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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La boda roja… en la Casa Sanchista

Lo del secretario general del PSOE en Ferraz este fin de semana ha sido una masacre, casi al modo de 'Juego de Tronos'

Teodoro León Gross
El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, en un acto de su partido este sábado en Madrid.
El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, en un acto de su partido este sábado en Madrid.Fernando Alvarado (EFE)

Las siglas se conservan, pero su significado se desdibuja: el PSOE va pasando a ser el Partido Sanchista Obrero Español. A su medida. Todo líder tiene legitimidad para sintonizar el partido, pero se entiende que eso afecta a la ejecutiva, a la dirección del grupo parlamentario, a la nomenclatura, pero no a privatizar el partido. La purga impuesta por Sánchez ha arrasado con la pluralidad saludable del centroizquierda, la socialdemocracia y la izquierda socialista. Los datos publicados por Cue y Marcos en EL PAÍS son incontestables: más de dos tercios de los abstencionistas de 2016 han sido liquidados en las listas, y solo quedan 22 de 68. Lo de Sánchez en Ferraz este fin de semana ha sido una masacre; casi al modo de La boda roja, el legendario episodio de Juego de Tronos de un ceremonial como trampa de la Casa Frey para pasar a la Casa Stark a cuchillo. Sánchez, desde la mesa presidencial, con la sonrisa de Walder Frey, ha disfrutado de la venganza de la Casa Sanchista por los agravios de 2016.

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Ciertamente, Casado ha operado de modo similar para liquidar el marianismo, pero hay una diferencia sustancial: el PP es un partido vertical, con una cultura presidencialista, y el PSOE es —o era— un partido federal y horizontal en buena medida. La referencia orgánica de Casado debería ser el último argumento en Ferraz para calibrar un mérito. Sánchez, el líder de la militancia, no es que se haya reservado un plus en las candidaturas, bajo ese modelo tan aznarista del dedazo para los cabezas de lista, sino que ha privatizado las siglas. La sangría no ha sido importante, sino implacable. Hay gestos que bordean el capricho, como depurar a Urquizu, un nombre de prestigio nada amenazante. Aviso a navegantes: aquí no hay sitio ni para los mejores fuera de la sumisión. Pero sobre todo se trataba de arrasar a la Casa Susanista; ese era el objetivo de la boda roja. Se les ha pasado por la quilla, dejando unas listas irreconocibles para la militancia. El secretario andaluz de Organización lo ha sintetizado con ironía: “Algunos nombres he tenido que buscarlos para saber quiénes son”. Para el susanismo es un anticipo de la faena que se rematará después de mayo, el final en diferido para la boda roja ejecutada por Sánchez, Ábalos y Cerdán.

Con las perspectivas de triunfo, y desde luego sin la amenaza ya del sorpasso por la izquierda, ¿era necesario hacer ese ejercicio de cesarismo? No es nuevo el premio a la fidelidad en los partidos, el bonus por sumisión, pero esto ha sido una exhibición de venganza innecesaria, confundiendo las prerrogativas de un secretario general con una organización personalista, como si liquidar familias del partido fuese equiparable al derecho al Falcon. No hay antecedentes en el PSOE. Esto va más allá del código guerrista de disciplina interna. Aunque Susana Díaz quiso contactar varias veces con el presidente, Sánchez se desentendió pronto; y a los secretarios provinciales se les ignoró literalmente. Por más que cultive la estética kennediana en su book, está más cerca de la mecánica leninista. Sánchez habrá calibrado la operación mientras se rodea de una nomenclatura de prestigio menor —todos los bonapartismos empiezan así su decadencia, decía Metternich— pero esto entraña riesgos. Lo que suceda en las urnas ya tendrá sello sanchista; y esta por ver si habrá desmotivación en el feudo del sur. En todo caso hay algo seguro: los abusos de poder interno siempre regresan en el futuro para pasar la factura.

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Sobre la firma

Teodoro León Gross
Málaga, 1966. Columnista en El País desde 2017, también Joly, antes El Mundo y Vocento; comentarista en Cadena SER; director de Mesa de Análisis en Canal Sur. Profesor Titular de Comunicación (UMA), licenciado en Filología, doctor en Periodismo. Libros como El artículo de opinión o El periodismo débil... Investigador en el sistema de medios.

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