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Zaz, la niña rebelde de la ‘chanson’

La cantante Zaz, cuyo verdadero nombre es Isabelle Geffroy, en París.
La cantante Zaz, cuyo verdadero nombre es Isabelle Geffroy, en París.ED ALCOCK
Álex Vicente

Es la cantante francesa con mayor proyección en el extranjero. Sus temas, llenos de alegría y desgarro, cuentan con fans como Plácido Domingo, Quincy Jones y Martin Scorsese. En abril, Isabelle Geffroy pasará por Madrid para presentar un nuevo disco, Effet miroir.

EN SU NUEVO sencillo, ‘Qué vendrá’, canta un estribillo en castellano. Zaz aprendió a chapurrearlo durante los veranos que pasó cerca de Tortosa, en el delta del Ebro, a la sombra de la huerta de una amiga de su madre donde una vieja alberca de hormigón hacía las veces de piscina. Además, la cantante está convencida de haber sido “una prostituta española, con el pelo muy negro, en una vida anterior”. Por esos motivos, tiene en un pedestal a España, uno de los países donde su música funciona mejor. “Cantar en castellano es una manera de agradecerlo”, dirá al comienzo de un distendido encuentro en París, tan poco formal que cuesta definirlo como entrevista. La cita tiene lugar en un peculiar espacio: la sala de un hotel de diseño situado en los gentrificados barrios del este de la capital francesa, que las empresas suelen alquilar para organizar sesiones de team building. Allí, esta cantante de 38 años y con aspecto de mochilera parece pintar lo mismo que un pulpo en un garaje.

“Intento seguir siendo una niña porque cuando dejas de serlo te mueres. Pero he encontrado una serenidad. Me encuentro más en paz conmigo misma que en otras épocas. Antes estaba muy enfadada. Ahora no es un sentimiento que privilegie. Me gustaría que mi vida fuese un bonito guion”, dice Zaz, nacida con el nombre de Isabelle Geffroy, aunque dice que hoy solo la llaman así al presentarla en las entrevistas.

“Intento seguir siendo una niña porque cuando dejas de serlo te mueres. Pero estoy más en paz conmigo misma que en otras épocas”

Ese cambio se refleja en Effet miroir, su cuarto disco de estudio y el primero con temas originales desde hace cinco años. En él, vuelve a cantar a los pequeños placeres y las grandes decepciones de la existencia, siguiendo la fórmula mágica con la que conquistó a millones de fans en el mundo con su debut en 2010. Aquel álbum homónimo contenía un superéxito titulado ‘Je veux’, oda a la autenticidad en un planeta obsesionado con el capital, que la convirtió en la cantante francesa con mayor proyección internacional. El álbum, que presentará el 1 de abril en un concierto en el WiZink Center de Madrid, insiste en algunas ideas de su debut. Son canciones buenrollistas pero con un inevitable toque de nostalgia, interpretadas con su voz prodigiosa, ronca pero cristalina, que a muchos les recuerda a las estrellas de la chanson del siglo pasado.

Zaz, en un hotel de París.
Zaz, en un hotel de París.ED ALCOCK

La primera vez que se escucha, parece la crónica inconfesa de una crisis personal. Se adivina una ruptura. Sus temas están escritos en un intento de reafirmar su identidad frente a alguien que la ha puesto en duda, ante un mundo que la desdeña. En los títulos abunda la primera persona del singular: “Hablo fuerte”. “Las críticas me resbalan”. “He llegado aquí y estoy orgullosa”. Pese a mostrarse pudorosa, Zaz no lo negará. “Ese es mi estado permanente: siempre estoy en crisis”, bromea. “Este es un disco que responde a una voluntad de conocerme mejor y de liberarme de todo aquello que no me representa. Mi objetivo es encontrar mi propio camino y no ser prisionera de las creencias de los demás, de lo que he heredado por vía familiar o por presión social”.

El disco también es un compendio de sensaciones experimentadas durante los ocho años que ha pasado en la carretera, dando varias vueltas al mundo para acercar su música a todos los rincones. Eso se traduce en un popurrí de estilos, que van de Cuba a Laponia, de la fanfarria desbocada al cántico intimista sentada al piano. Cuando estudiaba música, dejó todas las puertas abiertas. “Hice blues, jazz vocal, música afrocubana, coros de góspel… En mi casa escuchaba a Aznavour y a David Bowie, a Jacques Brel, pero también a A-ha. Pero las voces que más me emocionaban eran las que cantaban a la fe, como Whitney Houston”, recuerda. Hay cantantes eclécticos, y luego está Zaz.

Zaz, en un concierto en Colonia en 2013.
Zaz, en un concierto en Colonia en 2013.Getty Images

El éxito la pilló por sorpresa. Casi nadie apostó por el debut de una desconocida sin experiencia, más allá de haber cantado en los pasillos del metro parisiense —“un episodio ingrato”, recuerda— y en los rincones más turísticos de Montmartre, como la Place du Tertre, a donde los extranjeros acuden buscando las esencias de una ciudad que ha dejado de existir (y puede que no haya existido nunca). “Es un lugar muy cerrado, pero los pintores que hay me hicieron un hueco. Y hasta me dieron dinero para producir mi primer álbum. Supongo que llamaba la atención, porque una chica gritando en el corazón del viejo París recordaba a los tiempos de Édith Piaf”. Contra todo pronóstico, triunfó. Pese a debutar en medio de la peor crisis de la industria discográfica, Zaz ha vendido más de cuatro millones de discos en todo el mundo. “El éxito me desestabilizó. Fue violento, intenso, turbador y agotador. Pero siempre fue una suerte que me pasara a los 30 años. Diez años antes, con lo enfadada que estaba, hubiera sido catastrófico. Creo que llegó en buen momento”.

