Todo lo que está mal en el corto de Pixar que reclama la igualdad en la oficina
'Purl', el primer trabajo de la factoría estrenado en YouTube, cuenta en ocho minutos la historia de un ovillo de lana que no encaja en un mundo de hombres. Pero en su voluntad de denunciar la desigualdad olvida otros planteamientos importantes
Purl es un corto de Pixar que habla de la masculinidad tóxica en el ambiente laboral y ha sido escrito por una mujer y por tres hombres. Purl es un corto de Pixar que quiere denunciar una realidad lamentable, pero acaba caminando paralela a ella: como el conductor casual que aminora la velocidad para observar un accidente de tráfico, pero no sale del coche para ayudar a las víctimas. Purl es una gran oportunidad perdida para denunciar el machismo inherente a las grandes corporaciones (esas en las que, si hay mujeres en puestos de poder, se tienen que comportar como hombres para sobrevivir) porque su discurso se queda, literalmente, en estética.
Antes de nada, para el que no lo haya visto, aquí está Purl, el primer cortometraje que la compañía Pixar estrena gratuitamente en YouTube (en la parte de ajustes permite mostrar subtítulos en español).
¿De qué va Purl? Es un cortometraje que narra la llegada a una gran empresa de una pequeña bola de lana llamada Purl (ella es una bola de lana, todos sus compañeros son hombres-de-verdad, ¿lo pillan?) que encuentra muy difícil adaptarse y ve cómo todos ellos no cuentan con su opinión en las reuniones ni con su presencia en las copas del afterwork.
Cuando Purl está derrotada y a punto de abandonarlo todo, se fija en que todos sus compañeros van vestidos iguales. Por eso decide convertirse en uno de ellos: de ser una bola de lana de ganchillo pasa a ser un muñeco plano y unidimensional (plano-y-unidimensional, ¿lo pillan otra vez?) que lleva traje, hace aspavientos y cuenta los mismos chistes machistas que sus compañeros.
Purl peca, sobre todo, al ignorar el hecho de que el feminismo debe ser de clase. Purl vive en la oficina: está allí mañana y tarde y, por la noche, se va con los colegas de cañas. ¿Qué ocurrirá, estimada Purl, cuando quieras tener un hijo?
El plan funciona: Purl se convierte en uno de los chicos, lo invitan a formar parte de las cogorzas que se pillan al salir de la oficina, vomita para ellos como rito de iniciación y se gana su amistad conquistándolos en su terreno: el del comportamiento tribal y grosero. Todo esto hasta que otra bola de lana llega a la oficina: la inocente Lacey, que se encuentra con un paisaje parecido al de Purl. Solo que ahora Purl forma parte de él.
Hay aquí un momento emocionante que reconocerle al corto: Purl se convierte, durante unos instantes, en la clase de persona repulsiva que ella misma deploraba antes. Al tener que elegir entre la tranquilidad que le da formar parte de la tribu que siempre la rechazó o de actuar correctamente y dar la bienvenida a una nueva miembro que está tan sola como ella estaba antes, elige temporalmente la opción A.
Como reflejo de las reacciones humanas ante la adversidad y, sobre todo, como parábola del ambiente laboral, no tiene el precio: a veces el lado oscuro es más cómodo y conveniente para sobrevivir. Eso sí, esta entrega de su alma al diablo dura poco para Purl: pronto se da cuenta de que debe presentar a Lacey a sus compañeros e invitarla a irse con ellos a beber. Los compañeros no saben ni cómo tratar a Lacey. Están tan acostumbrados a sus propios códigos, a su comportamiento tribal y a su estética uniformada que ni siquiera saben cómo establecer contacto con ese elemento extraño y ajeno a la dinámica de su oficina llamado “mujer”.
La estrategia de Purl de introducir a su compañera en el grupo funciona y, tras una elipsis temporal, volvemos a la oficina para descubrir que las cosas han cambiado: ahora es Purl (que ha vuelto a su aspecto original) la que recibe a los nuevos trabajadores y los presenta al resto. Y ahora, en la oficina, hay tantos hombres como bolas de lana.
¿Hasta dónde eres capaz de llegar para ser aceptado? Este planteamiento es, en realidad, casi canónico en la narrativa clásica. Y su final –el/la héroe/heroína se da cuenta de su error y opta por no vender su alma al diablo– también. En Purl también hay lugar para el hallazgo visual con algún giro malévolo: ¿alguien se ha dado cuenta de que Purl va completamente desnuda cuando no es aceptada y vestida de traje cuando sí lo es? Esto es una subversión del viejo mito de que una mujer enseñando su cuerpo siempre será bienvenida entre una pandilla de hombres, pero tal vez el cuerpo de Purl (es una bola de ganchillo pequeña y rosa, no lo olvidemos) no es deseable para ellos.
