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Columna
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Necesitamos más que palabras

Las ocurrencias sustituyen a las ideas, con apelaciones al miedo, a la revancha, los hechos alternativos o directamente las mentiras, a la verdad

Francisco G. Basterra
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en la Casa Blanca.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en la Casa Blanca. Jonathan Ernst (REUTERS)

Nadie discutiría hoy la importancia que tuvo la frase de Churchill cuando al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, con los nazis amenazando las islas británicas —Hitler acababa de invadir Holanda y Francia—, el primer ministro dio confianza a una población aterrorizada. “No tengo nada que ofrecer salvo sangre, sudor y lágrimas”. El valor de la palabra en una encrucijada histórica. Un compromiso absoluto de resistencia.

De nuevo el poder de las palabras escuchando a Kennedy pedir a los estadounidenses en su discurso inaugural que no preguntaran lo que “el Gobierno puede hacer por el país”, sino lo que ellos pueden “hacer por él”. ¿Qué podemos y debemos hacer hoy los europeos por la UE? Obama encandilaría después a medio mundo con su potente retórica de predicador negro. Fueron sus discursos los que engrandecieron su presidencia, por encima de sus políticas, que no alcanzaron las expectativas suscitadas inicialmente. Sin embargo, su capacidad de hacer soñar le convirtieron en un presidente que echamos de menos.

Hoy nos quejamos de la degradación del discurso político permeado por el avance de los populismos y, sobre todo, por la llegada de la presidencia furiosa de Donald Trump con su enajenante perorata tuitera. Las ocurrencias sustituyen a las ideas, con apelaciones al miedo, a la revancha, los hechos alternativos o directamente las mentiras, a la verdad. La falsificación de la realidad para hacerla pasar por la verdad ha confundido ya a muchos electorados. En una precampaña electoral que se nos está haciendo eterna tenemos que escuchar que España vive un momento Frente Popular (1936), el “no pasarán” de Pasionaria frente al fascismo. Cunde la majadería.

Se nos caen los palos del sombrajo al escuchar cómo en la madre de los Parlamentos, en los Comunes de Westminster, la primera ministra May y los diputados no logran cerrar el Brexit, que democrática, y estúpidamente, tras una campaña mentirosa, votó una mayoría de británicos en 2016. Una decisión hija de la difuminación de la frontera entre la verdad y la mentira, usando las palabras como herramienta del engaño. El triunfo de la nostalgia de las viejas generaciones sobre las jóvenes, por el sueño evaporado de la Inglaterra imperial victoriana y de la imposible recuperación de un concepto de soberanía del siglo XIX. Inepta incapacidad para alcanzar el compromiso entre intransigentes. ¿Podrá el llamamiento de Macron al renacimiento europeo surtir un efecto práctico para sacar del extravío existencial a una Europa ensimismada? ¿O se quedará solo en un buen diagnóstico envuelto en un caparazón, tan literario, tan francés? “No podemos ser los sonámbulos de una Europa lánguida”.

La generación más joven, la nacida en este siglo, a la que estamos fallando, acude en nuestra ayuda. Atendamos el grito de la adolescente activista sueca de 16 años, Greta Thunberg. “No tenéis la madurez necesaria para decir las cosas tal como son. Hasta esta carga nos la dejáis a nosotros, los jóvenes. No actuáis como adultos, nosotros lo haremos”. Más allá de los lamentos, Europa y el planeta Tierra necesitan más que palabras. Es urgente.

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