Fernando Higueras: brutalismo, porno, drogas e ironía sin concesiones
El Museo ICO de Madrid acoge una muestra que repasa la vida y el trabajo del "gran arquitecto olvidado", cuya obra fue incluso más genial que su personaje
No es un arquitecto cualquiera uno que decide hacer su casa en el subsuelo. Cuenta Lola Botia, quien fue la pareja y colaboradora de Fernando Higueras hasta su muerte en 2008, que durante una fiesta el dramaturgo Francisco Nieva le estaba echando las cartas y no dejaba de salir la muerte. Una y otra vez. "Está claro que este me ve bajo tierra y con un ciprés encima", dijo Higueras. Así que —como describía un año después de su desaparición un artículo de El País— el arquitecto se enterró en vida, construyendo una casa subterránea en la que durante tres décadas engañó a la parca.
Su Rascainfiernos, proyectado en 1973 justo debajo de la vivienda que reformó para su esposa y sus cinco hijos en una colonia protegida de Madrid, es un edificio de dos alturas bajo rasante. Podría imaginarse como la oscura guarida de un ermitaño —la del "gran arquitecto olvidado", como se le ha reivindicado durante muchos años, o el arquitecto underground— y sin embargo durante el día está generosamente iluminado por un lucernario que da al jardín y sus estancias resultan amplias y confortables.
Es además la casa ideal para protegerse de los extremos del clima madrileño. "Tiene unas condiciones térmicas excepcionales", explica Lola Botia, quien fuera pareja de Higueras. "No dispone de aire acondicionado, pero en verano jamás superamos los 25 grados, con un toque de humedad. Cuando vienen estudiantes y arquitectos a visitarlo, no se quieren ir y hay que señalarles la salida".
Para llegar a ese efecto El ángel exterminador tuvieron que ocurrir varias cosas. Principalmente, que una editorial japonesa solicitara la colaboración de Higueras para un número dedicado a las formas de vida primitivas y las viviendas excavadas, para cuya preparación visitó varias poblaciones del sur de España. Inspirado por estos viajes, decidió excavar también él su propia vivienda.
"Yo entré a trabajar como fotógrafa en el estudio de Fernando por aquella misma época", cuenta Botia. "No recuerdo los detalles de la construcción, pero sí que yo estaba muy impresionada por todas las cosas que estaban sucediendo allí. Había muchísima actividad". Precisamente en Rascainfiernos es donde ha ultimado los detalles de la exposición Fernando Higueras. Desde el origen, que ella comisaría y que inauguró el 20 de febrero en el Museo ICO de Madrid.
'Trendic topic' de Instagram
Para ser un "gran olvidado", a Higueras se le recuerda muy a menudo. Empezando por esta exposición y continuando por el modo en que ha logrado conectar con las nuevas generaciones de aficionados a la arquitectura. O no tanto: cualquier instagramero madrileño de nivel medio, por ejemplo, es perfectamente consciente del imán de likes que suponen edificios como las viviendas militares de San Bernardo o "la corona de espinas" (proyectado como Centro de Restauraciones Artísticas) de la Ciudad Universitaria, dos de sus obras más difundidas en las redes sociales.
Botia considera que esta inesperada vigencia en el universo millennial ya se anunciaba en vida del arquitecto: "Cuando él era joven comunicaba muy bien con gente mucho mayor que él, pero cuanto mayor se hacía más jóvenes eran sus amigos. Era muy cercano y directo, y eso gusta a las nuevas generaciones, que estaban hartas de personajes encorsetados, arrogantes y petulantes. Él era todo lo contrario".
Durante mucho tiempo su nombre estuvo eclipsado por otros profesionales de su generación, en especial por Rafael Moneo, con el que trabajó al inicio de las carreras de ambos —en 1961, precisamente en el anteproyecto del Centro de Restauraciones Artísticas, por el que obtuvieron el Premio Nacional de Arquitectura—, "pero después se distanciaron y no mantuvieron una gran relación", explica Botia con impecable diplomacia.