A su vez, la elección de algo tan asociado a la feminidad como el ganchillo también llama la atención: ¿dónde están las mujeres en el universo en el que se desarrolla Purl? ¿No existen? ¿Existen solo las bolas ganchillo y los hombres? Purl es el proyecto de Kristen Lester, que como animadora ha vivido personalmente la experiencia de ser la única mujer en un despacho lleno de hombres.
El sentido de la oportunidad de este cortometraje ha querido que coincida en el tiempo con ese momento memorable de los Goya en el que mientras se premiaba a la primera mujer en el campo de efectos especiales (Laura Pedro, ganadora junto a Lluís Rivera por su labor en Superlópez) dos hombres hablasen (literalmente) de su polla en el escenario. En un número cómico que exigía a David Broncano y Berto Romero estar colgados de arneses en el escenario, el primero dijo “Me está haciendo tope la polla con el arnés”, antes de que Laura Pedro pudiese ni siquiera dar las gracias por el galardón.
Mientras Laura Pedro subía al escenario, la voz en off de los Goya decía: “David Broncano y Berto Romero no tienen pinta de estar pasándolo nada, nada bien”. Purl iba desnuda, pero nada comparado con el traje nuevo del emperador que todos los asistentes a los Goya decidieron admirar esa noche.
El corto de Pixar llega muy pocas semanas después de una campaña de Gilette que causó la ira de muchísimos hombres (y algunas mujeres que participaban de su causa) por considerar que el mensaje (los hombres deben usar su masculinidad y sus privilegios para el bien) culpabilizaba de todos los males del mundo a los hombres blancos heterosexuales.
Purl llega a su empresa en un momento de crisis corporativa. Esto recuerda inevitablemente a esas mujeres que toman puestos de poder únicamente en tiempos de crisis y que parecen abocadas al fracaso
Curiosamente, Purl comparte un elemento con aquel: aquí todos esos hombres pagados de sí mismos, egoístas, poderosos, machistas y solo preocupados por las acciones en bolsa de su compañía y las copas de después del trabajo son blancos. Solo vemos a hombres negros en la compañía una vez Purl ha cambiado un poco las cosas con su experimento.
Pero precisamente en su experimento empiezan a ir mal las cosas: Purl no se ocupa de que en su empresa haya lugar para la diferencia, sino que se funde en el sistema corrupto y malicioso que ya existe. Uno en el que tus méritos no valen para nada si no te pliegas al statu quo. Purl llega a esa empresa y se convierte en un agente de cambio en un momento de crisis corporativa más que obvia ("tenemos un fracaso entre manos", dice uno de esos ejecutivos más preocupados por emborracharse que por sacar adelante su empresa). Esto recuerda inevitablemente a esas mujeres que toman puestos de poder únicamente en tiempos de crisis y que parecen abocadas al fracaso (el ejemplo de Theresa May en Reino Unido, segunda mujer al frente del país tras Margareth Thatcher, ha sido notable y muy analizado).
Pero Purl peca, sobre todo, al ignorar el hecho de que el feminismo debe ser de clase. Purl vive en la oficina: está allí mañana y tarde y, por la noche, se va con los colegas de cañas. ¿Qué ocurrirá, estimada Purl, cuando quieras tener un hijo, tu propio ovillito de lana? ¿Cuánto de tu tiempo te queda para cosechar tus logros personales, para relajarte en casa o para compartir con tu familia si no sales de esa oficina? ¿Qué será de ti y de tus logros, Purl, cuando para esa corporación ya no seas útil y todos esos cambios que has logrado en la empresa se queden atrás y no te acompañen?
Purl pretende elaborar una defensa de la igualdad (bravo por Pixar), pero pincha al glorificar el trabajo y el dinero. Purl está hecho para mujeres blancas privilegiadas, esas a las que la pobreza no mata (unas 515.000 mujeres mueren cada año en el tercer mundo durante su embarazo). Purl está hecho para disfrutar y hacer pensar, sí, pero hacer pensar más bien poquito. No hay absolutamente ningún mensaje políticamente incorrecto ni molesto en Purl, no hay ninguna reivindicación que no sea naif.
Y tal vez Pixar, en su mundo de fantasía, no tenga que lanzar soflamas sobre el feminismo de clase, no. Pero si Pixar no puede hacer las labores de Ken Loach, que siga haciendo buen cine escapista. No hay nada en Purl que sorprenda y muerda más allá de un taco (Purl dice “ass”, o sea, “culo”).
Cuando lo más corrosivo de un cortometraje que pretende remover conciencias es la palabra “culo”, ese cortometraje tiene un problema. Gilette fue bastante más valiente al enfrentarse a todo su público potencial. Cuando una multinacional que quiere vender maquinillas de afeitar pincha más profundo que una que quiere contar historias, tal vez debe intentarlo de nuevo.
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