Aprendiendo de Greta
Las oenegés deben crear un relato que proporcione a la ciudadanía un rol complementario al del donante
Es una sensación agridulce. Al tiempo que celebramos que las calles y las redes europeas se llenan de estudiantes exigiendo medidas contra el cambio climático (ojo al movimiento español, que viene con fuerza), quienes trabajamos en las oenegés nos hacemos de nuevo una íntima e inquietante pregunta: ¿qué podemos aprender de una adolescente para conectar con la ciudadanía? ¿Qué tiene Greta Thunrberg, impulsora del movimiento 'Fridays for Future', para lograr movilizar a miles de adolescentes y jóvenes?
Hace años que en el entorno de la ONGD hablamos de que el cambio social, económico y ambiental que la humanidad y el planeta necesitan requiere de transformaciones estructurales: hacen falta propuestas políticas que apunten a las instituciones, pero también que sean apropiables por las personas. Porque ningún reto queda lejos de un buen plan, pero ningún plan de cambio funcionará si no asigna un papel a la ciudadanía y al resto de actores implicados. El problema es cómo se construye, se cuenta y qué papel tienen los demás en ese plan.
Lo que podemos aprender de 'Fridays for Future' es que Greta Thunrberg tiene un plan. El cambio es posible y el resto de la sociedad, especialmente quienes la apoyan, tienen un papel que resulta claro. Es crítica –la adolescente deslenguada, la apellidan algunos medios– y transmite optimismo y capacidad de influir.
En el tercer sector, muy acostumbrado a la autocrítica, la preocupación por la conexión con la ciudadanía es estructural, pero periódicamente eventos como el 15M, Me Too o ahora 'Fridays for Future', actualizan la discusión. Y no solo en España: en el Reino Unido, en 2011, el informe 'Finding Frames' de Oxfam invitaba a la reflexión a ONG e instituciones sobre la desafección mayoritaria de la ciudadanía respecto a la pobreza global, décadas después de trabajo de campañas de unos y otros. Este informe alertaba sobre el efecto que, involuntariamente, las oenegés tenemos en la sociedad por nuestras formas de contar e implicar.
Los autores del informe, Darnton y Kirk, escogieron el sugerente prisma de los marcos cognitivos de Lakoff para analizar las prácticas de las organizaciones y su impacto en la sociedad. Los marcos son los esquemas mentales que todos usamos para comprender la realidad, se basan en nuestras creencias (conscientes o no) sobre cómo debe funcionar el mundo y cuál es nuestro papel en él. Descubrieron que, con demasiada frecuencia, lo que decimos y hacemos las oenegés al relacionarnos con la sociedad, refuerza los marcos hegemónicos actuales –carácter natural e inevitable de las desigualdades, mercado libre como garantía de bienestar y necesidad de élites para decidir sobre las cuestiones relevantes en la sociedad, por ejemplo–, y que eso nos aleja de nuestro papel como promotores de cambios sociales.
Continuando esta conversación, más de 80 ONGD españolas hemos reflexionado sobre las estrategias para implicar a más personas en el logro de cada uno de nuestros fines. A través del análisis de nuestra comunicación en redes sociales, nuestras campañas y nuestras estrategias de actuación, hemos querido indagar sobre el perfil transformador de nuestro trabajo y reflexionar sobre los marcos que estamos proponiendo a la ciudadanía. El proceso ha sido impulsado por ONGAWA, con el apoyo de la Cooperación Española, y ha cristalizado en el informe 'Nadie dijo que fuera fácil', que recoge al menos tres claves sobre las que merece la pena pensar.
La primera puede parecer una perogrullada: para animar a otros/as a cambiar la realidad hay que tener un plan, una teoría de cambio que analice valientemente los problemas, y también sus causas y los cambios necesarios para abordarlas. Lo que hemos encontrado en el estudio es que a veces invitamos a la ciudadanía a conmoverse con los problemas y sus consecuencias, pero dejamos fuera de la ecuación las causas estructurales y las responsabilidades compartidas. Por eso nos cuesta tanto ofrecer alternativas y señalar caminos hacia el cambio.
En segundo lugar, no podremos transformar la realidad si no cuestionamos las reglas del juego ni atacamos los marcos dominantes sobre qué significa bienestar, riqueza o desarrollo. Puede que hablar de justicia, de poder y de derechos nos haga más incómodos, e incluso nos haga perder algunos amigos, pero nos sitúa en el bando correcto del relato.
Y la tercera: tampoco iremos muy lejos asignando un rol pasivo a la ciudadanía en nuestras propuestas, la vivencia y la participación en las luchas son el mayor motor de comprensión y sensibilización. Al fin y al cabo, puede que insistir en mensajes (y marcos) del tipo “dona porque alguien necesita tu ayuda” haga que dentro de veinte años la pobreza siga en el mismo sitio. No podemos esperar movilización ciudadana si reforzamos la idea de que el cambio solo es un asunto de donativos y responsabilidad delegada.
Estamos en ello: la conversación está viva, y enriquece el trabajo de las oenegés. Hemos comprendido que no hay que competir por atraer a la ciudadanía, sino aportar valor como formación, herramientas, redes o afectos allí donde quiere estar. Sabemos que a veces es buena idea dejar a un lado la comunicación de marcas y contenidos propios para conectar con lo que mueve a la gente. Y también que colaborar – entre las oenegés y con otros actores y movimientos sociales – es mejor estrategia que competir para activar dinámicas de cambio.
Para cambiar la realidad tenemos que deconstruir paradigmas sociales y empezar por nosotras mismas. Toca revisar nuestro lenguaje y nuestros modelos de liderazgo y participación. Y hacerlo sin perder el frágil vínculo que nos une a una gran parte de la sociedad, basado en la donación y la provisión de servicios. Para eso necesitamos un relato ilusionante y creíble sobre cómo acabar con la pobreza global y que proporcione a la ciudadanía un rol complementario al del donante, un papel en una historia de cambio. Tenemos mucho que aprender de Greta y de los jóvenes que van a llenar nuestras calles en las próximas semanas. Nadie dijo que fuera fácil.
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