De camino a Tshikapa
Miles de congoleños que habían llegado a Angola huyendo de la violencia son ahora expulsados por el Gobierno y tienen que volver a su país. Así es el penoso regreso
A lo largo del camino hay familias caminando, entre bicicletas amontonadas, con todo lo que se han podido llevar de su hogar. Alrededor de 670.000 congoleños han tenido que volver a su país, a las provincias de Kasai, Kasai Central, Kwango, Congo Central y Lualaba después de ser expulsados de la provincia de Luanda Norte (Angola), una región rica en diamantes. El regreso masivo a República Democrática del Congo (RDC) comenzó el 1 de octubre, tras una campaña gubernamental para expulsar a todos los migrantes irregulares con la esperanza de atraer más inversiones para su sector minero formal.
La mayor parte de los congoleños se ha dirigido a la provincia de Kasai, y un número significativo también a los territorios de Kazumba y Luiza en Kasai Central donde las estadísticas oficiales han contabilizado 373.000 llegadas, pero las evaluaciones humanitarias han encontrado un número mucho mayor. Más del 60% son niños menores de 18 años.
Kasai es una provincia que también alberga minas de diamantes, pero cuyo territorio, hace muy poco, fue arrasado por milicias y conflictos étnicos que desplazaron a cientos de miles de personas y enviaron familias enteras a Angola huyendo de la violencia. Todavía hay actividad aislada de Bana Mura, una de las principales milicias, en Kamonia, y la ONU ha expresado su preocupación por que la llegada de un gran número de jóvenes desempleados puede llevar a un resurgimiento de la violencia.
Las carreteras llenas de baches y arenosas, siempre pobres, ahora también están llenas de gente que transporta sus pertenencias a un nuevo hogar. Los afortunados van en camiones y minibuses abarrotados, mientras que otros pasan días caminando por la calle, balanceando estructuras de camas y mesas sobre sus cabezas. En cada aldea que pasamos vemos familias detenidas descansando en lonas a la intemperie; sus pertenencias se extienden por todas partes. En los ríos, los niños nadan, las madres lavan la ropa y algunas incluso tienen pequeñas estufas para preparar la comida.
Los que van por el camino buscan familias y parientes que les acojan, principalmente en el área que se encuentra entre la frontera y la capital provincial de Tshikapa, aunque cuando paramos el coche para permitir que pase otra bicicleta, los viajeros nos dicen que forman parte de la milicia Kamuina Nsapu, y que se dirigen de regreso a Dibaya. Después de haber pasado el año entero trabajando principalmente con familias en el territorio de Dibaya, he hablado con muchas mujeres y niños cuyos esposos huyeron de esta zona por la frontera durante el conflicto. Ahora, parece que se dirigen a casa.
Sapi, de 13 años, pasó siete días caminando con su madre y dos hermanos de cuatro y un años
Nos detenemos justo al sur de Kamonia en una escuela donde hemos estado trabajando para mejorar la educación y ayudar a los niños a recuperarse de la violencia vivida en los últimos dos años. Al menos 30 familias han regresado a las aldeas desde principios de mes y la comunidad espera que lleguen muchas más. La escuela, ya llena y sin suficientes aulas, ahora también está tratando de integrar varias docenas de nuevos estudiantes que no hablan los idiomas locales y han llegado de un sistema educativo muy diferente.
Hablo con Sapi, de 13 años, y le pregunto cómo le va con los últimos cambios. Pasó la mayor parte de su infancia en Angola, después de abandonar el Congo a la edad de cuatro años, y solo sabe un poquito de francés. Me dice que está feliz de estar de vuelta y que no querría volver a Angola. La escuela aquí, dice ella, es mucho mejor: de cuatro a cinco horas por día en lugar de solo dos.
Sapi pasó siete días caminando con su madre y dos hermanos menores de cinco años, —Bettina de cuatro y Passoi de uno—, para llegar hasta aquí. Después de ver a su familia asentada de manera segura con su cuñado, su padre decidió regresar a la selva para buscar diamantes una vez más. Es su forma de ganarse la vida.
"La inscribí de inmediato al llegar, pero no sé qué haré una vez que venzan los gastos escolares", me dice la madre de Sapi, Kapinga. "Los soldados no me dejaron empacar nada. Me dijeron que viniste aquí sin nada, así es como vas a regresar”.
Condoloko, de seis años, también acaba de llegar al pueblo. Todavía no ha comenzado a ir a clase, pero su madre planea enviarlo el lunes. Nunca había ido a la escuela, y no habla francés ni ninguno de los idiomas locales, pero su madre espera que lo haga pronto. A pesar de que no puede hablar con ninguno de los niños, juega con todo el mundo. Él y su hermana de cuatro años abandonaron el país en 2016, cuando sus padres decidieron que las oportunidades eran mejores en Angola. Ahora, después de una semana caminando de vuelta, están construyendo nuevas vidas en un país que no pueden recordar.
Mientras nos dirigimos de regreso al norte, a Tshikapa, por la noche, nos detenemos para hablar con las familias que descansan en Shamusema, a solo 14 kilómetros de la capital. Después de días caminando, su viaje casi ha terminado. Judro me cuenta que se está llevando a su hijo Fabrice, de cinco años, para dejarle con su familia en Tshikapa antes de reanudar sus actividades mineras. La familia rodea su bicicleta repleta de aparatos electrónicos, colchones, muebles de plástico e incluso un horno para posar en la foto.
La demanda ha hecho que las tarifas normales para un viaje en bicicleta se tripliquen
Le han pagado al propietario de la bicicleta más de 100 dólares por el viaje de tres días desde Kamako a Tshikapa. La demanda ha hecho que las tarifas normales para un viaje en bici se tripliquen, y los propietarios están aprovechando la oportunidad.
John y Zeph han decidido evitar los gastos del transporte y cargan en brazos las pocas pertenencias que tienen. Zeph lleva al bebé de un año, Zé, y John soporta una impresionante torre de paquetes y ropa de cama de un metro de altura en su cabeza. A diferencia de muchos de los otros hombres con los que he hablado, John solo se involucró en el negocio de los diamantes de forma ocasional ya que solía trabajar como conductor de los comerciantes. Sin embargo, a él también le pidieron que se fuera del país por estar relacionado con el negocio de diamantes. Los padres de Zeph, también congoleños, pero que trabajaban en la agricultura en Angola, optaron por quedarse allí pues confían en que no les van a expulsar.
Nos despedimos y subimos al coche para recorrer los últimos kilómetros hacia la ciudad. A medida que nos acercamos a Tshikapa esa noche, vemos que las familias llegan en docenas. Todavía necesitan encontrar a sus familiares y comenzar a construir una nueva vida para ellos en Congo, pero aun así es un momento de felicidad. Al menos una parte de su viaje ha terminado por ahora.
Kate Shaw es responsable de comunicación en la respuesta de emergencia de Kasai (RDC) de World Vision.
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