La vida secreta de las palabras
Para Wittgenstein, el lenguaje era un juego social entre seres humanos y sujeto a reglas de silencio, pues, como apuntó en su Tractatus Logico-Philosophicus, de lo que no se puede hablar, mejor es callarse
El filósofo Ludwig Wittgenstein nació austriaco y murió británico, no sin antes escribir un libro tan breve como hermético que revolucionaría el sentido de la expresión discursiva, estableciendo límites al lenguaje.
Porque para él, no todo se podía expresar a través de las palabras. “Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo”, dejó dicho en su Tractatus Logico-Philosophicus; libro aforístico que fue escrito en el frente, durante la Gran Guerra, donde Wittgenstein se alistó voluntario. La publicación del Tractatus fue tan rocambolesca como lo sería también su escritura entre los sacos terreros de las trincheras. Cuando Wittgenstein fue hecho cautivo en Montecassino, salvaría el manuscrito enviándoselo por carta a Bertrand Russell para que fuera publicado.
El lenguaje, como primera forma de conocimiento, y el mundo contemplado como un conjunto de hechos, serán los argumentos a partir de los cuales dará comienzo el juego. Porque para Ludwig Wittgenstein, sobre todo lo demás, el lenguaje era un juego entre seres humanos; un juego social y sujeto a reglas de silencio, ya que, de lo que no se puede hablar, mejor es callarse. Es lo que dejó dicho con la solemnidad de un místico en el último aforismo del Tractatus. Con ello, Wittegenstein dejaría claro que nunca hay bastantes palabras para nombrar la realidad.
Escarabajo
Su otra obra, de igual importancia en lo que se refiere al estudio del lenguaje, se titula Investigaciones filosóficas y fue publicada dos años después de su muerte, sucedida en 1951. En el citado libro póstumo, Wittegenstein se propone jugar con el lector a través de una serie de indagaciones lingüísticas que va a desarrollar con ayuda de experimentos mentales. Uno de tales experimentos lo encontramos dentro de la caja de un escarabajo, recurso imaginativo que Wittgenstein aplicaría al concepto de “dolor”. “Supongamos", dice Wittgenstein, "que cada uno tuviera una caja y dentro hubiera algo que llamamos 'escarabajo”.
Las reglas del juego que establece Wittgenstein son sencillas. Nadie puede mirar en la caja de otro, y cada uno de los jugadores sabe lo que es un escarabajo sólo por haber visto su escarabajo. Pero podría pasar que cada jugador tuviese una cosa distinta a un escarabajo en su caja, tal vez un gusano, una hormiga o un grillo, incluso que la caja estuviese vacía. Lo que nos viene a decir Wittgenstein es que las personas aplicamos las mismas palabras para referirnos a ciertas sensaciones que, si no son iguales, por lo menos son parecidas.
Si tomamos como ejemplo la sensación subjetiva que se expresa con la palabra “dolor”, la citada palabra nos resulta imprecisa, ya que, sólo tiene sentido como acuerdo social de un hecho como es el dolor. No hay que olvidar que el lenguaje con el que nos comunicamos ha ido condicionando su forma debido a un consenso social, y que el entorno es otra de las partes de los seres vivos. Pero, a pesar de ello, no podemos saber exactamente lo que otras personas están experimentando cuando dicen que les duele algo, pues, cada escarabajo es único e intransferible, es decir, no compartido.
Si llevamos esto a un ejemplo más sencillo, como puede ser la lectura de una novela que todo el mundo haya leído, o una película que todo el mundo haya visto, nos daremos cuenta de que no todo el mundo ha sentido la misma emoción, o sentido la misma sorpresa, ante el giro de la trama. Porque, aunque se generalicen tales sensaciones, aunque nuestros escarabajos, por tener el mismo nombre, señalen lo mismo, no siempre ocurre que al utilizar las mismas palabras se hable de las mismas cosas. Tan sólo es un supuesto que se da por hecho, pues pensamos que los demás jugadores tienen un escarabajo igual al nuestro en cada una de sus cajas.
Es más, con el paso del tiempo, esa misma sensación privada, al ver de nuevo la película, o al leer de nuevo la misma novela, se va transformando. El escarabajo crece o se achica. La sensación original ya no existe, pues, nuestro escarabajo ya no es el mismo. Con el paso del tiempo, lo único que el escarabajo sigue conservando es el nombre.
El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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