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Columna
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Ellas llevan razón

El empeño por desgajar la reivindicación de igualdad de la mujer de una dinámica de progreso en las costumbres y las mentalidades avisa sobre las dificultades para seguir avanzando con tino en este asunto

David Trueba
Cabecera de la manifestación del 8-M en Logroño.
Cabecera de la manifestación del 8-M en Logroño.Raquel Manzanares (EFE)

Me temo que el asesinato de tres mujeres a manos de hombres con los que compartían la vida en las horas posteriores a la reivindicación femenina del 8 de marzo confirma la pertinencia de esta explosión anual de orgullo y rabia en España. De hecho, la expresión compartir la vida ya evidencia algunos de los sutiles carriles de la dominación mental. Uno comparte la vida con todos los seres del planeta, no la comparte con su cónyuge, con quien puede que comparta un proyecto, unas obligaciones, unas responsabilidades y hasta unas emociones, pero no la vida. En los tres crímenes recientes se sigue el patrón del asesinato vil con un intento de suicidio posterior por parte del agresor. Como si quitarse la vida tras arrebatársela a quien no es propiedad tuya te devolviera algo de dignidad. Errores de apreciación psicológica que complican la lucha contra este veneno social. Pero no todos los errores están en el cerebro de los asesinos. Como hemos visto por las disputas dialécticas de estas semanas y el avance del neomachismo en toda Europa, la primera urgencia en una crisis consiste en diagnosticar el mal. El empeño por desgajar la reivindicación de igualdad de la mujer de una dinámica de progreso en las costumbres y las mentalidades avisa sobre las dificultades para seguir avanzando con tino en este asunto.

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La palanca política que han encontrado los líderes reaccionarios en el malestar de ciertos hombres ante la potencia de la reivindicación feminista nos ayuda a localizar parte del problema. Cuando caminas hacia adelante existe una fuerza oculta, muchas veces subconsciente, que te obliga a frenar, a dar dos pasos atrás para reconfirmarte en la senda, en la disposición. Estamos en ese paso atrás, es como todo hoy, un paso atrás global. No hay que temerlo, parte de un razonamiento de supervivencia ante el riesgo, pero hay que combatirlo sin ocultarse. La mejor noticia de las manifestaciones en España durante la fiesta del 8-M ha sido la presencia masiva de jóvenes. Cada día son más conscientes de que se están jugando un futuro que les pertenece. Y además lo hacen en el contexto más agresivo de las últimas décadas. Las redes sociales, al contrario de liberar a los individuos, dotan de representación a las voces más viscerales y enfermizas. Y para completar el panorama hay dos ramas del periodismo que se han expandido hasta teñir el resto de secciones con sus peores vicios. Fútbol y cotilleo han quebrado la resistencia del oficio periodístico contra el resultadismo, el fanatismo, la invasión de la intimidad y el juicio moral cínico. Una malísima noticia para la profesión.

Esta semana hemos visto otro episodio que aúna las dos ramas de este árbol podrido. Una chica tenía una relación con el portero del Real Madrid y se ha convertido en el objetivo primordial del odio, la chanza, el castigo y el señalamiento. La glosa constante y enfermiza de las conquistas sexuales de los futbolistas propaga la idea de que los hombres poseen a las mujeres. Aún peor, en la información rosa hay una constante criminalización de la mujer libre, una sutil condena de quien osa eludir las convenciones. Las chicas marcadas, que antes eran patrimonio de la aldea maledicente, son hoy protagonistas de la crónica social con idéntico grado de ensañamiento, de represión general por persona interpuesta. El asco ante estas situaciones, la rabia ante los crímenes, el estupor ante las coartadas dialécticas de las maniobras electoraloides del voto por testosterona, son una guía para persistir en la lucha.

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