Un flechazo entre Lorca y Chéjov
Tribueñe es un local en Madrid, un espacio resguardado de los elementos que alberga un teatro. Pero este teatro, estas tres paredes enfrentadas al patio de butacas, no solo da cobijo a los cuerpos: en él hallan abrigo el lirismo, la creatividad y el convencimiento de que desde las artes se accede a las verdades profundas. “Es el refugio de nuestra expresión”, como lo define Hugo Pérez de la Pica. “Una flecha lanzada a la sensibilidad poética del ser humano”, completa Irina Kouberskaya.
Madrileño y moscovita (1974 y 1946), ambos artistas —término vago elegido a conciencia, ya que son directores, dramaturgos y actores; además de que Pérez pinta, diseña vestuario y escenografías, escribe poesía…— fundaron Tribueñe hace 15 años. Sus referentes eran y son autores como Lorca y Valle-Inclán, “ejes mal representados de la cultura española”, según cree Kouberskaya, que carga en su bagaje sentimental la hondura de los maestros rusos: Dostoievski, Tolstói, Chéjov.
“Amigos del alma”, prefieren no abundar en cómo el azar cruzó sus caminos. Se concentran en el poder del arte, en el desdén institucional que este recibe en pago, en su repertorio tejido con obras de clásicos y piezas propias, representaciones que beben de todos los géneros y épocas, como el musical de coplas Alarde de tonadilla.
De la platea resuenan voces de estudiantes. Ven La Celestina. En Tribueñe se hace también teatro a la carta, así como campañas escolares. “Es lo que nos mantiene vivos”. Y no solo económicamente. “Siembras amor por el teatro”, zanja Pérez. “Y este puede mostrar que hay un orden superior de las cosas”.
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