Si Moneo se convertiría en el primer español en obtener el premio Pritzker (en 1996), Higueras jamás logró tal distinción, aunque sus inicios en la práctica arquitectónica habían sido prometedores: fue terminar la carrera y lograr un accésit al Premio Nacional por sus residencias de artistas en El Pardo. Después no dudó en criticar el trabajo de Moneo, como hizo también con vacas sagradas como Sáenz de Oiza, Frank Gehry, Mies van der Rohe ("menos es menos y más es más") o Le Corbusier ("a pesar de lo mal arquitecto que era, ha sido el primer propagandista genial de la historia del arte moderno").
Admiraba, en cambio, la obra de Antonio Gaudí, Félix Candela, Pier Luigi Nervi y Frank Lloyd Wright. Y también, y contra todo pronóstico, defendió en público al muy discutido Calatrava: "Ahora lo critican porque es un arquitecto e ingeniero buenísimo", afirmó en 2004 en una entrevista para El Cultural.
Especialmente significativa es la amistad que lo unió con el artista plástico canario César Manrique, para quien en 1962 diseñó una casa en las afueras de Madrid y con el que después colaboró durante 30 años. Ambos emprendieron diversos proyectos destinados a transformar Lanzarote, lugar natal de Manrique.
Su plan urbanístico para la isla fue la obra de un visionario. "Manrique decía que aquel era el patito feo de las Canarias, pero allí apostaron por una manera de entender el paisaje como hasta entonces no se entendía en ninguna parte", explica Botia. "Se anticiparon a los movimientos ecologistas y convirtieron un sueño en realidad".
Entre los proyectos que allí desarrolló Higueras, uno de los más recordados es el hotel Las Salinas, una sucesión de terrazas de hormigón blanco en el que la naturaleza se infiltra para convertirlo en unos jardines colgantes sobre el mar. Babilonia en el Atlántico: "De sus obras, es una de las que más me gustan, junto con la casa de Lucio Muñoz y el colegio Estudio de Aravaca", admite Botia.
Sin embargo fue una obra no realizada la que, por su importancia y originalidad, quizá había supuesto un punto de inflexión en su carrera: el edificio polivalente en Montecarlo, en cuyo concurso fue invitado a participar en 1969 junto con otros grandes arquitectos internacionales, entre ellos el estudio británico Archigram, cuyo proyecto ganó la convocatoria, y los españoles Sáenz de Oiza y Bofill. Allí presentó una propuesta que por su forma recordaba a la concha de un enorme molusco.
Drogas, porno y mal humor
De una modernidad innegociable, aquel diseño ejecutaba un despliegue de la esencia característica de su trabajo: esa peculiar fusión entre lo orgánico y lo monumental que lo alejaba tanto del brutalismo más árido como del vulgar historicismo. Dicho de otro modo, Higueras apreció las posibilidades plásticas del hormigón armado sin perder de vista los valores de la catedral gótica. "Cada una de sus obras es en sí misma un hito", apunta Manuel Blanco, arquitecto y director de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid, en la que se licenció Higueras en 1959. "Se inventó formas nuevas de construir y además con ellas creó formas nuevas".
De personalidad magnética, con un mal humor legendario y una mordacidad tendente al juego de palabras ("Oriol Boñigas" dicen que llamaba al también arquitecto Oriol Bohigas; o que se refería a la titulación de Bellas Artes como "birrias artes"), jugó en algunas de sus entrevistas a alimentar su leyenda de hedonista y pornógrafo. Presumía de haber rodado más de 2.000 películas porno en los años ochenta y mediados de los noventa y hablaba sin tapujos de las drogas.
Era además un consumado guitarrista y un solvente pintor. Manuel Blanco resume el talento multifacético de Higueras con una breve definición: "Es uno de los arquitectos españoles contemporáneos más especiales, pero sobre todo es uno de los últimos heroicos".
En suma, se trata de un personaje excéntrico que hizo de sí mismo una obra casi tan genial como los edificios que proyectó.
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