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Columna
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Demasiado para He

Si la ética es universal, como algunos creemos, la bioética lo tendrá que ser también

He Jian-kui durante su intervención en la Conferencia de Edición del Genoma Humano celebrada el pasado diciembre.Vídeo: KIN CHEUNG (AP) / REUTERS-QUALITY
Javier Sampedro

Hace ya la friolera de dos meses y medio, pero quizá algún lector recuerde el mayor escándalo prenavideño de la biomedicina, y tal vez uno de los grandes acontecimientos en la historia de esa disciplina, aunque esto no lo sabemos aún. El biólogo molecular He Jian-kui, de la Universidad Meridional de Ciencia y Tecnología en Shenzhen, China, anunció en noviembre el nacimiento de los primeros seres humanos modificados genéticamente, dos niñas que transcurren por su primer año de vida con normalidad y buena salud. Cuando eran embriones de una o dos células, el doctor He cambió uno de sus genes (llamado CCR5, un receptor del virus del sida) para hacer a las niñas inmunes a esa epidemia. Puede haberlo conseguido con una de las dos niñas, habrá que ver, pero en cualquier caso He pasará a la historia como el primer científico que osó modificar la línea germinal humana, las células que generan los óvulos y espermatozoides y por tanto definen el genoma de la siguiente generación.

Si la niña está en verdad protegida del sida, sus hijos y nietos portarán esa bendición genética. Y también cualquier daño colateral inesperado que anide bajo su bienintencionada superficie. Lo puedes llamar riesgos del progreso, o lo puedes llamar cruzar la línea roja. Pero las dos niñas están vivas y sanas, y sobre eso no hay mucho que discutir: son dos ciudadanas con todos los plenos derechos que se puedan disfrutar en China. Tal vez por eso el experimento de He se haya disipado en las tinieblas de la noche incómoda y ya nadie hable de él. Niña viva, noticia muerta, como diría Walter Burns.

Pero el asunto no está zanjado ni de lejos. Tenemos, por ejemplo, la increíble historia del supervisor de He, un científico de la Universidad de Rice en Houston, Texas, llamado Michael Deem. Según informa The Economist, Deem dirigió la tesis de He a finales de la década pasada y luego ha seguido colaborando con él. De hecho, el científico norteamericano es uno de los diez coautores del manuscrito que He envió hace tres meses a la revista Nature para anunciar las primeras niñas modificadas genéticamente. Nature rechazó el trabajo, que al final se dio a conocer en un congreso en China.

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Lo último que se sabe de Deem, siempre según The Economist, parece obra de un guionista, y no de los más imaginativos. El científico de Texas iba a tomar posesión este mismo mes como decano de la escuela de Ingeniería de la Universidad de la ciudad de Hong Kong. Había firmado el acuerdo antes de que saltara el escándalo de noviembre. La plaza parece ahora peligrar, y Deem está siendo investigado por su propia universidad tejana. Todo el asunto está ahora en manos de abogados.

Con ser importante, el affaire He es solo un caso entre muchos otros que han empezado a preocupar a la Unión Europea. Los expertos comunitarios lo llaman “dumping ético”, por analogía con el dumping económico, que consiste en inundar el mercado con un nuevo producto a base de venderlo por debajo de su coste de producción, dejando a la competencia hecha polvo. El dumping ético consiste en hacer en otros países (como China) los experimentos que no puedes hacer en el tuyo (como Estados Unidos), al menos sin exponerte a una acción judicial que limpie tus bolsillos y te deje un año a la sombra.

Si la ética es universal, como algunos creemos, la bioética lo tendrá que ser también.

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