La cantante, en 2015 con el fallecido Charles Aznavour.
La cantante, en 2015 con el fallecido Charles Aznavour.Olivier Arandel (EFE)

Se dio cuenta de que su vida iba a cambiar al volver de un viaje por España con su novio de aquella época. Pararon en una gasolinera por cuyos altavoces sonaba el contagioso estribillo de ‘Je veux’: “Quiero amor, alegría, buen humor. / No es vuestro dinero lo que me dará la felicidad. / Lo que quiero es morir con la mano en el corazón”. Convertida en millonaria por las ventas, las giras y los royalties, ¿ha cambiado Zaz de opinión sobre el asunto desde que escribió esos versos? Tal vez algo molesta, la cantante contesta con un “no” lapidario. “Creo que se entendió mal esa letra. Lo que yo rechazaba era el lujo”, reflexiona Zaz. “Pero el dinero es importante porque te permite hacer cosas”. Entre ellas, cita su apoyo financiero al movimiento Colibri, liderado por el pensador Pierre Rabhi, que cuenta con miles de seguidores en Francia por su mensaje ecologista, antiliberal y antiglobalización. Y también la fundación creada por ella, Zazimut, a través de la que organiza un festival de música cada verano en la región francesa de la Ardèche, donde también cita a asociaciones que trabajan por causas en las que cree. “Pierdo 130.000 euros cada año. Podría comprarme muchas cosas con ese dinero, pero prefiero crear conexiones entre la gente”, afirma. Zaz quiere organizar un encuentro parecido en Rusia y montar un festival itinerante en el continente africano, un proyecto largamente acariciado.

Zaz nació en 1980 en Tours, en el valle del Loira, en una familia humilde. Es hija de un técnico eléctrico y de una profesora de español que se divorciaron cuando ella tenía nueve años. Tras esa separación, sobre la que no se extiende demasiado, decidió abandonar el violín, que llevaba dos años aprendiendo a tocar. “Estaba triste”, se limita a decir. No volvió a tocar hasta los 20 años, cuando consiguió una beca para estudiar en un conservatorio de Burdeos, donde pasó una adolescencia repleta de conciertos callejeros y raves clandestinas. En ambas ramas de su árbol genealógico abundaba el gusto por el terruño, los valores sencillos pero sólidos y un rotundo izquierdismo político. Y ella, ¿a qué capilla ideológica pertenece? “Yo soy humanista. No sé si eso es ser de izquierdas o de derechas, pero supongo que más lo primero”, responde. “Aunque, más que en la política clásica, creo en los actos ciudadanos. Lo que me interesa es la gente que reinventa el mundo en el ámbito local, creando huertos colectivos, escuelas alternativas o cooperativas para comer productos sin sustancias químicas”.

Su despertar político fue tardío. Hasta los 30 años no votó. “Pero terminé entendiendo que muchas generaciones habían luchado por el derecho al voto y que yo no tenía derecho a desaprovecharlo”, explica. “Ahora bien, siempre he votado por despecho, por la opción menos mala y nunca por convicción”, afirma, haciéndose portavoz de un sentimiento generacional que considera muy extendido. El reciente auge de los extremismos en el mundo le preocupa, pero mantiene la esperanza: “Puede que Trump sea un mal necesario, que permita a la gente darse cuenta de ciertas cosas y la impulse a votar en otra dirección la próxima vez”. Sobre el ascenso de Marine Le Pen en esas tierras periféricas que también la veneran a ella, patria chica de la protesta de los chalecos amarillos, no se extenderá. “Yo no quiero que en Francia haya radicales en el poder”, zanjará.

Su éxito ha sido incontestable en su país, donde casi todo el mundo ha tenido una compañera de piso o vecina de rellano que le recuerda a ella. Una de esas chicas de provincias que desembarcan en la capital y tocan en grupos de jazz manouche, la variante gitana del género que se inventó Django Reinhardt, a la espera de un éxito que no siempre llegará. A ella sí le llegó, pero es consciente de debérselo tanto o más a sus fans internacionales que a sus compatriotas. Zaz ha vendido la mitad de sus discos y realizado la mitad de sus conciertos en el extranjero, caso poco habitual en la música francesa de hoy.

Entre sus fans hay personajes tan célebres como Martin Scorsese, que le pidió una canción para su pelícu­la Hugo, al considerar que su voz lograba transportar automáticamente a los años treinta. Plácido Domingo accedió a interpretar un dúo con ella, igual que Pablo Alborán —firmaron una versión de Sous le ciel de Paris, una de esas viejas canciones que popularizaron Piaf, Juliette Gréco e Yves Montand— y que el cantante de Rammstein, Till Lindemann, con quien ha colaborado recientemente. Y Paul Krugman, conocido por sus columnas de referencia en The New York Times, le declaró su admiración en su blog.

Para explicar su éxito, Zaz dice que solo ha intentado cumplir sus visiones en realidad. Una vez se le apareció Quincy Jones en sueños. Decidió pedir al mítico músico que le produjera un tema. “Mi propio equipo puso los ojos en blanco y me trató de ilusa”, recuerda. Para sorpresa de todos, respondió que sí. Su nuevo empeño es que le haga caso Dr. Dre, el productor de hip-hop que convirtió en reyes del género a Tupac Shakur y Kendrick Lamar. Y luego hay otra fantasía en la que se ve convertida en madre. Ese será el próximo capítulo de su vida. “También me planteo adoptar. Sé que puede ser un proceso largo y complicado, pero soy muy cabezota”, asegura. Lo dicen sus últimos versos: “Si me pierdo, es que ya me he encontrado. / Y sé que debo continuar”.

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Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.

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