Por la (des)unión de España
El grave error de Sánchez merecía alta política; no encharcar ésta, al estilo Mourinho, para ganar el partido en el fango
Siempre surge la tentación de la teoría de la cortina de humo: si el PP incendia la polémica del relator es por desviar los focos de los tribunales, su Paquí Pallá SL, Villarejo, la operación Kitchen y demás corrupciones que regresan del pasado como los fantasmas de Scrooge. Pero no, no es así. Estamos ante un mecanismo de respuesta muy interiorizado en la derecha. A Zapatero también lo recibieron como presidente ilegítimo —ese extraño constitucionalismo de los constitucionalistas— y meses después le levantaron la calle con manifestaciones horrísonas. Y en este déjà vu de 2005 casi podrían reutilizar las mismas pancartas de entonces: “España no merece un presidente felón”, “Traidor”… Entonces con los obispos y la AVT, liderada por el nuevo senador andaluz de Vox, y ahora con toda la derecha unida, desde La Veleta Naranja, como dice Abascal, a Falange. Es un marco sobradamente conocido: cuando no gobierna la derecha, España se rompe.
Sin duda Sánchez, antes de pulsar ayer el botón del pánico, les ha facilitado mucho el escenario. La cuestión del relator delataba su instinto de supervivencia desesperada en el poder. Y aunque sus áulicos Carmen Calvo e Iván Redondo no vieran más allá de los presupuestos, él no podía ignorar los efectos colaterales. Si ese relator fuese un mero secretario de actas, ¿hubiera peleado tanto el independentismo por un nombre extranjero? Blanco y en botella. El independentismo siempre ha buscado el imaginario de la bilateralidad con una figura de ese tipo, asociada en el ámbito internacional a conflictos de derechos humanos… y ese es un relato indigno para la democracia española. Sánchez no podía aceptar que ese relato tuviera un relator. Más allá de la milonga de la alta traición —expresión ya vaciada por el abuso— sólo cabía rectificar. Es duro, claro, porque Sánchez apostó la legislatura a reconducir la deriva en Cataluña y ha fracasado contra los maximalismos cerriles del independentismo. Allí reclaman cínicamente coraje, pero nunca han ofrecido la lealtad mínima para el diálogo.
Claro que la oposición ha optado, en este proceso, no por una actitud crítica hacia Moncloa, sino incendiaria. Lo de Casado, sumando insulto tras insulto entre apelaciones al aborto o a ETA, es de pabellón psiquiátrico. En lugar de exigir comparecencias parlamentarias (sí, ellos, como los otros, deberían entender que ahí es donde hacer política y dirigirse a la nación) regresan a la calle como en aquellas manifestaciones de 2005 contra leyes que una vez en el poder no tocaron. El objetivo era y es desestabilizar. Aunque su lema sea Por una España unida, ésa no parece su prioridad, sino acelerar el asalto al poder. Y para lograr ese objetivo están dispuestos a contribuir a una España más desunida, promoviendo una polarización también temeraria. El argumento de la Antiespaña es un espantajo histórico que mejor no contextualizar. El grave error de Sánchez merecía alta política; no encharcar ésta, al estilo Mourinho, para ganar el partido en el fango.
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