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Columna
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Emulando a Damocles

¿Puede hacer algo Maduro para evitar que caiga sobre él la espada y lo fulmine?

Juan Jesús Aznárez
El presidente de Venezuela, Nicolas Maduro, durante un evento conmemorativo en Caracas, el pasado 4 de febrero.
El presidente de Venezuela, Nicolas Maduro, durante un evento conmemorativo en Caracas, el pasado 4 de febrero. HO (AFP)

Cuenta la leyenda que Damocles era un adulador del tirano de Siracusa, Dionisio. Alababa la grandeza de su poder, la inmensidad de sus riquezas y la extensión de sus dominios, como el colmo de la felicidad. Un día Dionisio le preguntó: “Si mi vida te parece tan maravillosa, ¿quieres probarla?”. El cortesano contestó afirmativamente. Entonces, Dionisio le vistió con ornamentos preciosos, le hizo recostarse en un catre de oro y puso a su alcance los más exquisitos manjares, bellas mujeres, apuestos jóvenes y bebidas afrodisíacas. Colgando del techo con una crin de caballo, colocó una afilada espada que, en cualquier momento, podía desprenderse y atravesarle. El pobre Damocles estaba más pendiente de la espada que de los placeres a su disposición. Finalmente, rogó a Dionisio que le dejara marcharse porque ya no quería ser feliz.

Estados Unidos es la espada de Damocles sobre Maduro. ¿Puede hacer algo Maduro para evitar que caiga sobre él y lo fulmine? Parece que no mucho, más allá de buscar escudos que amortigüen el golpe y aplacen un desenlace cuyas características y calendario determinará la Casa Blanca, a las órdenes de un halconero imprevisible, propagandista de Guantánamo y de la invasión de Panamá. América Latina y la Unión Europea seguirán siendo protagonistas en algunos tramos del cerco y actores secundarios en otros.

El mandatario sitiado promete otro Vietnam, ajeno a que la fatiga del chavismo es tanta que posiblemente haya más armas que manos dispuestas a empuñarlas. Inmersos en la brega contra la hiperinflación, el desabastecimiento y el desplome de los servicios públicos, los ranchos difícilmente se alzarán contra el heredero de Chávez, pero tampoco secundarán el llamamiento a filas del régimen, al menos tan masivamente como con el difunto caudillo.

Sin grietas visibles en el vértice castrense, puesto que los dos generales sublevados no tenían mando en tropa, ni pertenecían al Estado Mayor, la coalición antigubernamental queda a la espera de la implosión de los cuarteles y de la bancarrota, con el bloqueo de cuentas y activos petroleros. El desarrollo de la crisis será errático, con mediaciones diplomáticas, intoxicaciones y bulos. El oficialismo baraja arriesgadas fórmulas de resistencia. Una de ellas sería la detención de Guaidó argumentando que ninguna Constitución permite la autoproclamación presidencial en plaza pública.Los promotores del órdago consideran un error no apresarlo porque se pierde una baza negociadora al no trasladar al terreno del adversario el peso de la toma de decisiones. Si se le detiene, el nuevo escenario obliga a Estados Unidos a mover pieza: ¿Negociamos? ¿Invadimos? ¿La terminamos de armar? ¿Cuántos muertos estamos dispuestos a poner sobre la mesa?

El simbolismo de Guaidó es enorme en la alianza internacional, y la reacción norteamericana a su detención la pondría a prueba. Cabe suponer también que los cuartos de banderas estén ponderando salir del atolladero sin entregar armas y bagajes, negociando una transición a cambio del sacrificio de Maduro en el altar de la soberanía nacional, instándole a la patriótica emulación de Damocles.

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