia, pero considera su rol limitado
Más allá de la cuestión rusa, la OTAN participaría en diferentes escenarios de conflicto como Afganistán, después del 11 de septiembre. También en la intervención en Libia, que desató nuevas discrepancias entre los aliados al manifestarse las limitaciones europeas en materia de defensa, obligando a la Administración de Obama a ostentar un papel más protagónico del deseado. Estas limitaciones fueron denunciadas públicamente por el entonces secretario de Defensa, Robert Gates, en su discurso de despedida y tuvieron un importante eco en Washington de la mano de intelectuales destacados como el presidente del Council on Foreign Relations, Richard Haass.
Las elecciones presidenciales de 2016 dieron la victoria a un candidato republicano heterodoxo como Donald Trump, que había declarado “obsoleta” la organización, denunciando el peso desproporcionado de la inversión estadounidense frente a la de sus aliados. A pesar de las críticas que dichas afirmaciones provocaron, difícilmente pueden considerarse surgidas de la nada. Ya existía una opinión formada al respecto entre las élites de la política exterior estadounidense y una demanda de sus predecesores en la presidencia de incremento del gasto en defensa por los aliados europeos, como la Cumbre de Cardiff de 2014 demostró.
Si bien el presidente Trump ha mantenido cierta continuidad en la política europea de la Administración, las bases de la discrepancia, no debidas exclusivamente a su personalidad ni a sus formas, se mantienen. Ante las demandas estadounidenses, algunos líderes europeos plantearon como alternativa reforzar la PESCO y avanzar hacia la “autonomía estratégica”, proclama poco realista que, sin embargo, fomenta la necesaria cooperación militar entre Estados europeos.
En su 70º aniversario, la OTAN tiene enfrente numerosos desafíos, algunos políticos antes que militares. Entre ellos lograr el cumplimiento por los aliados del compromiso de gasto en defensa, especialmente en casos como los de España, Italia y Alemania, lejanos al 2% del PIB. Dejar de depender de la amenaza rusa como su principal razón de ser, compartiendo esta preocupación con los desafíos de seguridad y estabilidad en Oriente Próximo y el Mediterráneo o la creciente presencia de China en Europa. También es importante apuntalar su relevancia ante una opinión pública estadounidense, que no rechaza su existencia, pero considera su rol limitado, y unas élites de política exterior crecientemente escépticas y cada vez más volcadas hacia los desafíos de Asia-Pacífico.
De su éxito a la hora de afrontar dichos desafíos depende que una organización todavía esencial para garantizar la seguridad y estabilidad en Europa pueda continuar esta labor 70 años más.
Juan Tovar Ruiz es profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Burgos,
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