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Columna
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Sánchez y Rivera, la extraña pareja

El pacto PSOE y Cs es posible con los números y deseable, pero también parece inverosímil

Pedro Sánchez, el pasado 27 de enero, en la presentación de su programa electoral.
Pedro Sánchez, el pasado 27 de enero, en la presentación de su programa electoral.Eduardo Parra (Getty Images)

Queda un mes para las elecciones, pero la incertidumbre y la volatilidad de la política no conmueven la inercia de la victoria socialista. La duda ya no concierne a la renovación de Pedro Sánchez en La Moncloa, sino a la pareja o las parejas de baile dispuestas a arropar la investidura, más allá de cuánto la euforia demoscópica sugiera la hipótesis de un gobierno en minoría.

Puede explicarse así el éxtasis que predispuso la presentación del programa. El PSOE puede recuperar entre 40 y 50 diputados, no solo a costa del hundimiento de Podemos, sino atrayendo el desconcierto de los votantes de Ciudadanos. El partido de Albert Rivera ha perdido casi 15 puntos en 10 meses. Y su líder se resiste a aceptar la gran novedad que arrojan las encuestas: socialistas y naranjas sobrepasarían el umbral de la mayoría absoluta.

La fórmula se antoja inviable ahora por la aversión de Rivera a Sánchez y por el rechazo del PSOE a la fotografía en color sepia de Colón, pero los cordones y los dogmas que prevalecen en clave electoral pueden desdibujarse cuando sobrevengan el pragmatismo y la aritmética.

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Fue hace tres años cuando Sánchez y Rivera cooperaron en la investidura fallida. Y es en 2019 cuando la relación alérgica entre ambos conspira contra la solución más equilibrada. El pacto PSOE-Ciudadanos ahuyenta el chantaje del soberanismo y escarmienta los populismos de los extremos.

Hay espacios en discusión como la política fiscal y la concepción económica, pero el europeísmo, el modelo de libertades y el escrúpulo constitucional predisponen la conveniencia de una alianza que pondría remedio a la crisis del soberanismo en Cataluña.

Llama la atención que Sánchez no mencionara Cataluña en la presentación triunfalista del programa. Una elipsis estratégica que antepone la eficacia del discurso nacional como remedio a las veleidades que le había exigido la dependencia de los independentistas. El desencuentro de los Presupuestos y el juicio ejemplar del procés han corregido la percepción de la sumisión, incluso han relativizado el arsenal con que Rivera enfatizaba la doctrina de la unidad territorial.

El acuerdo PSOE-Ciudadanos se antoja el más sensato, pero parece el menos verosímil. Hay socialistas de muchos galones, como José Luis Ábalos, que trabajan en el deshielo. Y hay lugartenientes de Ciudadanos que abjuran del veto a los socialistas, pero se diría que al propio Rivera le han producido vértigo las conclusiones de las encuestas.

Nada más conocerlas, ofreció a Pablo Casado un pacto de Gobierno que tanto exponía la orientación ideológica-política como formalizaba la división de la derecha. Así lo demuestra la reacción humillante del líder popular. Ofreciendo a Rivera la cartera de Exteriores. Y convirtiéndolo en mayordomo.

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