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Harry pater
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

‘Speed’ | Siempre con prisas

Los niños no saben de calendarios, viven según sus impulsos, como pequeños paquirrines. Y odian la rapidez

Si bajas la velocidad vital, llegas tarde, si la subes, tu crío protesta.
Si bajas la velocidad vital, llegas tarde, si la subes, tu crío protesta.

Os habrá pasado a todos y casi siempre por las mañanas, en especial si tenéis alguna reunión importante o hay la típica huelga o manifestación que descuadrará todos tus horarios: por mucho que adelantes, planifiques y prepares, al final siempre toca ir con prisas.

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Porque la puerta del cole se cierra inexorablemente como un plazo de Hacienda y la multa es ver la mirada de decepción de los padres puntuales, del portero o de la profesora, que pensarán un “vaya, siempre llegan tarde los mismos”.

Es una ley de obligado cumplimiento infantil: los días en que tienen colegio o escuela infantil, el sueño de los críos se expandirá a niveles infinitos para llegar tarde y con estrés. Costará despertarlos y se levantarán de mal humor, tardarán en desayunar o no querrán hacerlo, y será complicado vestirlos, porque justo ese día querrán ponerse algo que inevitablemente estará sucio o tendido secándose. (Y además, cuando ya los tengamos vestidos, entonces sí que querrán desayunar y se tirarán la leche encima o se limpiarán las manos en la camiseta.)

Algunos padres metódicos, presidentes del Club de la Rutina y amantes de regalar consejos obvios siempre repiten que “hay que acostar antes a los niños, para que duerman las horas necesarias y se levanten felices”. Como si fuera tan fácil o como si a nosotros solitos no se nos hubiera ocurrido.

Además, lo de levantarse pronto mi hija lo sabe hacer perfectamente: sobre todo en fin de semana, cuando nosotros podemos recuperar algo de sueño y ella quiere jugar a las ocho en punto.

Los niños no saben de calendarios, viven según sus impulsos, como pequeños paquirrines. Y odian las prisas.

En Speed, Keanu Reeves y Sandra Bullock no podían bajar de 80 km/hora porque les explotaba la bomba en su autobús. Esto traducido a versión paternal también tiene su tensión aunque es más de tv-movie low cost: si a los hijos les subimos la velocidad vital, explotan ellos. Solo de manera metafórica, por suerte.

Las familias con varios hijos viven perpetuamente este estado, atrapados en una carrera de relevos, y más si uno de los peques va a la escuela infantil y el otro al “cole de mayores”, o si a la salida, a uno le toca inglés en la academia y el otro quiere quedarse en el patio. Corren por la calle dejando una estela de agotamiento que da mucha ternura.

Te puedes detener a oler las rosas para que tu hijo no proteste, pero entonces hay que gestionar la explosión de nervios internos que nos ataca cuando los que llegaremos tarde somos nosotros y procurar que no se traduzca en gritos de “¡siempre igual, vístete ya que seremos los últimos!”, que ni hacen ganar tiempo ni buen humor. (Aunque la rabia ayuda más que el Redbull a acelerar el paso.)

Solo le veo un aspecto positivo a estas prisas perpetuas: nos ahorramos la cuota del gimnasio y hacemos unos sprints que nos harían ganar cualquier media maratón.

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