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Columna
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El dinosaurio

La peculiaridad de este juicio es que es un hito más de un largo proceso, sí, pero no de un proceso judicial, sino de un proceso político

Fernando Vallespín
Imagen del juicio del 'procés'.
Imagen del juicio del 'procés'. J.J. GUILLÉN (POOL)

El juicio del procés es algo más que un juicio donde se dirime la responsabilidad penal de los encausados a partir de una serie de hechos probados. Se ha dicho, con cierto aire de dramatismo, que es un juicio a la democracia española. Si esto es así, y por lo que ya llevamos visto, no hay nada en él que lo convierta en algo atípico en el funcionamiento de un sistema judicial democrático. Otra cosa es que no se pudiera evitar que el conflicto catalán desembocara en un proceso judicial en vez de encontrársele un arreglo político. Pero eso ya entra en el más difuso campo de las responsabilidades políticas. No, lo que hace que sea algo más que un juicio es que lo que allí se escenifica y las reacciones que provoca nos ofrece un magnífico espejo de algunas de las patologías que asolan a la democracia liberal en nuestros días.

Para empezar, está la diferencia de actitud entre quienes aparecen allí en su rol de políticos y quienes lo hacen en el menos glamuroso de funcionarios, de meros gestores o “mandados”. Tanto en la forma como en el contenido de sus declaraciones, la diferencia es abismal. Incluso cuando de lo que se trata es de indagar sobre los hechos, los políticos se abstraen de ellos para hacer ideología –los independentistas- o para apenas sentirse aludidos —los del Estado—. La política nos devuelve así su doble rostro, el de quienes operan en el ámbito de la retórica y la confrontación partidista y los que la ejercen como mera “administración”. Aquellos, esquivos y flotantes; estos, prolijos y rigurosos.

El aspecto más espinoso es quizá otro, el de los juicios paralelos y la distorsión sectaria. Donde los medios más serios se esfuerzan por describir y reflejar lo que va aconteciendo, otros se limitan a dar rienda suelta a los pre-juicios cuando no a puros discursos del odio. Lo malo de esto es que cuando todo está ya pre-juzgado el juicio deviene en superfluo. Sirve únicamente como una ocasión más en la que reafirmar posiciones políticas perfectamente blindadas frente a la argumentación o a un supuesto desvelamiento de los hechos; es otro campo más al que trasladar la batalla ideológica dogmática. No hay lugar para la duda ni se precisa comprobación de ningún tipo.

Y lo trágico es que enseguida caemos en la cuenta de que los grandes antagonismos políticos no se dirimen mediante sentencias judiciales. La mera aplicación del derecho, la “verdad judicial”, no sutura las causas del conflicto. Puestos ante la tesitura de la DUI, el sistema reaccionó de la única forma en que puede y sabe hacerlo un Estado de derecho. Y en eso estamos, esforzándonos por dotarlo además de todas las garantías procesales y la debida publicidad. La peculiaridad de este juicio, sin embargo, es que es un hito más de un largo proceso, sí, pero no de un proceso judicial, sino de un proceso político. Cuando despertemos de la sentencia, el dinosaurio seguirá allí.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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